jueves, 14 de diciembre de 2006


AUTOBIOGRAFÍA (I) - La escuela


(Fotografía: archivo familiar)



Hay lugares en nuestras biografías a los que no llegan los recuerdos y aparece, de repente, el color sepia de las antiguas fotografías heredadas. Fotografías lejanas que nos han llegado como apariciones que arriban desde hace un siglo o quizás algo más. Y ni siquiera, después de observarlas con la minuciosidad del investigador, uno es capaz de encontrarse allí, ni a sí mismo ni a los lejanos antepasados que las pueblan como sombras, como infancias en barbecho. Desde esta escuela con desconchones, desde el insospechado lugar de este retrato colectivo, partieron un día nadie sabe quiénes en busca de una felicidad vedada, de la que en este mismo instante soy el único partícipe, el heredero legítimo de aquellas búsquedas extraviadas.

Así eran las escuelas en las que aprendieron a leer nuestros abuelos, sus hermanos, los tíos que se hunden sin razón en la memoria convertida en historia, y en ley futura que venga a dignificar por fin el sufrimiento de estos niños que un día tuvieron que ver la guerra sin quererlo. Poco parece importar ya que agoten la seriedad de sus rostros entre el viejo polvo añejo de los cajones cerrados. Siguen percibiéndonos ellos a nosotros también como perdidos en un tiempo que nunca debió existir.

Después de todo aquello, vendrían más fotografías que han congelado la miseria, el trabajo del campo y una turbia heredad de años fingiendo la felicidad, en el indeterminado espacio de un pueblo sumido en el barrizal de su propia pobreza. De aquel lugar abandonado, en medio de mesetas y horizontes delimitados por eriales y de los labriegos obstinados en la rebusca y el vareo, nacimos quienes vemos con desazón el paraíso perdido de nuestros antepasados, aunque también la belleza se exprese en sus miradas.