AUTOBIOGRAFÍA - El mal que nos viene
Es posible que se llame abstemia
o aburrimiento, sin más. Esperar como el arado espera. No siempre el calor
proporciona algo de felicidad en estas ciudades castellanas y ásperas. Y así
comienza a hacer algo de buen tiempo en Madrid, mientras me marchito, me arrugo
poco a poco entre cientos de exámenes y sus correspondientes desganas. Era lo
que querían los relamidos burócratas metidos a sastres, los que hacen de la
educación una vieja cadena de montaje: una clase, después otra, otra más, al
golpe de una campana que aburre y llama al mínimo descanso del bocadillo, como
escuchaban los obreros del siglo XIX. Ni siquiera un hueco libre para
hojear un libro, visitar la biblioteca o echar una meada.
Y los aplauden fanáticos, jalean
a quienes se demostraron ladrones. Los viejos bandidos de siempre, sus
fantasmas, las espinas del rosal de algún jardín romántico y mustio, que
nos recordaba el otoño y su final, como una vida, en un anciano poema escrito
en francés. Así boquea en su agonía la cultura, la educación: "no es
trabajo, es más que eso", me refería un compañero hoy en las puertas de
esa fábrica en que me languidezco con la lentitud con que los mineros extraían
el carbón.
Así non tratan a los que
braceamos contra la corriente de la ignorancia los tecnócratas de la tijera,
los jefes pequeños amilanados, los sumisos, los neutrales, los defensores de El
Corte Inglés que obliga en su puntualidad a sus trabajadores, con esa misma
mirada bisoña de los capataces que obligaron a sus modistas a trabajar en una fábrica
ruinosa que se hunde y las lapida, mientras cosían modas europeas y madrileñas. Ya debe ser primavera también en Bangladesh
También andan en sus ruinas los
derechos: una chiquillería apilada en clases pequeñas, hijos de pobres que
aplauden a la Pantoja recién salida de su causa. Admiran por tontos a los
grandes héroes de los partidos de fútbol, se pavonean osados de sus propias
miserias y holgazanean sin futuro después de haberles inoculado en los
telediarios y anuncios la eficacia de la jilipollez como forma de bienestar.
No solo son negras las fortunas
que amasan algunos (ojalá lo gasten en sucesivos copagos), son negras las
reformas que se nos vienen, la ineficacia de los que engordan la administración
y luego se la regalan a sus amigos arguyendo que es improductiva. Nos desean el
despido porque somos imprescindibles en las democracias modernas y reales,
porque somos neutrales gobierne quien gobierne, aunque nos echen a los perros
de los que esperan en las colas del paro, que no terminan de comprender que
nosotros no les hemos robado el derecho a nadie, sino que trabajamos por los de
sus hijos.
Si falta alguna razón que se me
olvida, quizás sea porque la abstemia primaveral me deja sin las fuerzas
suficientes como para seguir pensando. O no querer seguir pensándolo, mientras
justifico que no iré a trabajar el próximo día 9 de mayo: un inútil único día,
que debería ser infinito, semanas, meses, hasta que la audacia de los poderosos
decida sacar su ignominioso ejército de mentiras a la calle.