domingo, 25 de diciembre de 2011

AUTOBIOGRAFÍA (L) - El silencio.






(fotografía: archivo personal)



Unos días antes de que nos privaticen también el íntimo placer de caminar, vuelvo a hacerlo y a publicar una fotografía parecida a la que publiqué el mismo día de hoy, pero de hace un año. Nada da la impresión de haber cambiado: seguía el mismo silencio de postfiesta, de barullo atenuado que cena sopa, con el mismo tintineo de cucharas sobre platos en crisis. Hace también el mismo frío, ese que congela la punta de los due se esconden en los bolsillos de la trenka.


Si algo me hace sobrevivir en estos días es precisamente el silencio con que duermen las calles, mientras hacen la digestión regentina de un asado embadurnado de mentiras familiares, a pesar de la basura que atesoran los alcorques, de cuyos vecinos poco se puede decir, salvo lo guarros que son, y habrá que decirlo.


Quizás también el frío además de helar alela: "minijob", la botella, puercos de L&B convertidos en ministros, miniministros, minigolfos, a golpe de zamboba pajillera a costa del erario. Parecen felices en su mustia nostalgia navideña, mientras las calles amuerman como un domingo de lluvia, pero con el cielo despejado.


Después otra vez los mismos rituales: esta semana entrante tonta y malamente iluminada, la nochevieja borracha y en tacones, y después los reyes, que a tenor de cómo anda la aristocracia, vendrán a robarle los juguetes a los niños. Sin ironías: todo está en silencio, no hay más bruma que la del futuro y no termino de ver la botella medio llena ni medio vacía, la veo con bigote, nada más. Lo que nos queda por ver vendrá, lo incorporaré a la autobiografía de mi diminuta pereza por existir y, después, otra vez la mansedumbre navideña y derrochadora, sus filigranas absurdas en balcones y su espumillones que fingen la felicidad mientras, como el año pasado, los de siempre husmean en nuestros bolsillos para quedarse hasta con la calderilla, que ya ni sirve para aguinaldo.



Poco queda más por decir, por temor a repetirme, a retroalimentar mi tristeza, quizás porque no me sale de los cojones estar contento ni ruidoso. Me caigo en el silencio de los adoquines húmedos y no quiero marcharme: felices calles desiertas.


viernes, 9 de septiembre de 2011





AUTOBIOGRAFÍA (XLIX) - Maurice Guilleau






(fotografía: archivo familiar)




No se pueden escapar de la memoria, ni tampoco de la historia, algunas fotografías, y así le ocurre a esta: tan llena de literatura y de vida, como de autobiografía. Rescatada como tantas otras de un polvoriento cajón con recortes de antiguos periódicos y otras fotos, está poblada por las pequeñas manchas de óxido que ha dejado el tiempo sobre sus blancos y negros. Y a pesar de eso, de que el devenir de los años la ha estropeado en parte, conserva viva el espíritu con que su protagonista, Maurice Guilleau, se la hizo un indeterminado día de 1932, en un estudio fotográfico de Berlín, según reza en su envés.



Posterior en el tiempo es su dedicatoria: "Siempre tuyo. M. Guilleau", tras la cual este hombre la rubrica con una lazada de corte aristocrático. Pero, ¿quién es? Solo se sabe que es el único retrato del que se tiene constancia, y que llegó a Madrid, con una pequeña maleta de cuero marrón, en el expreso de Barcelona, durante el todavía caluroso otoño de 1936. En las Navidades de ese año, desaparece de Madrid, donde residió hasta que la historia le obligó a irse. El retratado no tiene identidad, se le pierde en la demora de sus silencios: calla para salvarse, y escasas son las fuentes que lo aluden sin ser del todo ciertos sus detalles. Trató con el ministro Galarza, con el espía ruso Orlov, quien vendiera el famoso oro de Moscú, y con Schlayer, al que llamaron Schindler español.



De su vida anterior nada es concreto: todo se emborrona entre sus propios recuerdos como matiza sus rasgos la neblina del tiempo sobre el retrato. Su memoria, sin embargo, hierve en imágenes baldías: la casa familiar de Ginebra, donde nació, la de su vida en Berlín, sus cafés, sus viajes por toda Europa en los que confunde nombres de estaciones de tren y habitaciones de hotel compartidas solo por amantes accidentales.



