lunes, 18 de mayo de 2009

AUTOBIOGRAFÍA (XLIX) - Defensa de la alegría



Era más fácil amar sabiendo que existía. Lo es aún, porque existe mirando al suroeste, al sur, que también existe, con sus palabras dichas y susurradas. Pocos hombres como este, que nos deja para siempre el rastro infinito de sus poemas sencillos. Era más fácil amar con él, con boliche o sin boliche, imaginándomelo montado en autobús, hablando con un chiquillo, allá lejos, en Montevideo, o acá cerca, en López de Hoyos.

Forma parte de mi autobiografía, y también de esta: y la tristeza de saber que su sonrisa pícara ya no lisonjea a las muchachas cada vez más jóvenes mientras él se hacía más viejo: me lo dijo en un haiku. Y se lo escuché salir de su boca el día que le oí recitar sus poemas. Y no me atrevía a acercarme a él para saludarlo. Y mi amiga Carmen me empujó diciéndome que tenía que empezar a enfrentarme a la vida; después me regaló una foto que tengo en mi despacho. Y algún tiempo después, firmando libros: un parco “para luis”, estampado con su caligrafía de poeta extrañamente mío e íntimo. Carlota me lo dijo una mañana universitaria: “¿no conoces a Benedetti?”, cuando yo tenía apenas veinte.

Una vieja antología, después vinieron más libros: su exilio, su luz, su sabiduría teológica: menuda noticia que no hubiera cielo ni infierno, afirmó un día, convencido, de que la muerte era una loca de atar y desatar. Qué tristeza más honda: guarda un minuto de silencio su jardín botánico, aunque sigamos siendo, compañera, codo con codo por la calle mucho más que dos. Debe ser ese mar, del que habla en su Tregua como “una especie de eternidad”, en el que ahora Mario escribe, aquel anciano que conocí de lejos y reconocí un día de más cerca, y dobló cuidadoso poemas regalados para meterlos en el bolsillo de su chaqueta. Cuánta humanidad cuando escribió aquello de que se estaba quedando sin sus escogidos: “los que me dieron aliento, vida / paso de soledad con su llamita tenue”.

Cuántos libros de Benedetti regalados. Y cuánta amistad: Mónica, Carlitos, a Javi le conmovía también. A Pili la rambleña le encataba, a Rut, a Mati y a Ana. También a muchos otros que se han ido quedando en el camino. Alguna noche hemos terminado recitando el “Corazón coraza”, pero no en alemán, aunque ilegibles también nuestras palabras. También nos dijo: “Un hombre triste no se parece a ningún otro hombre triste”. Qué duda cabe de que hoy ando singular.

Mi táctica también es mirarte, aprender como sos, quererte como sos. Y entonces es cuando se queda un hueco grande en el alma, aunque sepamos que podemos seguir contando con él, no hasta uno ni hasta dos, sino contar con él.

Mientras Mario Benedetti dice adiós, la cultura española se sonroja. Más ocupada de amar a este hombre todo conciencia, se preocupa por llegar a un ministerio de la mano del poder, de los poderosos a los que este poeta supo poner en su sitio. Quisieron olvidarle, pensando que el Premio Cervantes era demasiado para quien supo decir con todas sus letras la palabra “injusticia”, tal vez porque esta ciudad en la que vivió es de mentira y muchos no lo han leído, después de todo. Quiero seguir pensándolo así: defendiendo la alegría de la miseria y de los miserables, de las ausencias breves y de las definitivas, del pasmo y de las anestesias, de los graves diagnósticos y de las escopetas. Poco más.