Las apariencias son tan reales como la vida misma, de hecho, son el alimento de las novelas, que, como la vida de muchos, no deja de ser literatura: imagen solamente de lo que algunos quieren ser, y no son y quieren serlo aunque no puedan. Nos lo decía el viejo Renoir con cada cuadro que supo pintar, y también Cervantes, a quien sigo leyendo con fruición. Pocos pueden decir “yo sé quien soy”, como dijo el bueno de Quijano.
Y muchos, casi toda una legión frívola e indolente, agitan su apariencia como si andar por la calle fuera posar en un escaparate, fingir una personalidad que no se tiene o un dinero del que se carece. Igual que los que sonríen a cada instante diciendo que todo marcha bien, mientras guardan en los anticuados bolsillos de la vergüenza sus deudas y otras oquedades. Es la falsa clase o el falso estatus: quien nunca lo tuvo, como el que esto suscribe, no necesita aparentarlo, aunque últimamente todo parezca gravitar alrededor de la impostura. Fingir es de sabios: poco importa la cultura, la educación o la honradez.
Es más feliz últimamente el que se obstina en aparentarlo: friendly, dicen los torpes que ni siquiera saben utilizar con corrección su propio idioma. Hay algo impresionista en la vida de estos pretenciosos desclasados. De cerca solo son un lío de colores inconexos; de lejos, una escena formidable y burguesa y en crisis. ¿Para qué estudiar o trabajar si solamente sirve el postizo bisoñé de vestir a la moda, sostener el bolso de tal modo, o codearse con la inapropiada gente que siempre los mirarán con cierto desdén? Son mucho más bajo que el cuarto estado, más ruines aún que los que deslomaron a golpes a nuestros antepasados al borde las eras y a la solanera vibrante de los descampados yermos de donde venimos muchos. Peores porque ansían parecerse y no lo podrán nunca, y más ruines aún porque huyen de lo que son fingiendo que sus pasados no son verdad, como sus respectivos presentes.
Es una antigua enfermedad: confundir a los distintos con los iguales, pero creo que se confunden. Allá cada cual, pero si tendemos a la honestidad nos invertimos proporcionalmente a ser como ellos, o sea, a no saber que somos quienes somos.