jueves, 7 de junio de 2007

AUTOBIOGRAFÍA (XXVII) - Los yogures y la edad

(Fotografía: archivo familiar)

Sorprende la ternura de esta fotografía, especialmente hoy, cuando mi hermano mayor comienza la andadura de un nuevo año, superando esa edad que está en la frontera de la madurez, si es que esa frontera existe. El protagonista es Pablo, sonriendo con la mirada pícara de mi padre, subido a aquel viejo triciclo de metal que anduvo tanto tiempo dando vueltas por mi casa. Y éste es, como siempre, también el retrato de un tiempo; aquel en que los niños desconocían qué era un televisor o un videojuego; era el tiempo, dice mi amigo Justo, en que los yogures eran sólo de dos sabores: natural y de fresa; cuando el bífidus se desconocía y las botellas de leche eran eso, botellas, de cristal transparente que permitía gozar de la blancura incomparable de aquel alimento, hoy desprestigiado por el colacao y los kornflakes (¿se escribe así?); porque antes se consumía la leche en las esponjosas galletas maría de toda la vida.

Sorprende ver cómo ha cambiado también, cómo los años le han hecho engordar, crecer, casarse, tener una hija y así hasta un millar de cosas que han hecho de este cartoncito, conservado con el amor con que mi madre conserva ciertas cosas, un documento incierto del paso del tiempo, satisfactorio y hermoso. A veces, solemne; pero éste no es el caso.

Cuando niño, eso contaba su abuela como revelando un secreto inviolable, era el más guapo (amor de abuela, cierto), y sus ojos llamaban la atención por lo bonitos. Y debía ser verdad porque siempre lo llevaban como un pincel: con sus calcetines de cuadros, con los pantaloncitos cortos y peinado con ese flequillo que, imagino, aún tiene nada más despertarse y antes de ponerse ante el espejo. Porque hay cosas que no cambian, aunque se añadan velas a la tarta.

“Corazón de sandía”, le propuso como sobrenombre don Carlos, un imbécil gordo que se decía su profesor (así lo anido yo en mi memoria, porque también fue maestro mío), porque Pablo era tranquilo, a pesar de las chiquillerías propias de la edad, y también lo sigue siendo, atento a su afición filatélica que le hace llevar tras de sí una polvareda de sellos antiguos y valiosos, y que soportan su esposa, Henri, y la hija de ambos, Paula, con la paciencia con que él indaga, busca, compra y selecciona los dichosos timbres de hace un siglo o más.

Mira uno esta fotografia con cariño, porque todavía hubo un tiempo en que las sonrisas infantiles eran eso, sonrisas, dignas de ser perpetuadas, aunque en aquel año setenta todavía tuviésemos razones los españoles para estar tristes. Pero de eso Pablo aún no tenía ni idea, él, que por ser el primero, decidieron bautizarlo con el nombre de nuestro abuelo, del padre de mi madre, como testimonio de que aunque haya quien nos deje, arrastran consigo algo que no acierto a decir cómo se llama.

(A Pablo, por su cumpleaños)






9 comentarios:

Anónimo dijo...

Me ha encantado este post, quizá porque tú y yo sabemos cuánto se parece la edad de tu hermano a la mía, y porque a mi también me vestían con falditas muy cortas. Lo corto estaba de moda para los niños... Digamos que a los niños se nos permitía serlo sin la necesidad de que creciéramos deprisa para consumir más, como insta ahora el márketing publicitario a nuestros tiernecitos infantes, espero que no todos futuros porreros o botelloneros, ya me entiendes.
Por cierto he encontrado en un libro antiguo de lecturas infantiles una foto muy curiosa: Es un recorte de "El Alcázar" del 17 de septiembre de 1954, y el recorte es la foto de un niño al que anuncian como el elegido para ser protagonista de la película que se va a dirigir basada en el éxito editorial "Marcelino Pan y Vino", pero no se como subir fotos al apartado "Comentarios" asi que lo haré en mi blog.
Un besito, y mucha mierda por la publicación de tu libro, Luisito

Inés Calvo

Berenice dijo...

Hace un momento comentaba leyendo tu blog, de la melancolía sana que nos acompaña a quienes vivimos la infancia en los 70. Esa generación que comenzó a tener muchas cosas, pero que aun no estaba saturada de ellas.
Como disfrutabamos los yogures aunque fueran solo de dos sabores, o la ilusión de poder tener una bici.. son recuerdos que se acomodan en la memoria para sacarnos una sonrisa una y otra vez.
Mis felicitaciones al cumpleañero y al que le felicita de esta manera.

EL BLOG DE KALIA :LUNITA dijo...

hola Luis me e leido tu precioso argumento sobre tu hermano....se ve que le quieres mucho jejeje ..espero que sigas con tus argumentos familiares y que te cuides ...

Anónimo dijo...

ola profe me a gustado lo k dices de tu hermano se ve que le aprecias y le adoras mucho espero que me apruebes venga un saludo adios

Anónimo dijo...

Me encantaban aquellos tiempos en los que la calle era el juguete más popular y no exixtía juego en el que no participaran al menos una docena de niños. El olor a albero húmedo tras la lluvia lo llevo marcado a fuego en la memoria, cuando esperábamos, impacientes tras los cristales chorreantes, a que escampara para lanzarnos de nuevo a la calle a jugar.
Un abrazo, Luís.

Paula García dijo...

Hola Luis, tienes un don para escribir, para transmitir sentimientos y llevarnos a saborear aquellos yogures naturales o de fresas...
He leído todos tus post, pero éste seguro es el que más me ha gustado (bueno, quizás hay otros tb jejeje)...
Leí con nostalgia cada palabra, quise estar ahí, conocer esas botellas de leche de las que he escuchado hablar y que mis abuelos tienen en su casa como objeto de colección.
Y sucede que yo nací con el televisor, pero sin computador.. me pregunto... los niños de hoy, ¿con qué no naceran?

Felicitaciones por tus palabras. ¡Te dejo un gran abrazo!

El búho rojo dijo...

Estimado Luis. Nuevamente has reflejado en tu post, una excelente fotografía literaria en la que no puedo por menos, reconocerme como si mirase a un espejo, con sus ligeros y obvios matices... No creo que sea cierto aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero es cierto que cualquier tiempo pasado, por duro que fuese, tuvo también sus momentos felices a los que jamás debemos renunciar.

Anónimo dijo...

Hay una generación, la de quienes nacimos a finales de los cincuenta, que llegamos al yogur con naturalidad. En la alacena que mi abuela tenía en su casa, yo había visto leche de los americanos (creo recordar que era en polvo), una ayuda que los estadounidenses daban..., ¿a cambio de qué? Pero en la nevera de mi casa había yogures. Y ternera, que las madres podían ofrecernos con legítimo orgullo tras una inacabable posguerra. Digo nevera y recuerdo aquellos armatostes en los que había que introducir un enorme bloque de hielo para mantener el frío, bloque que había que reponer. Era todo un adelanto, una de las novedades del siglo.

Lee uno las entradas tan sutiles de este blog y rescata de la memoria restos que creía definitivamente desaparecidos.

Gracias, Luis.

Fdo.: Justo Serna

Anónimo dijo...

¡¡Mientras no haya invertido en Forum Filatélico!!
Un abrazo, Luis, siempre revelando lo dormido.