A quien le dedicara el retrato merece capítulo aparte. Era española, perdida como él entre las brumas del tiempo. Su nombre se pierde entre archivos policiales como lo que, tal vez, nunca fuese: siempre suya, con el indicio inexacto de que la literatura viene a completar lo que de las biografías se desconoce.



miércoles, 31 de agosto de 2011


AUTOBIOGRAFÍA (XLVIII) - El rosario




Hay momentos en que la escritura no puede ser menos que "literatura de urgencias", así llamada por quien quiere denostar al escritor que escribe a la luz de los acontecimientos, prestándoles más atención que a los recursos que pone en negro sobre blanco para crear belleza. Y es que a veces la belleza tiene algo de canto de sirena, de bobalicona y sugerente mujerzuela que solo embelesa para no acompañar a la fea realidad cuando va a misa.



Y no digo lo de la misa hablando en metáfora: a tenor de que España acaba de salir de una misa de varios días a la que muchos han acudido con la típica beatitud rural de hace cien años. Mientras estos que rezan piden a su dios con nostalgia el paraíso, se entretienen con la mano derecha en hacer sus cosas (entiéndaseme bien, que la masturbación constituye pecado y que no quiero hablar de eso). Digo que mientras con una mano elevan súplicas, con la otra choricean el dinero de todos y dinamitan el poco estado del bienestar que nos queda. Bastaba con ver el palco de las autoridades.


Me pregunto si los que tanto se preocupan por el alma también lo hacen por la educación pública, que mañana inicia el curso con 3.500 profesores menos, bajo el insulto de quien reitera mentiras en los medios de comunicación: las movilizaciones no serán porque tendremos que trabajar dos horas más y elevan nuestro horario lectivo a veinte horas. Quien piense en este país que los profesores trabajábamos solo 18 horas a la semana, se equivoca a propósito, porque quiere injuriar a los trabajadores de la enseñanza, que por ley tenemos que cumplir 37,5 horas semanales. No encontraremos aliados entre los simples que pensarán "qué poco trabajan estos, que tienen tantas vacaciones...".



Explicado de otro modo: no solo quiere la marquesa poner la mesa, sino también comerse el pan ella sola. Una vez más, Lucía Figar, la torpe, la inconsistente, la déspota iletrada, la aleccionada en el rosario de las tres y de las siete, vuelve a decir públicamente que por que trabajemos dos horas más no nos pasará nada. Y que se nos subirá el sueldo por esta ampliación (26 euros al mes). Cantidad por la que se me remuneraría a tres euros la hora de mi trabajo.


Y la verdad: yo no sé lo que ganan Lucía Figar ni sus falderos: por supuesto todos del erario. En conclusión, menos enseñanza, que es con lo que siempre han soñado los que ponen nuestro dinero al servicio de sus salarios, de sus coches oficiales, de su opulencia y de su regalos a los que practican el colegueo y el gürtelismo. Sin embargo, lo peor de todo no es que haya ladrones, sino que la policía mire para otro lado, y solo apunte con sus porras a los de siempre.


¿Dónde estarán reivindicando futuro, libertad y educación, estado del bienestar, sanidad, oposición a los recortes, cultura y derechos civiles todos los que llevaban en volandas santos y vírgenes en altares dorados por la Gran Vía? ¿Por qué miran hacia otro lado y no salen a la calle para reivindicar justicia terrena: escuelas, profesores, médicos, servicios públicos y trabajo los que ayer se agolpaban con rosarios pensando más en el más allá y no tanto en el más de aquí? ¿O acason piensan que el dinero de todos solo puede ir para pagar sus cirios?


Dicen que quien humilla la cerviz ante sectas, solo verá brumas. ¿Está tan inmesnamente dormido el mundo que nadie se da cuenta de que mañana tendremos que pagarnos la operación, que tendremos que hipotecar lo que tenemos o somos para pagar una escuela o la quimioterapia?


Lo veníamos avisando algunos, que terminaba este baile de máscaras. Nos quedamos sin derechos mientras hay quien sigue mirando con contrición a líderes impostores. ¿Dónde están esos millones pidiendo en Madrid que lo público siga siendo de todos? ¿Con qué estupidez nos convencieron de que los maestros solo son sindicalistas de antaño? ¿Qué dura mollera de escaso entendimiento no puede ver que se llama robo el quitar trabajos y hacinar a niños en aulas estrechas mientras la escuela católica se sigue subvencionando, como los cirios? ¿Qué enfermedad mental hace a muchos cerrar la boca cuando quien gobierna nos tapa los ojos con campañas mercadotécnicas pagadas también de nuestro bolsillo?


