Cómo escapar de una ciudad
asediada sin salir de ella es lo que siempre me pregunto en estas fechas de digestión
excesiva y estribillos monárquicos. Hay en la Corte un parque cuyo nombre le
hace más que justicia. Es bueno retirarse a él en estas fechas, pasear por el
limo blando y sedoso de las últimas hojas caídas y mirar hacia la desnudez de las ramas
más altas. El tiempo acompaña estos días en Madrid: una primavera fría y
adelantada, un silencio de siesta inédita en la ciudad más ruidosa del mundo. Y
así, entre los umbríos senderos sin gente ni mascotas, solo así, es posible
firmar un breve armisticio con la vida.
El descanso de estos días,
apartar los problemas cotidianos con el televisor apagado para evitar el
rosario de noticias sin sustancia y repetidas, es tan vivificador como un paseo
atardeciendo, mientras el aire en la cara te despeja del despropósito led que
las administraciones despilfarradoras y una ciudadanía cada vez más idiota
aplaude con cara de embeleso. Estos días no he entrado a El Corte Inglés, ni me
he hecho fotografías bajo los abetos eléctricos patrocinados, ni he
reivindicado la felicidad a la que cada año invitan perfumes y grandes almacenes,
marquesinas de autobús y galas televisivas.
Pero ni siquiera me he rebelado
contra eso. He pasado estos días sin la animadversación de otros años y he redactado mi
particular tratado de paz con el mundo y les he dejado hacer a quienes suscriben en estas fechas esa insulsa farándula vertiginosa de compras y empujones. He mirado
el cielo luminoso y blanquecino, el sol reverberando en el gris de las ramas
sin follaje, la bruma húmeda y escarchada cuando cae la tarde con una lentitud
de una respuesta que no se espera; me he sentado después a descansar en un banco
junto a un camino y he pensado en lo idiota y placentera que es la sensación de sentirse
apenas un rato fuera de las luchas cotidianas y de las obligaciones salariales.
Y así, con un paseo en mi
bicicleta de segunda mano, decidí esperar, igual que el árbol hendido espera,
otro milagro, como decía el poeta, de la primavera, en este feliz marzo
invernal. Os deseo a todos una feliz naturaleza.