sábado, 18 de febrero de 2012

AUTOBIOGRAFÍA (LI) - Wert naranja, Wert cristal...







Una autobiografía, por pequeña que sea, se compone de tantas cosas como nos hacen ser mejores o peores; allá cada cual con sus circunstancias, que deshumanizadas o no, resultan tan propias como el color de nuestro pelo, la forma heredada de nuestra nariz o el gesto que recuerda a una abuela o quizás a un abuelo que uno ni siquiera ha conocido.


Y como autobiografía también el trabajo se suma al capítulo de “imposiciones” que toda vida contada lleva consigo. Nunca he querido dedicarle demasiado tiempo a la educación en esta bitácora, porque siempre me ha gustado más evocar el pretérito imperfecto de nuestros antepasados reales y ficticios. Y no he querido darle demasiada importancia a lo que uno hace a diario: porque hacer algo cada día le hace perder al acto la trascendencia que tiene ver un paisaje por primera vez o compartir de buena gana un primer beso o un abrazo.


El caso es que no quiero referir nada más que lo estúpido que puede ser un responsable político. Debe ser una idiotez adrede, y por ello consciente: harán reformas para que solo “los mejores” accedan a la función pública docente. Por ende, los que estamos ahora somos todo lo demás: los peores, los más bobos, los más irresponsables, y vagos. Diciéndolo así solo suena como una canción anticuada, un mantra que repetirán hasta el éxtasis con la única finalidad del insulto y de degradarnos más aún. Solución: pues que nos larguen, que todos estamos de paso en este oficio y en el más complicado de todos, que es vivir.


El necio que ahora rige los destinos de la educación española suena con tanta tontería a ese tipo de ritmos que nos machacan desde los medios como uno tiene en la cabeza: desde el famoso La, la, la, hasta aquel publicitario wert naranja, wert cristal, como canturrea un amigo cuando abre el departamento con su sana sorna. Debe ser que tanta tertulia ínfima le ha secado el cerebro. Lo bueno es que Quijano sabía lo que se decía y este gobernante se cimbrea intelectualmente, como lo hacía Massiel, embutida en aquel vestidito vintage de indecoroso floreado.


Supongo que aquel año de 1968, cuando yo aún no había nacido, también en el pequeño cuarto de estar de mi casa, se escuchó esa canción que no deja de tener la gracia de la que carecen los hombres de gris, aunque aquella emisión también fuese en blanco y negro, como nuestro futuro en las manos de esta gente.


(Para Alfredo, por sus mangíficos humor y compañía)

(Para Rubén, que no estuvo en la lista, aunque para qué...)