Será que no salen a la calle porque les da vergüenza ahora decir: "entonces, yo no estuve allí" o "no me creí cuanto me dijeron" o "no me importa no ser yo el maltratado". Qué pocos son los que pueden llegar a entender que la crisis solo pone fin a las esperanzas de algunos. "Primero fueron a por los profesores, pero como yo no lo era...", llegarán a decir entre los fuegos artificiales de la salvación eterna, tan privatizada como las barrigas ociosas de los poderosos que la compraron al precio irrisorio de la ignorancia.

miércoles, 3 de agosto de 2011

AUTOBIOGRAFÍA (XLVII) - Las fronteras





(fotografía A. S.)



Ni siquiera en vacaciones uno puede dejar de pensar en los demás, ni en las calurosas tardes del verano en que la literatura suele ejercer ese poder himnótico que a veces culmina en siesta. Una vez más, la realidad se impone a los hechos consumados de la ficción literaria y me detienen en la encrucijada de querer decir y no saber si sirve para algo.


Esta fotografía de hoy nutre una autobiografía que tampoco se posa en el recuerdo; es una foto del urgente hoy mismo que se ha quedado fijada en mi memoria como pocas y no es ficción, sino real como una novela de aquel mundo hispanoamericano y lejano del que beben las novelas de dictador.


Esta es la débil sonrisa de nuestro estado democrático; la mirada de rumiante que nos ofrece nuestro estado de derecho cuando quien manda decide imponer con torpeza que cualquier ciudadano del mundo no pueda atravesar pacíficamente el kilómetro cero de la inteligencia humana, la frontera de la dignidad. No es una escena fingida o imaginada, sino bruscamente palpable en el hosco ambiente que han creado los especuladores y los políticos que se suben el sueldo en tiempos de crisis (véase a la manchega de mantilla y collar de perlas, disfrazada como de corista viuda el día del Corpus).


Todo un símbolo: la Puerta del Sol blindada por cuarenta furgones policiales. Quitar la Puerta del Sol al pueblo es como quitarnos el pan. Cualquier español se siente vivo paseando por allí, envuelto en su continuo ir y venir multicolor caluroso. Tomar el corazón de una ciudad que pertenece a todo el mundo es como arrancarnos un pedazo de lo que todos somos: rompeolas de todas las españas, dijo el poeta, sin tener que presenciar el bochorno que cualquier ciudadano sensible puede sentir al ver esta escena humillante y torpe. Policías acampados en el foro en el que se ha cambiado una y otra vez nuestra propia historia: repúblicas, sublevaciones y manifestaciones, celebraciones colectivas y nocheviejas, hoy perdidas en el barullo de porras y antidisturbios.


Será que viene el Papa y todo tiene que estar muy limpio y aseado. Qué poco se ha indignado este con lo que están haciendo algunos: quizás le preocupe sobre todo la solvencia de la Banca Vaticana, tan espiritual y bendita, en tiempos de subprime, como benefactora. Se emplearán cincuenta millones de euros en esta santa visita, desgravables claro, por ser un acto "de extraordinario interés público", mientras la Puerta del Sol sigue cerrada a cal y canto: recemos por que la mencionada, al menos, no repita disfraz y expíe el pecado de su fecundación in vitro, no vaya a ser que la tilden allá en el cielo de "indignada" y "piojosa", y aquí en la tierra de hipócrita biempagada.


Por lo demás, reivindico mi derecho a pasear por donde me salga de la indignación. Y también que mis vecinos de París, Camerún o Carabanchel lo hagan pensando en que el mundo sigue siendo manifiestamente mejorable.

miércoles, 20 de julio de 2011

AUTOBIOGRAFÍA (XLVI) - La educación, según San Mateo





Siempre la educación, desde aquella vieja escuela de fotografías en blanco y negro, hasta la escuela de hoy, ha formado parte de esta autobiografía, que no puede pasar de referirse a algunos hechos que últimamente perturban la paz de los veranos, y marcan un paréntesis en la literatura, que siempre vuelve.


