AUTOBIOGRAFÍA - Puestos a escribir de algo...
(Fotografía: Á. Salces)
Como casi ya es una costumbre, el aburrimiento del espumillón hace que las biografías crezcan. El aburrimiento, igual que lo cursi cuando Ramón Gómez de la Serna lo defendió, es hermoso. Esta pereza por lo que no se va a hacer, esta delicada sensación de nostalgia por lo que nunca será, este amor por lo inconcluso y que trasciende, o sea, la más sublime de las formas del tedio, es este año mi reivindicación biográfica. No querer hacer, no celebrar, practicar el sano ostracismo de la apatía se reduce a un paseo frío por el Jardín Botánico. La lentitud de las plantas, su crecimiento ínfimo, la modorra existencial de la clorofila es la mejor excusa para sobrevivir en estas fechas de hartazgo y monsergas reales.
Que otros canten, que otros engullan todo lo engullable, que otros se disfracen de hinchazón y vino barato, de arcada bulímica, de tropezón bajo los efectos del champán para olvidar no está mal, si es para no ver más allá de esta demoledora maquinaria, si es para reivindicar la niebla que haga invisibles las verdades. Pero que no sea para el engorde fingido de lo que llaman por ahí felicidad. La felicidad es lenta, silenciosa, casi microscópica. Lo elefántico es solo volumen, pero no lo fundamental. La felicidad es también aburrirse deliciosamente sin pasar hoy por la dictadura del despertador o de la etiqueta, de la puntualidad o del engaño malicioso del trabajo por el que recibimos apenas un puñado de euros.
Quiero pensar que la felicidad fermenta en el gran barril de la indiferencia y más en este mes tortuoso. De existir Dios no hubiera decidido nacer en este mes barroco y colorido, iluminado y terco. De haber nacido, puestos a escribir de algo, lo hubiera hecho en primavera, quizás en abril, o al calor de las tardes y noches del verano, por lo general más fecundas. Hubiera escrito su primer mandamiento: "Te aburrirás sobre de todas las cosas", y después hubiera sentido una apatía inmensa para seguir redactando los nueve principios rectores que siguen a ese.
No quiero hacer nada salvo esperar a que esto pase, que vuelva enero, que los días vuelvan a ser largos, que esta feliz desidia concluya en su minoritario silencio de diciembre que, bien mirado, ya ha caído en el olvido otra vez de los diciembres.