AUTOBIOGRAFÍA: Refugio de escritores
El oficio del escritor ahora no es otro que buscar refugio. Y ese refugio se sustancia inevitable en la belleza. Incluso en estos días en que el plomizo color del cielo inunda la ciudad desprovista de abrigo, repentino frío que proviene de lejanas latitudes y de vaivenes climáticos insospechados, existe siempre una grieta por la que se entromete una hermosura que es, a veces, repentina o inesperada.
Cansados del griterío unánime, de la torpeza brutal de los políticos, de la zafiedad enclaustrada de los colegios en los que nos ganamos la vida como podemos, el escritor encuentra en la palabra, en la consonante y en el verbo exacto el resquicio a través del cual la poesía se asoma en su encuentro con la página en blanco. Aburre la mezquina suciedad del grito, de la burocracia deforme, del trámite vulgar en que vivir se convierte con su monótona música ruidosa en un sobrevivir diario. Mientras explico la sutilezas de un soneto, el grosero murmullo y la estúpida suficiencia embebida de la ignorancia se muestran despectivos con aquello que no se entiende. Decía Machado que el español desprecia cuanto ignora. Y Juan Ramón, más sutil: "Belleza que yo he visto / ¡no te borres ya nunca!". Cuando sabemos apreciar lo hermoso, su impronta se queda para la eternidad con nosotros, como si fuera una energía transformadora de lo que somos.
Los españoles están educándose en la rudeza, en la torpeza de la lengua a trompicones, en el consentimiento de la mala educación, en la tolerancia hacia el violento zarandeo del gañán. Hasta las consabidas doctrinas políticas han reducido su discurso al like, al emoticono y a los eslóganes burdos. Si los escritores no nos rebelamos contra esta ola de olor nauseabundo, también nos devorará a nosotros. La insensibilidad hacia lo bello no es solamente fracaso, es también connivencia con lo horrible, tolerancia hacia lo sucio, indiferencia ante el dolor de los demás e incomprensión hacia el que sufre la desdicha.
Nunca he sido partidario de los paraísos artificiales, ni los defiendo como ejemplo de aciertos literarios. No he encontrado jamás el refugio en ellos. No sé quién, pero nos están condenando al ostracismo y, otra vez, al exilio: exilio de interioridades. Renunciar a la belleza del mundo es también renunciar a la verdad, a la justicia, al amor, a la sabiduría. Lo es desde los tiempos de Platón, pienso: y si hemos de refugiarnos ante la incomprensión generalizada, no puede ser que solamente hablemos en nuestros poemas y en nuestras novelas. Tendremos que levantar la voz para que nos escuchen, aunque no entiendan lo que digamos.