miércoles, 26 de diciembre de 2018

AUTOBIOGRAFÍA - Estar en los lugares ausente



En esta suerte de días, apabulla estar en los lugares tumultuosos. Apabullan la risa fácil y el ruido. Opto por estar en estos lugares dosificando mi ausencia. Este año más. Este año más que ningún otro. Carecer de lo que se denomina "espíritu navideño" no es otra cosa que abdicar de las razones que nos obligan a la felicidad en días como estos. Abjurar del hoy no es hacerlo del mañana ni de ningún otro día. 

Así, mejor mañana empezar de nuevo a estar contento, a estar vigilante ante lo hermosamente venidero y vivificador. Celebro la paz de un día entre semana, de pausar la lectura de un libro para continuar en otra hora. Brindo por los que sé que vendrán y brindo por los que se han ido, que sé que no volverán y se marcharon después de días peores que los que nos esperan. Pensar en lo que se ha perdido reconforta con la idea de su larga compañía. Y así, solo así, se puede celebrar la cotidianidad de un miércoles cualquiera, por ejemplo. 

Y si se está de estos lugares ausente... ¿qué lugar me obstino en ocupar? Pienso en las playas donde el sol reverbera con la inusual luz de los veranos lejanos todavía, pienso en los lugares en que las carreteras nos dirigen con la atractiva certeza del destino. Pienso en el azul oceánico en que verdea el horizonte, en la brisa sosegada mientras uno se deleita en la ternura o en el amargor solo permitido de una cerveza helada. Me consta que lugares así existen. Allí descansamos, allí no caben ni el tiempo en los relojes ni esa sensación angustiosa de esperar un adiós con forma y fondo de despedida definitiva. 

Y a veces se está ausente sin quererlo. Y a veces lo están otros, inesperadamente o con su pequeña cantidad de certeza que la vida impone como indiscutible e insoslayable. Hay lugares así, y momentos así, en que nosotros no estamos, pero nos esperan pacientes en su tibia fotografía del regreso. 

viernes, 16 de noviembre de 2018

AUTOBIOGRAFÍA - El cuarto sueño cumplido


Han pasado diez años desde que publiqué mi primera novela, El retrato de Sophie Hoffman. Diez años en los que se han ido cumpliendo algunos sueños, como este que está en ciernes, mi cuarto libro, Crónica del último invierno. La escritura me la tomo con la calma con que se saborea un trofeo, por mínimo que sea. Es la única forma posible de defenderse de la losa de lo cotidiano. Diez años, de los cuales, he empleado tres en documentar, redactar y revisar este libro. Podría decirse que un tercio casi de mi escasa "vida literaria" la he empleado en construir esta historia, pero el libro es deudor de mis 41 años, de todos y cada uno de ellos. La realidad en esta novela, ese imposible, se convierte en la memoria de lo vivido y de lo que otros me narraron. Debe más a esta Autobiografía que mis otras novelas, pura imaginación entremezclada con la historia. Supe que no podía escribir si no era revistiendo de ficción, y en muchos momentos, con altibajos incluso en el ánimo y en la salud, pensé que esta iba a ser la novela que nunca iba a terminar de escribir, la novela que no escribiré para que la ficción no emborrone lo auténtico que hay en ella. 

El resultado ha sido una crónica de lo vivido, pero también una crónica de lo imaginado. Tres voces para decir lo mismo, tres maneras de sentir la palabra: desde la poesía, desde la narración policiaca y desde el lenguaje del periodismo. Así se construyen los contradiscursos, los discursos que se obstinan en llevar la contraria a las burdas verdades oficiales, que una ciudadanía cada vez más pacata cree con devoción religiosa. Y aquí es donde comienza la Transición, falseada hasta en su propio sustantivo sin sustancia. No todas las editoriales hubieran estado dispuestas como Bohodón Ediciones a jugársela apostando por el contradiscurso de lo correcto, de lo institucional; pocos editores pueden decir que son tan valientes de publicar más de cuatrocientas páginas dedicadas a desmontar las rudimentarias trampas de la corrupción, la manipulación histórica, para rescatar a los náufragos de los grandes acontecimientos históricos, que son también los que naufragan en nuestro Estrecho fronterizo del primer mundo.  

