sábado, 24 de abril de 2010


AUTOBIOGRAFÍA (LIII) - La otra mejilla
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(fotografía: África Salces, 24 de abril de 2010, Madrid)

Hay primeras veces siempre, y siempre alguna vez en que el dolor se amortigua con un minuto de silencio, intenso como un duelo colectivo. Y lo que en verdad era una manifestación en apoyo de quien intenta juzgar el genocidio español, se convirtió en un acto de dignidad: la de los que no están y aguardan en silencio en sus fosas dormidos; solo dormidos, porque hoy han salido a la calle, por primera vez, con los mismos pasos silenciosos de los fantasmas.

Y cada cual llevaba su silencio consigo: una vieja fotografía con un nombre y con un apellido; todos anónimos, todos olvidados por todos, pero recordados por quienes lloraron con las persianas bajadas para que nadie sospechara de ellos y los denunciaran. Eran otros tiempos, dicen, lejanos, ensombrecidos con la transición, desterrados como muchos que murieron y a los que cubre el polvo de un país vecino.

Fueron profesores, maestras, enfermeras, médicos o simples trabajadores del campo. Igualados en las tapias, en los camiones que los llevaron a las cunetas durante cuarenta años de silencio. Quien lo sufrió lo sabe: que la hondura de las fosas es el límite entre la justicia y el olvido.

Junto al oso y el madroño se han manifestado los retratos de la desmemoria consciente, de la voluntad de los que no tuvieron el derecho a decir “estoy aquí, soy libre”. Por lo demás, nada nos queda, salvo la sensación de que la justicia sigue en manos de muchos de los que hicieron todo lo posible por hacer desgraciado al prójimo siguiendo el mensaje bíblico de poner el fusil en vez de la otra mejilla.

(Para Lorena y Belén, que estuvieron también con nosotros)