Y una vez más hay que denunciar un abuso, o varios. De nuevo la Comunidad de Madrid, ya saben, intenta azotar la Enseñanza Pública con el látigo del liberalismo de siempre: el de convertir a los institutos públicos en lugares para la beneficencia, las ruinas del sistema ejemplar y modelo que fueron para una generación de españoles de mi edad que se educaron en ellos. Es una clara agresión, no solo a los derechos del colectivo de profesores, sino también al sector público, tan maltratado por algunos medios de comunicación y tan denostado por esa parte de la sociedad que no entiende que los funcionarios son servidores públicos. Y como siempre también serán los más débiles los que sufran esas consecuencias.


Más alumnos por aula, incremento en el horario escolar, tres mil profesores menos en todo Madrid, eliminación de las tutorías, más de mil profesores en expectativa de destino sin saber dónde trabajarán el curso próximo… Y un sinfín de palos en los lomos del manso burro de los desfavorecidos de siempre. Este es el modelo social de Esperanza Aguirre, que a nadie le pille por sorpresa: privatizar, refundar: dos profesoras sin oposición se incorporarán en el I.E.S Villablanca, amparadas por una fundación privada patrocinada por Botín. Estaría muy bien que volvieran las monjas de hábito y rosario.


Esta es la Esperanza Aguirre y la Lucía Figar que se quitan la máscara centrista para enseñarnos los roñosos dientes de la derecha que se remanga la camisa (azul). El colectivo de profesores, los padres y nuestros propios alumnos (la sociedad entera) no debe tolerar este camino hacia la refundación del sector público que lleva al paro a muchos, agolpa a los niños y malinterpreta lo que es de todos para convertirlo en lo que es de esos pobres miserables. Garantizan la educación, dicen, pero habría que plantearse de qué modo.


El pasado miércoles una reunión de directores de institutos públicos de la Comunidad de Madrid pasó de largo sobre este problema, cuando podría haber sido ejemplar: algunos centros perderán hasta cuarenta profesores y en otros les obligarán a dar asignaturas que no son las de su especialidad, si no quieren engrosar las listas del paro o cobrar por media jornada (900 euros). Ni un solo director tuvo el coraje de dimitir, ni instar a que todos dimitieran, negándose a comenzar el curso con una batería de medidas tan desmedidas. Si todos hubieran dimitido en pleno, junto con sus equipos directivos (adjuntos, jefes de estudio y administradores) hubieran forzado dar marcha atrás al gobierno de la dama de hierro madrileña, la lideresa del gürtel. Supongo que estarían más preocupados de seguir apoltronados (muchos, no todos) en los tronos de sus minirreinos, casi todo ellos puestos a dedo por la misma administración, que a ellos no les ha incrementado su horario lectivo. Y es que hasta en los maltratos, hay víctimas de primera y de segunda: ya les subieron el sueldo un 15% antes de que se lo bajaran como a todo hijo de vecino un 7%. Pero callan y no tienen el valor de poner sus puestos al servicio para el que fueron concebidos: mejorar la enseñanza.


Las protestas pueden ser enérgicas o incluso atómicas: pero las cosas se afrontan con dignidad y con hechos más que con insulsa palabrería. Pero claro, es que también hay maltratadores de segunda. Y mientras esto ocurre, la prole de los profes debate sobre cómo hacer huelga o si no hacerla. Está claro que deberíamos parar los primeros diez días de septiembre: el caos que produciríamos captaría toda la atención mediática; pero cómo ocurrirá algo así se estamos nutridos del miedo. Pobres niños que no tendrán exámenes, pobres padres que no sabrán qué hacer con los niños, que no deben pagar las consecuencias de nuestras reivindicaciones. Será imbécil cuanto menos quien piense que esta huelga es solo por nosotros; al contrario, es para garantizar el futuro de nuestros propios alumnos a los que, cobremos más o menos, nos hemos dedicado con las mismas fuerzas.


Concluyo: véase la zafia derecha analfabeta, solo docta en mercados y en aconsejar a los suyos: mientras joden nuestro sistema público, nuestros colegios, que son de todos los madrileños y españoles, preparan con fruición monjil el hecho de que se abran este agosto, por orden de la Consejera de Educación para que los peregrinos duerman a cubierto, 600 en toda la Comunidad de Madrid. Ocupemos los centros esos días para explicarle al Papa que si el niño Jesús hubiera nacido en Madrid, hubiera tenido que pagar por el pesebre y su padre putativo, un suplemento por estacionar la mula. Esta es la soberbia de los votos. Y este, el daño irreparable que nos hacen.