No es una novela complaciente, no es benévola con nadie, no es un libro que contemple indolente las trampas del pasado. No es un libro gratuito, ni obcecado tampoco en la equidistancia, ni en el conversacionalismo televisivo, ni es una narración revestida de falsa novela social. Es un pedazo de vida y de memoria, un pedazo de autobiografía y de historia reciente. Y solo así, adueñándonos de lo que solo nos pertenece (la palabra y el recuerdo) es como pueden desmontarse sin miedos las sólidas mentiras del presente.   


martes, 11 de septiembre de 2018


AUTOBIOGRAFÍA: "Crónica del último invierno"



Nacemos a la luz de algunos acontecimientos. Mientras yo nacía este país que no existe deambulaba entre las sombras de su historia. La amnistía se reivindicaba en las calles y unos abogados en su céntrico despacho de la calle de Atocha eran asesinados por un comando ultraderechista. En el país que no existía, mi barrio era solamente un puñado de bloques de viviendas entre los últimos sembrados y escombreras de Madrid, descampados donde los críos jugábamos y fuimos adolescentes mientras nuestros padres y nuestros abuelos intentaban hacernos olvidar esa oprobiosa historia que tampoco existió. Nada existe, bien mirado, salvo en el mapa de los recuerdos.  

Busco en los nombres olvidados y en todo lo que nos dieron en herencia sus biografías para que nosotros construyéramos nuestra más intima existencia. Y entonces, ese país que no existe y esa historia que tampoco fue comienzan a adquirir la forma de la novela que nunca escribiré, la que pensé que nunca terminaría de escribir. Se tuercen los caminos, se interrumpe el tiempo un día en concreto, y todo se paraliza, todo pierde el interés (libros, música y objetos que pueblan nuestra casa) y la vida nos hace encontrarnos en el distante camino de las vidas de otros. Escribir una novela sobre aquel invierno en que nací, y en el que nevó durante varios días seguidos, es escribir en verdad una crónica de lo acontecido. Es el último invierno de ellos y mi primer invierno.

Dónde están los límites entre lo que imaginé yo mismo y otros imaginaron para mí. Dónde está la ciudad que ya tampoco existe, o al menos no existe como antes. Dónde estarán los que muchas noches me visitan mientras escribo para contarme el relato de sus vidas. La literatura permite inventarnos a través de los personajes que inventamos. Eso nos distancia de nosotros mismos para contar, con la ficción, la verdad de lo que somos. Exactamente igual que lleva ocurriendo en esta autobiografía por escribir desde hace una década. 

En esa crónica están mis padres, los padres de mis padres, sus viejos conocidos de los que me hablaron alguna vez, los compañeros del primer colegio, los del instituto, las embarradas calles de mi barrio en los años setenta, el destartalado autobús que nos llevaba a Madrid, con esa semántica de la lejanía periférica, del extrarradio que no pertenece a ningún lugar y existe solo en la memoria de quienes lo vivimos o me lo contaron. En aquel montón de recuerdos, también se ubica el pueblo que no tuve, la universidad en que estudié y los bares que cerrábamos en aquellos años en que la vida importaba solo en sus instantes. Esa crónica pronto va a tener forma de libro, de historia inventada, de informe periodístico y objetivo, de mentirosa novela negra. Era la narración que  nunca creí que terminaría, que empecé hace casi tres años y que comencé tantas veces y terminé solo una, ante la sorpresa de mis personajes, que se creyeron durante meses en el limbo de las historias inacabadas. 

Con ellos he querido hablar de la Transición y de mi propia transición y de los que han quedado cautivos en aquel largo proceso inventado, reconvertido, manoseado e idealizado. Había que desmontar el relato diseñado con la astucia con que la vieja policía política se infiltra en la vida de los hombres, para que el país que no existe comenzara a existir en su definitiva versión incuestionable, es decir, en su versión novelada y ficticia, en su versión vivida y experimentada.

