jueves, 10 de septiembre de 2020

AUTOBIOGRAFÍA - Vivir hacia dentro. 




Ya se van a cumplir siete meses desde que un día dijeron que no debíamos salir de casa. Las realidades invisibles se comportan así, empujándonos a abandonarlo todo, a cerrar los comercios y hacer desaparecer el bullicio de las ciudades. Mientras la muerte se agarraba a los telediarios, tuvimos que empezar a vivir dentro de nuestras casas como nunca antes. Muchos iniciaron el complicado proceso de empezar a vivir hacia dentro. 

Entonces ese vivir hacia dentro nos hizo esperar, nos hizo aburrirnos, nos hizo mirar a través de la ventana, conocer al vecino, reconocer de nuevo nuestra calle, comprender qué significa el silencio en las noches, escuchar con deleite el canto de los pájaros, que volvieron a las ciudades pensando que no regresaríamos nunca más. Vivir hacia dentro significó descansar, oler con cierta tranquilidad ese extraño aroma del café en las mañanas sin prisa. Quien no podía vivir en su particular encierro era aquel que se descubría a sí mismo a diario tan vacío como suele ocurrirle cuando se vive en exceso hacia las afueras de nosotros mismos. Demasiado fuera de nosotros. Demasiado lejos. 

Necesitamos, nadie lo duda, espacios abiertos, acantilados, mar, luz, viento. Escuchar el aire moverse en las ramas es una forma de no sentirse a solas nunca. ¿Quién duda que el hombre nació libre para no vivir en el encierro de su cuarto de estar, de su pequeño dormitorio o de su minúsculo despacho frente a la pantalla plana del ordenador? ¿Quién duda que la libertad es algo más profundo que berrear una consigna mientras se hace sonar una cacerola? Hay sonidos tan huecos como algunas cabezas. Vivir hacia dentro era salvarnos la vida, en el fondo. 

Ni mejores ni peores. Escribo algo que no es una novela para resarcirme de la imaginación o, al contrario, para reconocerme mejor en la realidad. Ni mejores ni peores después de la pandemia, que aún suma titulares en los laboratorios manipulados de la prensa. Ni mejores ni peores, mientras la democracia se debilita porque hay quien embiste con la burda mentira de los eslóganes oportunistas y baratos: negacionistas chuscos, hombres de las cavernas que dejaron de creer en el trueno para creer en las tormentas. Seremos iguales, quizás, cuando podamos salir definitivamente y mirarnos el rostro sin hacerlo en su mitad, con la cara descubierta. Iguales que antes de que nos confinaran y parecidos a lo que seguimos siendo con el rostro embozado. Quien no supo vivir hacia dentro no conoce el gran tesoro que esconde el silencio, leer en la madrugada una novela o evitar que los despertadores agiten el sueño como si fuera un maltrato matinal. Esto es vivir hacia dentro: quien lo probó lo sabe.