AUTOBIOGRAFÍA (XXVIII) - Los viejos corrales
(Fotografía: archivo familiar Salces Valle)
Casi siempre el tumulto de la ciudad, sus ruidos, el trabajo y otras injusticias nos hacen vivir con una intensidad funámbula un presente impostor, que se consume al final de cada jornada, como si de un artículo en venta se tratase: nos devora el día a día, quizás sea eso, con la gula marcada a ritmo del reloj y la prisa. Y casi siempre se nos olvida, en este trance, que somos lo que fuimos. “Me paro a pensar”, sentenció un filósofo, porque de sobra entendía que en la carrera la reflexión o el recuerdo suelen perderse sin remedio.
Por eso traigo esta fotografía no tan antigua, pero con el mismo regusto de un tiempo que sin darnos cuenta se nos ha escapado, se nos ha perdido. Parece de un lejanísimo pasado, pero apenas tiene veintiséis años. Y sorprende, no por el tamaño desproporcionado de aquel conejo enjaulado que aparece en el centro de la imagen, sino porque África, mi compañía diaria, sólo tenía cuatro años y daba la impresión de escuchar la explicación de su queridísima abuela Paca con inusitada atención. Sin ajetreo, con el sonido del corral de fondo, con los añejos olores de las gallinas en el frescor de los amplios patios de su casa, la niña escuchaba casi emocionada una explicación que no recuerda, pero que nos transporta a los años en que los ancianos (mayores, como suelen decir allá en el sur, en Montalbán) no eran el viejo cacharro del estorbo que plantea un problema en vacaciones, sino sabiduría, amor por los más pequeños, ternura sobre ternura, en que la mujer vieja lo es porque lo es más su experiencia y no su edad.
Nadie sabría decir qué es lo que Paca le muestra a su nieta, pero hay una devoción mutua a medias entre la enseñanza y las ganas de saber. Está borroso el cartoncito, y la imagen aparece nublada, aunque brille un algo especial en la pose de Paca explicando con voz queda a su pequeña predilecta algún secreto de aquel corral, hoy tristemente derribado.
Ocurría mucho antes de que a los abuelos se les dejase abandonados en las gasolineras, mucho antes de que muriesen solos en sus pisos interiores de las grandes ciudades, mucho antes de que empezásemos a despreciar la experiencia y el amor en beneficio de la incredulidad y el consumo. Mucho, mucho antes… Antes incluso de que se inventasen las asépticas y costosas residencias de ancianos.
No es una mala fotografía, porque transmite la esencialidad de la comunicación entre personas y generaciones. También entre mundos diferentes. Y si está borrosa, si la imagen no se percibe con la nitidez digital de la que hoy disponemos, es porque este cartoncito se ha llevado durante muchos años en la cartera, quizás con la intención de que permaneciesen indelebles las palabras sabias que un día su abuela le dedicó en la paz umbrosa de los corrales viejos.
Por eso traigo esta fotografía no tan antigua, pero con el mismo regusto de un tiempo que sin darnos cuenta se nos ha escapado, se nos ha perdido. Parece de un lejanísimo pasado, pero apenas tiene veintiséis años. Y sorprende, no por el tamaño desproporcionado de aquel conejo enjaulado que aparece en el centro de la imagen, sino porque África, mi compañía diaria, sólo tenía cuatro años y daba la impresión de escuchar la explicación de su queridísima abuela Paca con inusitada atención. Sin ajetreo, con el sonido del corral de fondo, con los añejos olores de las gallinas en el frescor de los amplios patios de su casa, la niña escuchaba casi emocionada una explicación que no recuerda, pero que nos transporta a los años en que los ancianos (mayores, como suelen decir allá en el sur, en Montalbán) no eran el viejo cacharro del estorbo que plantea un problema en vacaciones, sino sabiduría, amor por los más pequeños, ternura sobre ternura, en que la mujer vieja lo es porque lo es más su experiencia y no su edad.
Nadie sabría decir qué es lo que Paca le muestra a su nieta, pero hay una devoción mutua a medias entre la enseñanza y las ganas de saber. Está borroso el cartoncito, y la imagen aparece nublada, aunque brille un algo especial en la pose de Paca explicando con voz queda a su pequeña predilecta algún secreto de aquel corral, hoy tristemente derribado.
Ocurría mucho antes de que a los abuelos se les dejase abandonados en las gasolineras, mucho antes de que muriesen solos en sus pisos interiores de las grandes ciudades, mucho antes de que empezásemos a despreciar la experiencia y el amor en beneficio de la incredulidad y el consumo. Mucho, mucho antes… Antes incluso de que se inventasen las asépticas y costosas residencias de ancianos.
No es una mala fotografía, porque transmite la esencialidad de la comunicación entre personas y generaciones. También entre mundos diferentes. Y si está borrosa, si la imagen no se percibe con la nitidez digital de la que hoy disponemos, es porque este cartoncito se ha llevado durante muchos años en la cartera, quizás con la intención de que permaneciesen indelebles las palabras sabias que un día su abuela le dedicó en la paz umbrosa de los corrales viejos.
8 comentarios:
Que razón tienes Luis, estamos olvidando poco a poco lo que fuimos y por eso no sabemos lo que somos. Me da mucha pena que se trate así a nuestros abuelos, con lo que han sufrido ya. Deberíamos aprender más de ellos. En fin!
