AUTOBIOGRAFÍA (LIV) - No así
Si este blog ha ido deteniéndose con lentitud, y se han ido espaciando poco a poco algunos artículos, no es por falta de entusiasmo: al contrario, es porque el entusiasmo ahora lo enfoco hacia otros lugares. Por eso no es abandono. Es solo una pequeña pausa, a pesar de que se me agolpan las cosas que contar. Volverán (emulando al genial sevillano), lo prometo, aunque ahora la urgencia me haga una vez más escribir recorriendo el malintencionado presente de estos días.
Y en este caso escribo para que no me busquen hoy pegado a la tiza y al pizarrón. Como siempre, la moral me puede. Otra vez me tengo que poner de parte de los nuestros: véanse parados, malpagados y piquetes. Se nos critica a los que impediremos que el mundo, al menos por un día, siga circulando por la misma carretera. Pero poco han dicho los telediarios de aquellos que amenazan a sus trabajadores para que acudan al tajo bajo la guillotina del despido, o a los que tendrán que ir a la obra porque un día sin salario es una comida menos para sus hijos. De esos no hablan las estadísticas, porque ya sabemos que estas son un invento del poderoso para no liarse cuando hace sus cuentas.
La moral me puede, y también el sentido común. Nos quitan derechos, nos rebajan los salarios, nos roban lo poco que tenemos con recortes: educación, sanidad, pensiones. Y en esta lujuriosa vorágine de destrucción, la obesidad del viejo capitalismo sigue tomándose el bistec y las ostras que el anciano Zola supo condenar en sus novelas. Pensamos que esto iba a ser el germinar del nuevo mundo, demostrada la eficacia de ese armamento de horror masivo que son las bolsas de Nueva York y Madrid. Pero no es así: se alían los que pensábamos que eran de los nuestros con quienes se mean literalmente en los ciudadanos para recordarnos que, efectivamente, cualquier tiempo pasado fue mejor.
Es un atentando con bomba envuelta en un ramo de flores. Así lo veo yo: la izquierda vendida deshace el pastel, mientras la derecha mira con entusiasmo las migajas de lo que queda, escondiendo la mano y ensalivando como el perro de Paulov ante la toma del poder. Así es el futuro en ciernes. Los de siempre, en el sitio que creen poseer como una propiedad privada, heredada desde Cánovas.
Los demás, todos los que no opinan, los que ignoran todo y no quieren darse cuenta de nada y acuden al trabajo forman parte del rebaño necesario: las ovejas del engranaje de una maquinaria que viene desde la Revolución Industrial, cuando el hombre pasa de no ser nada a ser un valioso animal de carga. Con aquellos tiempos sueñan los que anidan como buitres en los despachos de Bruselas y ordenan a sus gobiernos títeres qué hacer para que algunas fortunas sigan creciendo. Dicho de otro modo: al César lo que es del César y al puto obrero lo que ha sido siempre del puto obrero, cita bíblica que bien conoce el Papa.
Nada más, me detengo. Me van a pillar las doce y no quiero entrar en este día trabajando. Solo la huelga me tranquiliza, pero no demasiado, y saber que el difunto Pablo Iglesias no se ha llevado el disgusto de ver a su tropa de indocumentados nietos perder el norte para irse a la derecha con la que, lasciva, sueña cada noche Esperanza Aguirre.
Y en este caso escribo para que no me busquen hoy pegado a la tiza y al pizarrón. Como siempre, la moral me puede. Otra vez me tengo que poner de parte de los nuestros: véanse parados, malpagados y piquetes. Se nos critica a los que impediremos que el mundo, al menos por un día, siga circulando por la misma carretera. Pero poco han dicho los telediarios de aquellos que amenazan a sus trabajadores para que acudan al tajo bajo la guillotina del despido, o a los que tendrán que ir a la obra porque un día sin salario es una comida menos para sus hijos. De esos no hablan las estadísticas, porque ya sabemos que estas son un invento del poderoso para no liarse cuando hace sus cuentas.
La moral me puede, y también el sentido común. Nos quitan derechos, nos rebajan los salarios, nos roban lo poco que tenemos con recortes: educación, sanidad, pensiones. Y en esta lujuriosa vorágine de destrucción, la obesidad del viejo capitalismo sigue tomándose el bistec y las ostras que el anciano Zola supo condenar en sus novelas. Pensamos que esto iba a ser el germinar del nuevo mundo, demostrada la eficacia de ese armamento de horror masivo que son las bolsas de Nueva York y Madrid. Pero no es así: se alían los que pensábamos que eran de los nuestros con quienes se mean literalmente en los ciudadanos para recordarnos que, efectivamente, cualquier tiempo pasado fue mejor.
Es un atentando con bomba envuelta en un ramo de flores. Así lo veo yo: la izquierda vendida deshace el pastel, mientras la derecha mira con entusiasmo las migajas de lo que queda, escondiendo la mano y ensalivando como el perro de Paulov ante la toma del poder. Así es el futuro en ciernes. Los de siempre, en el sitio que creen poseer como una propiedad privada, heredada desde Cánovas.
Los demás, todos los que no opinan, los que ignoran todo y no quieren darse cuenta de nada y acuden al trabajo forman parte del rebaño necesario: las ovejas del engranaje de una maquinaria que viene desde la Revolución Industrial, cuando el hombre pasa de no ser nada a ser un valioso animal de carga. Con aquellos tiempos sueñan los que anidan como buitres en los despachos de Bruselas y ordenan a sus gobiernos títeres qué hacer para que algunas fortunas sigan creciendo. Dicho de otro modo: al César lo que es del César y al puto obrero lo que ha sido siempre del puto obrero, cita bíblica que bien conoce el Papa.
Nada más, me detengo. Me van a pillar las doce y no quiero entrar en este día trabajando. Solo la huelga me tranquiliza, pero no demasiado, y saber que el difunto Pablo Iglesias no se ha llevado el disgusto de ver a su tropa de indocumentados nietos perder el norte para irse a la derecha con la que, lasciva, sueña cada noche Esperanza Aguirre.