(fotografía: archivo personal)
¿Quién es Sophie?, me han preguntado con la insistencia hermosa de la amistad, la misma insistencia con que los recuerdos que nos habitan nos hacen ser, poco a poco, a diario y obstinadamente lo que somos. Sophie no es nadie, o al menos en la Historia, esa que puede escribirse con mayúscula inicial. Como no son nadie igualmente otros muchos: nuestros padres, nuestros abuelos o los abuelos de nuestros abuelos. Nadie que, sin embargo, esboza la historia (con minúscula) de lo que somos.
Y de este modo es como aparece Sophie en esta historia. En la historia de los que no fueron nada. Personas sin nombre que condicionan, a pesar de no ser, el destino de las patrias, esas que se azotan con encono y se lanzan a la cara quienes nunca pensaron en los que fueron simplemente nadie.
Nació en enero de 1902, cuando Viena moría con su frío triste de ciudad centroeuropea. Después vivió en Berlín, en la Hamburg Strasse, donde escondieron el origen judío-prusiano de su padre, un simple ferroviario que se hizo a sí mismo y triunfó, dentro de los armarios de su casa, dentro de los silencios. Su familia se trasladaría hasta Ginebra, cuando la I Guerra Mundial irrumpió en los dividendos de los Hoffman, para multiplicarlos después con la neutralidad, que nunca ha sido flaco negocio ni, desde luego, fiable para quien no se declara enemigo de nadie y dice ser amigo de todos.
Después París esperaría la llegada de los Hoffman, y fue allí donde Sophie estudió Bellas Artes, y donde conoció a René, y para quien posó desnuda. Y René, quien la pintó, quien la desfiguró sobre los lienzos, como si la belleza real pudiera transgredirse con la pincelada ficticia. Pero más tarde vendría la desilusión, el abandono, la soledad y las huidas. Y Sophie se marchó, buscó el lugar lejano de una España convulsa y llegó hasta Madrid con la tristeza puesta, arrastrando el pesado equipaje de su pasado, para después convertirse en nadie y ser también la poseedora de un secreto que podría cambiar la Historia (con mayúscula).
(a Carlota, por su presente amistad)
(a Marta Sanz, por su futura amistad)