(Fotografía: archivo familiar Valle Bascón)
Sorprende aún ver por las calles de Madrid y por las de otras ciudades más pequeñas, pero no por eso menos arraigadas en antaños amarillentos, las sonrisas infantiles envueltas en tules blanquísimos o en trajecitos de marineros (o de generales de navío), que aquí en la capital, parecen extraviados en busca de un puerto, luciendo el extraño rito del tránsito hacia la edad adulta, que aún tardará en venir años. También colorean las calles vestidos lustrosos de bodas principescas y los sobrecitos con regalos en metálico que serán sustituidos por teléfonos móviles y videojuegos obsesivos. Y todo ello suele ser síntoma de que llega la primavera, porque mayo suele llenar las iglesias con niños que comienzan a comulgar y a tomar el tren de las inevitables tradiciones.
Mucho tiempo atrás, la pobreza diseñaba trajes sencillos (angelitos o hábitos de blanco, por prescripción parroquial igualitaria); los presentes eran caramelos, plumas estilográficas brillantes pero baratas y diarios nacarados y afeminados como el que yo mismo recibí el día de mi primera comunión, y que quizás me animó a la escritura beatífica y libre de pecado. Entonces, cuando nuestras madres cumplían con el rito sacramental obtenían unas vagas esperanzas de salvación y de bondad. Pero ni aquellos recuerdos al borde del ridículo nos han hecho reflexionar hoy en día sobre las necesidades infantiles ni las verdades del cuerpo y del alma.
Las niñas, parece, siguen queriendo ser princesas; y los niños (marineros en tierra con cruces de Santiago también), protagonistas ficticios de regalos inverosímiles y caros, que poco tienen que ver con la caridad y el amor cristianos, aunque eso sea otro asunto bien distinto. Faltarán sólo tres años para que olviden tanta buena intención de apostolado y se adentren en el canuto y el botellón (sanísimos para el alma más que para el cuerpo) y sólo tres años más para que se hipotequen de por vida en las soluciones habitacionales y cuartos interiores sin más luz que la de las bombillas; aunque estas menudencias son poco comparado con recibir el cuerpo del Señor; que volverá a redimirnos de nuestros pecados, pero no sé si también de nuestras deudas contraídas con Banesto.