jueves, 19 de julio de 2007

AUTOBIOGRAFÍA (XXXI) - El dieciocho de julio

(Fotografía: Vidal)

Esta fotografía, aunque no es mía ni de ningún otro archivo familiar, me pertenece tanto o más como si lo fuese, porque forma parte de ese patrimonio común del que todos los hombres somos partícipes. Nos pertenece, por tanto, como una herencia que oscila entre el conmovedor recuerdo y la historia que se escribe políticamente correcta en los libros, con sus letras de imprenta y sus pulcras imágenes.

No es mi fuerte acordarme de las fechas señaladas, ni onomásticas, ni aniversario alguno, pero estos niños hacen la instrucción hoy también, o ayer, como todos los dieciocho de julio, recuerdo ignominioso de lo que algunos se obstinan en olvidar: setenta años transcurridos son demasiados años sin justicia y, sin embargo, sigue siendo ayer, como se empeñaron en recordar los telediarios después de las noticias desastrosas sometidas al imperativo de lo actual: catástrofes aéreas en Brasil, muertos en Irak, desastres naturales en Ibiza, condenados a muerte en Irán y un siniestro etcétera de largas crónicas luctuosas. Se repasa el día con sus crespones negros y la anécdota es que ayer fue dieciocho de julio, o sea, fue, aunque siga siéndolo en las conciencias de muchos niños que siguen haciendo la instrucción: Ruanda, por ejemplo, Somalia, o más cerca aún: Colombia.

No debimos aprendernos bien la lección, banderitas al aire. Un padre sigue arriesgando la vida de su hijo en San Fermín, otro hombre vuelve a asesinar a su mujer; y todo, absolutamente todo, lo fulmina la actualidad de un día para otro. Quizás por eso hoy traigo a mi propia autobiografía el dieciocho de julio, un ayer pernicioso no sólo por lo perjudicial, sino también porque apenas es un titular del que hoy, un día después, nadie se acuerda.

Podría haber traído a colación algún que otro retrato en el que un protagonista familiar y con algún rasgo parecido a los míos aparece en el treinta y siete sonriendo o entristecido ante un fotógrafo anónimo. Pero el asunto no es sólo mío, sino también de otros muchos que deberían tomar nota y pararse a pensar. Y cómo será después de todo aquel pretérito perfecto de imágenes en blanco y negro, que también nos transportan a la ternura de una inocencia que, a pesar de la guerra, sigue siendo en esta bellísima fotografía inocencia. Feliz aniversario.

(A Gregorio, por su fidelidad)

miércoles, 11 de julio de 2007

AUTOBIOGRAFÍA (XXX) - Las leyes y los zapatos viejos



(Fotografía: archivo familiar Valle Bascón)


Hay fotografías que, de repente, entristecen también como un viaje. Quizás porque los protagonistas han cambiado demasiado, o porque han desaparecido, o por ambas cosas a la vez. Este retrato me ha llegado desde el sur, desde aquellos lugares en los que las paredes encaladas resisten silenciosas el calor de las siestas y el paso del tiempo. Los lugares en los que al amparo de los gruesos muros blancos se busca la sombra mientras el calor atormenta canicular las tardes de verano.

Esta niña con los zapatos desgastados nos habla abiertamente de los años en los que el calor era aún más funesto y en los que las bestias convivían con las personas en el empedrado de los patios y en la paz callada de los corrales. Y contrasta la muchachita por el color negro de su atavío y la muñeca (quizás su única) que agarra para que también salga en la fotografía, como un personaje más, vivo y real, compartiendo el juego y el cariño. Cierto es que no es la primera vez que una niña aparece vestida de luto en esta autobiografía propia y prestada, pero resulta que no deja de sorprender, aunque me consta que no es más que el guión escrito de nuestras vidas antes de que fuesen nuestras. Alterando la cronología una vez más, los niños siempre parecen más antiguos que los propios recuerdos, y sobre todo si se les viste de negro.

Esta solitaria muchachita parece sobrevivir a pesar de las estrecheces. Y la traigo aquí no por ser quien es, sino porque es también un poco de todos nosotros (por si nos flaquea la memoria, como siempre) y de nuestros zapatos, y de nuestros calcetines, y de nuestros diminutos pueblos enclavados en medio del calor.

Paca, se llamaba así. Esta mujer, que dicen acopiaba cosas diminutas en la recámara de su casa, probablemente temerosa de que llegasen tiempos peores, es otra madre más, otra tía más, otra niña más indefensa ante el destino de segunda clase que les esperó a nuestros antepasados cercanos y fotografiados en el centro de su ruralidad que obstinados nos empeñamos en olvidar, no vaya a ser que nos confundan con quienes no queremos ser, aunque seamos.

Hablan de la memoria histórica, sin darse cuenta de que cuando empieza la historia es cuando acaba la memoria: error de quien nunca calzó unos zapatos tan gastados como los que luce esta niña; punto y a parte es la intrahistoria, que dijeran algunos, y que resulta ser aquí intrarrecuerdo, o sea, recuerdo del alma, es decir, abrillantador para sus zapatos demasiado dignos.

martes, 10 de julio de 2007

AUTOBIOGRAFÍA QUE SE ESCRIBE (SI LA TECNOLOGÍA LO PERMITE)

Queridos amigos y anónimos lectores. Por una avería en mi ordenador no podré actualizar el blog en algunos días. Disculpadme. Espero seguir en contacto con todos vosotros en un par de días, porque todavía tenemos muchas cosas que contarnos.

Un abrazo.