miércoles, 3 de agosto de 2011

AUTOBIOGRAFÍA (XLVII) - Las fronteras





(fotografía A. S.)



Ni siquiera en vacaciones uno puede dejar de pensar en los demás, ni en las calurosas tardes del verano en que la literatura suele ejercer ese poder himnótico que a veces culmina en siesta. Una vez más, la realidad se impone a los hechos consumados de la ficción literaria y me detienen en la encrucijada de querer decir y no saber si sirve para algo.


Esta fotografía de hoy nutre una autobiografía que tampoco se posa en el recuerdo; es una foto del urgente hoy mismo que se ha quedado fijada en mi memoria como pocas y no es ficción, sino real como una novela de aquel mundo hispanoamericano y lejano del que beben las novelas de dictador.


Esta es la débil sonrisa de nuestro estado democrático; la mirada de rumiante que nos ofrece nuestro estado de derecho cuando quien manda decide imponer con torpeza que cualquier ciudadano del mundo no pueda atravesar pacíficamente el kilómetro cero de la inteligencia humana, la frontera de la dignidad. No es una escena fingida o imaginada, sino bruscamente palpable en el hosco ambiente que han creado los especuladores y los políticos que se suben el sueldo en tiempos de crisis (véase a la manchega de mantilla y collar de perlas, disfrazada como de corista viuda el día del Corpus).


Todo un símbolo: la Puerta del Sol blindada por cuarenta furgones policiales. Quitar la Puerta del Sol al pueblo es como quitarnos el pan. Cualquier español se siente vivo paseando por allí, envuelto en su continuo ir y venir multicolor caluroso. Tomar el corazón de una ciudad que pertenece a todo el mundo es como arrancarnos un pedazo de lo que todos somos: rompeolas de todas las españas, dijo el poeta, sin tener que presenciar el bochorno que cualquier ciudadano sensible puede sentir al ver esta escena humillante y torpe. Policías acampados en el foro en el que se ha cambiado una y otra vez nuestra propia historia: repúblicas, sublevaciones y manifestaciones, celebraciones colectivas y nocheviejas, hoy perdidas en el barullo de porras y antidisturbios.


Será que viene el Papa y todo tiene que estar muy limpio y aseado. Qué poco se ha indignado este con lo que están haciendo algunos: quizás le preocupe sobre todo la solvencia de la Banca Vaticana, tan espiritual y bendita, en tiempos de subprime, como benefactora. Se emplearán cincuenta millones de euros en esta santa visita, desgravables claro, por ser un acto "de extraordinario interés público", mientras la Puerta del Sol sigue cerrada a cal y canto: recemos por que la mencionada, al menos, no repita disfraz y expíe el pecado de su fecundación in vitro, no vaya a ser que la tilden allá en el cielo de "indignada" y "piojosa", y aquí en la tierra de hipócrita biempagada.


Por lo demás, reivindico mi derecho a pasear por donde me salga de la indignación. Y también que mis vecinos de París, Camerún o Carabanchel lo hagan pensando en que el mundo sigue siendo manifiestamente mejorable.