(Fotografía: Vidal)
Esta fotografía, aunque no es mía ni de ningún otro archivo familiar, me pertenece tanto o más como si lo fuese, porque forma parte de ese patrimonio común del que todos los hombres somos partícipes. Nos pertenece, por tanto, como una herencia que oscila entre el conmovedor recuerdo y la historia que se escribe políticamente correcta en los libros, con sus letras de imprenta y sus pulcras imágenes.
No es mi fuerte acordarme de las fechas señaladas, ni onomásticas, ni aniversario alguno, pero estos niños hacen la instrucción hoy también, o ayer, como todos los dieciocho de julio, recuerdo ignominioso de lo que algunos se obstinan en olvidar: setenta años transcurridos son demasiados años sin justicia y, sin embargo, sigue siendo ayer, como se empeñaron en recordar los telediarios después de las noticias desastrosas sometidas al imperativo de lo actual: catástrofes aéreas en Brasil, muertos en Irak, desastres naturales en Ibiza, condenados a muerte en Irán y un siniestro etcétera de largas crónicas luctuosas. Se repasa el día con sus crespones negros y la anécdota es que ayer fue dieciocho de julio, o sea, fue, aunque siga siéndolo en las conciencias de muchos niños que siguen haciendo la instrucción: Ruanda, por ejemplo, Somalia, o más cerca aún: Colombia.
No debimos aprendernos bien la lección, banderitas al aire. Un padre sigue arriesgando la vida de su hijo en San Fermín, otro hombre vuelve a asesinar a su mujer; y todo, absolutamente todo, lo fulmina la actualidad de un día para otro. Quizás por eso hoy traigo a mi propia autobiografía el dieciocho de julio, un ayer pernicioso no sólo por lo perjudicial, sino también porque apenas es un titular del que hoy, un día después, nadie se acuerda.
Podría haber traído a colación algún que otro retrato en el que un protagonista familiar y con algún rasgo parecido a los míos aparece en el treinta y siete sonriendo o entristecido ante un fotógrafo anónimo. Pero el asunto no es sólo mío, sino también de otros muchos que deberían tomar nota y pararse a pensar. Y cómo será después de todo aquel pretérito perfecto de imágenes en blanco y negro, que también nos transportan a la ternura de una inocencia que, a pesar de la guerra, sigue siendo en esta bellísima fotografía inocencia. Feliz aniversario.
(A Gregorio, por su fidelidad)