Lee más aquí:




El País; Público.es; Diario Siglo XXI











sábado, 28 de mayo de 2011

AUTOBIOGRAFÍA (XLV) - La indignación











Pocas veces produce un acontecimiento tanta indiganción. Pocas veces uno siente que no es verdad todo lo que le contaron en aquella beatífica y tortuosa escuela de la transición. Nada es más evidente que observar estas imágenes para darse cuenta de cuánto necesita este país esa buena dosis de democracia real que tantos ciudadanos, de forma pacífica, estamos pidiendo por las calles de todas las ciudades españolas.

Es una ignominia ver cómo estos bárbaros sin escrúpulos, estos matarifes vocacionales, maltratan a sus propios vecinos, siguiendo las órdenes de un bastardo que, para más inri, cobra del erario, con el que contribuimos todos. Uno piensa que las anticuadas fotografías grises donde la policía del régimen anterior carga a caballo contra los opositores eran eso solamente, viejas fotografías de las que la historia aún no se ha resarcido.

Pero el fulano que da las órdenes de desalojar la Plaza de Cataluña, un golfo envalentonado por su reciente victorial electoral, un tal Felip Puig, no tendrá la decencia de dimitir. Al contrario, seguirá obeso obedeciendo las directrices del poder sin moral, que es lo que últimamente estamos observando como tic en la política democrática de occidente. Pocos medios de comunicación han sacado imágenes tan crudas ni tan dolorosas: golpes contra manifestantes pacíficos, golpes contra gente que, sentada en el suelo, pide sin más democracia honrosa de la que no nos podamos avergonzar. Basta con bucear en otros blogs y en esas llamadas "redes sociales" para comprobar hasta dónde la prensa es cómplice, por sus silencios, de quienes ejercen el poder como lo hace este tipo, descabelladamente y con tan poca vergüenza como parece no haber conocido nunca.

No sabemos hasta dónde llegará este movimiento revolucionario español, ni hasta cuándo, pero está poniendo de manifiesto algunas cosas: entre ellas, qué piel cubre el auténtico lobo del poder y el tipo de interés que ponen los mercados a las presas en que los ciudadanos nos hemos convertido, con el beneplácito de algunos que, sin sonrojo, nos exprimen con recortes para engrosar sus jugosos sueldos.

"Pido la paz y la palabra", escribió el poeta, imaginándose un mundo más habitable y humano. La democracia de hoy le responde: "Tú pide, pide, que yo te doy las hostias suficientes como para que estés callado", mientras vende escuelas, arruina hospitales y recorta salarios. La inteligencia debería ponerse al servicio de las soluciones, pero el gobierno de ese mítico estado catalán pone las porras para recordarnos quién es quien manda, para situar así, como siempre, la brutalidad al servicio de los poderosos.

sábado, 21 de mayo de 2011

AUTOBIOGRAFÍA (XLIV) - Crónica de una revolución



(Fotografía: África Salces)


Regreso de la Puerta del Sol de Madrid, con la vaga satisfacción de haberlo presenciado con mis propios ojos. En mis treinta y cuatro años de vida, jamás podría haber imaginado presenciar algo parecido: la revolución de un día, de dos días, de tres días, de cinco días. Si uno se deja envolver siente una extraña amalgama de sensaciones. Consignas, destellos, inteligencia, sensibilidad, ironía, dolor, crítica. Es una fulgurante página de la historia comprimida en miradas, en rostros, en manos levantadas, en carteles precarios hechos con la pasión con que solo las grandiosas obras de arte pueden concebirse.


Y gente, miles y miles de personas, pidiendo a los europeos que nos sigan, que no nos hagan decaer, exigiendo a los políticos un solo atisbo de dignidad para no pedirnos el voto, y ejercer el poder democrático con respeto, sin corrupción y sin dobleces. "Demasiados chorizos para tan poco pan", rezaba algún cartel, mientras Mafalda gritaba "¡Basta!", sustituyendo al viejo sol de Andalucía. "Un sol nuevo", "Sol-ución"... Algo tan simple como pedir un parque o más árboles ha hecho retemblar los indecorosos cimientos de los bancos y las viejas hipocresías de los que siempre contaron nuestros billetes como si fueran suyos.


