(fotografía: Gervasio Sánchez)
Pocas veces uno siente viendo una exposición el dolor de un mutilado o las quejumbrosas miradas del hambre, como si el famélico que te mira desde el otro lado fuese también un familiar tuyo o un mero conocido. Se siente así cuando uno mira de cerca la obra de Gervasio Sánchez. "Antología" lleva por nombre esta retrospectiva sobre los horrores de un mundo contemporáneo, que a veces son solo un vago titular de periódico: desde América Latina a Sudán, pasando por Camboya, Sierra Leona o España, que también deja sus pequeñas dosis de negra historia.
La mirada intensa de los niños que han perdido una pierna por una mina antipersona tiene el mismo color que tiñe las desgracias de esa civilizada Europa que también cavó sus fosas en Sarajevo, como si fueran instantáneas tomadas en los viejos años cuarenta: pero los escaparates y los coches delatan un recientísimo pasado que casi es presente: cuando una madre anciana contempla la maleta donde su hijo desaparecido en el Chile de Pinochet ha atesorado el tránsito del tiempo con la misma lentitud con que se mueren varias niñas en un repugnante hospital de Sudán, víctimas de la miseria y la enfermedad.
Da dolor porque al regresar de esta exposición uno escucha cómo cien mil millones salvan bancos y no salvan de la hambruna, la guerra y del miedo a todas esas persona fotografiadas con una sensibilidad implacable y que, en el fondo, nos sacude el alma como los rostros de los niños soldado de África, moribunda siempre, siempre lacerada por la probreza y el hambre. Este fotógrafo, arriesgándose la vida, ha convertido en obras de arte todas esas teclas que sabe tocar la desgracia, y en un incuestionable documento gráfico que retrata el daño que solo el hombre sabe acuñar en la piel del hombre. Todos pobres, todos descalzos, todos envueltos en una atmósfera de mal presagio y de ausencia de futuro.
Qué tristeza contemplar el horror ajeno, sin poder hacer nada, salvo poner el objetivo de su cámara. Solo aventurarse a denunciar, como si Gervasio Sánchez hubuiera sabido traer el miedo y el dolor por las pérdidas a nuestras sobremesas, para que recibamos por lo menos el postre de la conciencia, mientras los salvabancos siguen anudándose con maestría sus corbatas en sus cuellos almidonados y blancos, con un deje de metafórica horca que espera solo a quienes caminan descalzos por las calles de ciudades desoladas por la guerra.
(a Gervasio, por si leyera algún día esto, y a sus protagonistas)