Esta novela que lleva naciendo durante mucho tiempo y que verá la luz en otoño, o quizás el próximo invierno, es una crónica sobre los que nunca tendrán sus nombres escritos en la historia oficial. Sobre los que nunca despertaron el interés y que fueron desapareciendo por completo como aquellos lugares de los que la ciudad se fue apropiando. El despiadado urbanismo fue la forma en que la política una vez más nos recordó cuáles eran las regiones del mundo en que nos correspondía vivir. Y ellos, todos los que ocuparon su extrarradio en la historia, me fueron dictando una por una sus palabras, para que contara la novela de sus vidas, que era la novela de mi propia vida y de mis personajes. No podía escribir una novela para que la ficción no emborronara sus verdades, pero era imprescindible recorrer ese territorio de la literatura que se confunde con la realidad, mezclar mentiras y certezas, jugar con el tiempo, mezclar los mundos de los vivos y los muertos, para redactar, en definitiva, la alternativa historia de los nuestros.   


miércoles, 27 de junio de 2018

AUTOBIOGRAFÍA - "El último invierno"



Ese es el título que he elegido para la que espero sea mi próxima novela. En busca de erratas y en busca de quien decida publicar este libro, pienso en el último invierno. Algo de autobiografía, del barrio en el que me crié y en el que descubrí mucho de cuanto hoy me construye como ciudadano, está en este libro. Mitad ficción, mitad naturaleza muerta, como un retrato estático, que recorre mi biografía con las historias encadenadas en las narraciones escuchadas desde siempre. Así, casi podría decir que El último invierno me escribe a mí en la misma proporción en que yo a él.  

Desde la ficción y desde la verdad, amarradas como en un sueño, la crónica de un tiempo que explica nuestro presente, la ficción del novelista y las memorias, lo íntimo y más personal que arrastra cada uno de nosotros, se vuelcan en estas casi cuatrocientas páginas que me han acompañado en los últimos tres años de mi vida. Abandonado todo durante algún tiempo, vuelvo al teclado del ordenador para contar mi historia y la historia de todos aquellos que estuvieron antes que yo, para relatar cómo igual que crecen las ciudades hacia el este, hacia sus suburbios, se diseñan metódicas y bien estudiadas las democracias con los apellidos de viejos dictadores. Dos puntos: nací en enero de 1977, cuando un comando ultra accede al despacho laboralista de Atocha. Y en aquel invierno se encuentran estos personajes, tan reales como yo mismo, tan ficticios como la historia que alguien se empeñó en escribir para ellos. 

Aquí está, como el resultado del que siempre dudo después de escribir "fin" en la última de sus páginas. El ritual de cerrar una puerta o correr las cortinas antes de salir hacia un largo viaje. Tropecé entre los baches del camino. Medité mientras me recuperaba de las viejas heridas del pasado y del presente. Volví a la vida cotidiana y a las noches en vela. A transgredir el ritmo del trabajo y del sueño para terminar de cerrar este círculo de palabras que me llevan desde el ayer hasta el ayer mismo. Sus errores son los míos. Sus viejas cicatrices son las del último invierno. Parece que fue hace solo días, me dicen, pero ya hace más de cuarenta años que esta novela se piensa a sí misma, y viene desde un sitio muy lejano. 

Si no hay amor, no hay literatura. Es la novela que nunca escribiré, pensaba. Para que nada de lo que cuente quede emborronado por la ficción. Es novela porque así lo quise, pero es auténtica porque también las novelas pueden escribirse desde la propia realidad, desde lo amado, lo vivido o falsamente recordado por nuestros abuelos. Cada uno de vosotros, los que de vez en cuando leéis esta bitácora estáis en este libro: las calles, las gentes, las historias con las que me crucé y las últimas canciones de los bares que he ido cerrando sin quererlo. Releyéndola empieza otra vez su escritura. Y ese camino estoy, buscando el error que cometí al pensar que mi historia, simplemente, se podía escribir, y la nuestra y la historia de los que nunca llegamos a conocer, y si acaso sospechamos que algún día existieron. Busco una dedicatoria, y no la encuentro, salvo un parco "a vosotros" o un "a los míos", que dejaré hasta el final de este largo viaje que emprendí mucho más allá del último invierno.