Saludicos
PD, de verdad eso es un conejo, pero si es gigante!!!!!!
Primeramente, decirle a Artimaña que sí, que eso es un conejo gigante, pues que yo lo vi porque fui el “fotógrafo”. La camarita era una de esas automáticas que se compraban en Las Canarias o en Ceuta y en cada sección del carrete sacabas dos fotos; el revelado entonces corría a cargo de un viejo aficionado local, asmático y melancólico, que profesaba de fotógrafo para todas las bodas y bautismos y demás jolgorios comunales. De modo que a la calidad de la foto no se le puede pedir demasiado, quizá más que nada el que África la conserve y aquí se propague como una voz apagándose en el tiempo pero insistente en la memoria.
Y Luis: magnífica y conmovedora, otra vez, esta nueva página de tu bitácora. ¿Qué puede agregar uno que está implícito en esa historia y en aquel devenir de los estímulos vivificantes que describes, en el intermedio de esas dos generaciones que han existido y que existen para que tu sentir y tu pensamiento bondadoso se acrecienten incluso sobre un pasado que no fue el tuyo, pero que te sirve de herencia para hacer más ricos tus talentos?
Yo vivo en uno de los pocos que quedan en Sevilla, ya reformado por supuesto, pero con esa esencia añeja de vida de las puertas para afuera que los caracterizaba. Ya no hay gallinas, ni conejos, pero todavía conserva su amplio patio interior, común a todos los vecinos, sus corredores alrededor de donde cuelgan los tiestos de macetas y su altanería de vida colectiva, donde no existen los secretos y la vida se convierte en un ejercicio de solidaridad diario.
Un abrazo.
Como bien dices, Luis, es esa vida artificial de grandes urbes que llevamos la que nos lleva a olvidar a quienes no le son útiles a un sistema que se soporta en el error. Olvidar la experiencia de otros para evolucionar está en la propia naturaleza, pero las ciudades y sus aprendices menores se miran el ombligo, haciendo que nos parezca natural lo que nunca lo fue. Lo peor es que todavía quedamos los que conocimos esa vida en la que se escuchaba y admiraba a nuestros viejos, sabiendo que mucho nos tenían que contar. Lo peor, digo, porque también lo solemos olvidar.
De ellos aprendimos, no tanto de la tele o de la "play", que la vida era dura, pero había que intentar hacerla agradable. Mis mayores se reían cuando les contaba historias de la ciudad, pues sabían que en esta las cosas no eran naturales. Los pequeños de ahora se ríen cuando sus mayores les cuentan historias del pueblo, ignorando que en ellas está o estuvo lo natural.
Afortunadamente, aún podremos juntarnos a recordar aquellas historias que nuestra memoria se resiste a olvidar.
Un saludo.
Mario
Totalmente de acuerdo contigo Luis.
Hoy el concepto de familia ha cambiado casi tanto como la técnica, a quien rendimos pleitesia en aras de un bienestar prometido que no siempre llega.
Hemos renunciado al placer de lo sencillo para intentar conseguir un efímero éxito en no se sabe muy bien que fría capa social donde deseamos embutirnos, con el único objetivo de intentar ser felices, y muchas veces, para subir ese escalón, dejamos atrás un pesado lastre: la familia, que curiosamente, es quien nos ha enseñado la felicidad...
Un abrazo...
NOTA: lo del conejo, realmente impresiona... y eso que no hago chistes fáciles, pero es todo un señor conejo... ya lo creo.
Qué linda fotografía! te dejo un gran abrazo Luis! y tienes razón entre niños y ancianos hay algo hermoso.... admiración y complicidad. Me hiciste recordar hermosas fotografía que tengo con mis abuelos :)
Gracias, gracias, gracias.
No tengo más que añadir a este delicioso texto que acompaña la foto que guardo con tanto cariño; tanto como el que mi abuelita -por muy maniosílla de pueblo que fuera nunca sería abandonada- siempre me demostró. No puedo añadir nada más que darte las gracias por hacer que mis recuerdos se mantengan vivos, por compartirlos y por hacerlos cada día más tuyos. Y gracias por lo que nos regalas en este espacio virtual que se está convirtiendo en una realidad mágica, escritorcito...
Gracias por formar parte de mi vida, por estar ahí siempre tan atento, por escucharme y aguantarme que no es poco, por hacerme sentir tan orgullosa que no quepo en mí.
Hace tiempo que Africa me dio a conocer este sitio, pero hasta hoy no he tenido un ratito para dedicarle/te el tiempo merecido!!
Lo que he leido me gusta, este trocito en especial!!
Al leerte he pensado que a lo mejor te gusta una página que tenemos en mi familia paterna(la ha hecho mi hno Jose), se llama joaquinones.es (así es el mote que orgullosamente llevamos hace años). En ella puedes encontrar anécdotas de mis mayores y también alguna foto,otras cosas más actuales como una pequeña historia de La Rambla y Porcuna(pueblo de Jaén de donde era mi abuela), diccionario típico rambleño(del montalbeño sabe mucho uno que también lee este blog, salvando distancias, no pretendo hacer comparaciones), sitios que visitar en La Rambla(algunos conocidos ya por vosotros cuando nos honrais con vuestra presencia), etc.
Bueno, creo que te puede gustar. Ya me cuentas.
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