Jamás pensé oír en tantas voces juntas que el pueblo unido jamás será vencido. Tiene un eco arcaico que hace estremecer. La honestidad acumulada tomando Sol. Mientras los poderosos, imagino, gesticulan mudos e incrédulos sus vulgares vergüenzas. Pienso en los corruptos, en las mafias sigilosas que diseñan paquetes hipotecarios o estrategias de masturbación mercadotécnica. Mientras el pueblo español, desde ese inmenso espacio que es la Puerta del Sol, convoca la conciencia cívica de quienes quieren más democracia, mejor política y soluciones. Ciento setenta ciudades de todo el mundo miran hacia la Calle de Alcalá, bajo el lila primaveral de un cielo teñido de poesía crepuscular. "Si cae España, digo, es un decir, si cae...", me resuena en la cabeza Vallejo con la fuerza furibunda de la razón, del temor por un futuro sin futuro.


Como pocas veces me siento feliz de ver que somos capaces de exigir dignidad a los indignos. ¿Dónde estarán los constructores, los corruptos, los estafadores, los trileros de la política, los hijos de Botín, Esperanza Aguirre, el ministro de Hacienda, Gallardón y la comparsa de farsantes con maletín y traje que les corean y financian sus mítines? ¿Dónde la quimera obscena de los inversores y contrabandistas del FMI? El mundo mira a España que, como un girasol inmenso, hace girar el mundo. Quizás solo mañana podamos soñar con que es solo el principio.




(A David, a quien le prometí dedicarle un post¨)


lunes, 16 de mayo de 2011

AUTOBIOGRAFÍA (LVIII) - Las utopías y el francés




(fuente: Cuatro.com)




Las autobiografías son también, a su modo, utopías. No solo se forman de los recuerdos prestados de padres, amigos y familiares borrosos en esos viejos daguerrotipos que el tiempo bien sabe encubrir con sus inevitables dosis de olvido. Por ello, no solo somos recuerdos en préstamo, sino también hijos de la imaginación y de los deseos, hijos del presente continuo de periódicos y dudas.



Y es ahora más que nunca, que vivimos tiempos confusos, cuando la imaginación vale su peso en oro. En tiempos de crisis y privaciones, hay quienes parecemos más que nunca llevarla en la genética, porque hay herencias que nunca tuvieron que declararse en Hacienda. Solo los de siempre tienen albaceas, notarios, abogados engolados y luengos árboles genealógicos, con sus raíces heráldicas encarnadas en las tierras que se encargaron de labrar los nuestros. Los mismos que ahora miran con un abismo de tristeza en los ojos su cuenta bancaria, el recibo, la nómina recortada y esperan con terror que el banco les arranque el techo de su casa, porque el euríbor sube por culpa de un pervertido sexual, que paga tres mil euros por noche en un hotel de Nueva York.


Amo la imaginación: aquel lema pequeñoburgués en una fachada de París. Hoy lo agitan otros: los precarios, los hipotecados y los títeres en definitiva de los poderes públicos que fornican en América, violando a una camarera (siempre el pueblo ha estado jodido) practicando el milenario derecho aquel de los señores feudales. Y es como si todos fuéramos vasallos de la indecente vulgaridad de unos pocos que nos privatizan, roban como barriobajeros chorizos y menosprecian nuestra calidad de ciudadanos con derechos. ¿Por dónde andará Laurencia, predicando contra el poder de los hombres, con sus tres siglos de vetusta y honorable rebeldía?


No estuve gritando aquello de “democracia real, ya” por las calles de Madrid. Pero me estimula la idea de que algunos pocos hayan puesto en práctica consignas en contra de la indecencia generalizada, la tozudez pasiva de los españoles que votarán a imputados y la falta de cultura que nos ahoga como una raspa en los canales de televisión. “La imaginación al poder”, escribió alguien en el 68, quizás un francés demasiado aficionado al 69.



lunes, 25 de abril de 2011

AUTOBIOGRAFÍA (LVII) - Barcelona




Regreso a las biografías y a sus ciudades, a esos lugares que, sin quererlo, nos ubican en el mundo y en la historia. Mencioné Barcelona en algún capítulo suelto mucho antes de conocerla, antes de discurrir por el intrincado rompecabezas de las calles estrechas de su barrio gótico, de la agobiada Rambla y antes incluso de tocar con mis propias manos aquellas viejas puertas de portales ruinosos del Rabal, donde el modernismo se mezcla con las turbias miradas de extranjeros perdidos por aquel paisaje de casas desconchadas. Es casi toda la ciudad un contraste que bordea la locura, como el mar su puerto.

Desde el Eixample, se divisa la inmensa torre Agbar, tan multicolor como toda la ciudad rendida a sus pies, rodeada por la cuadrícula de esa media Barcelona bien vestida que discurre cuesta abajo por el Paseo de Gracia hasta el mar. No demasiado lejos, Gaudí soñó con la Sagrada Familia, con un bosque en piedra que linda con la locura misma. En ausencia de árboles, las ciudades se inventan su propia naturaleza, en este caso de piedras sobrepuestas, esculpidas y manejadas al antojo pintoresco y ultracatólico de su arquitecto. Desmesurada y casi herética es esta catedral, concebida como si Barcelona no luciese ya la elegancia de su catedral gótica ni la inteligencia de Mies Van der Rohe, con su sublime pabellón: suficiencia sin alharacas y belleza esquemática.

¿Locura o creación? ¿Soberbia o talento? Gaudí perdió el juicio, se creyó inmortal, sin la humildad de Cervantes o de Machado. Pensó que podría superar con su obra todo lo que existía, que podría inocular en la memoria de la humidad el legado de su obra imposible. Murió tan absurdamente como no podía ser de otra manera: un tranvía lo atropella y malherido y con la ropa hecha jirones, con la apariencia de un mendigo, nadie lo socorre. Un día después de que cruzara pensando en sus cosas por la Gran Vía de las Cortes Catalanas, murió sin haberse podido hacer nada por él, que fue reconocido como el genial Gaudí, cuando ya inevitablemente se le quebrantaba la vida: el burgués, el escultor de locuras, el inventador de árboles sin hojas ni raíces, agoniza en la calle como un miserable, como los que hoy llegan hasta Barcelona en los bajos de camiones y en pateras.

Después, la ciudad se aleja como un rayo, mientras atardece por detrás de los cristales del tren que me devuelve a Madrid. Un viaje corto, de apenas horas, que me hace olvidar por un momento todo lo que nos absorbe sin demasiado sentido: el trabajo, los muebles, los recibos del banco y demás gilipolleces. Atesoro en la memoria, otra geografía, pues, para deleite de mi propia existencia. Anotaré en mi cartera la gracia de su rama verdecida. Y después, comenzará, como siempre, la literatura o su intento.

domingo, 17 de abril de 2011

AUTOBIOGRAFÍA (LVI) - Las apariencias



Las apariencias son tan reales como la vida misma, de hecho, son el alimento de las novelas, que, como la vida de muchos, no deja de ser literatura: imagen solamente de lo que algunos quieren ser, y no son y quieren serlo aunque no puedan. Nos lo decía el viejo Renoir con cada cuadro que supo pintar, y también Cervantes, a quien sigo leyendo con fruición. Pocos pueden decir “yo sé quien soy”, como dijo el bueno de Quijano.


Y muchos, casi toda una legión frívola e indolente, agitan su apariencia como si andar por la calle fuera posar en un escaparate, fingir una personalidad que no se tiene o un dinero del que se carece. Igual que los que sonríen a cada instante diciendo que todo marcha bien, mientras guardan en los anticuados bolsillos de la vergüenza sus deudas y otras oquedades. Es la falsa clase o el falso estatus: quien nunca lo tuvo, como el que esto suscribe, no necesita aparentarlo, aunque últimamente todo parezca gravitar alrededor de la impostura. Fingir es de sabios: poco importa la cultura, la educación o la honradez.


Es más feliz últimamente el que se obstina en aparentarlo: friendly, dicen los torpes que ni siquiera saben utilizar con corrección su propio idioma. Hay algo impresionista en la vida de estos pretenciosos desclasados. De cerca solo son un lío de colores inconexos; de lejos, una escena formidable y burguesa y en crisis. ¿Para qué estudiar o trabajar si solamente sirve el postizo bisoñé de vestir a la moda, sostener el bolso de tal modo, o codearse con la inapropiada gente que siempre los mirarán con cierto desdén? Son mucho más bajo que el cuarto estado, más ruines aún que los que deslomaron a golpes a nuestros antepasados al borde las eras y a la solanera vibrante de los descampados yermos de donde venimos muchos. Peores porque ansían parecerse y no lo podrán nunca, y más ruines aún porque huyen de lo que son fingiendo que sus pasados no son verdad, como sus respectivos presentes.


Es una antigua enfermedad: confundir a los distintos con los iguales, pero creo que se confunden. Allá cada cual, pero si tendemos a la honestidad nos invertimos proporcionalmente a ser como ellos, o sea, a no saber que somos quienes somos.