viernes, 14 de noviembre de 2014

AUTOBIOGRAFÍA: El azar y las medias vidas




Cuando se rozan ciertas edades, hay algo que ya por fin puedes decir: que conoces a alguien desde hace más de una década, o que media vida llevas compartida con ese alguien, que un día, como sin quererlo, cumple cuarenta años, sin que haya parecido, paradójicamente, haber pasado el tiempo desde aquel momento ya perdido en que lo conociste.

Quizás el azar también tenga que ver con esto mismo, no con la memoria, sino con ese devenir extraño al que estamos atados. Situaciones hay para cada encuentro, o para cada vida: nadie podría haberme dicho nunca que un periódico sensacionalista, cutre, corrupto y malintencionado podría depararme tanta amistad. Repito, es el azar, y también las faltas de ortografía. De esas hablaré en otro momento.

Más o menos así le ha ocurrido a mi amigo Mario: lo conocí en una redacción ya hará quince años. Se marchó. Me marché. Nos marchamos con el buen sabor de boca de habernos hecho amigos  y de la que hoy es su mujer. Y como si nada, la vida ha continuado con sus altibajos de fondo: trabajos, estudios, charlas, café y después el mejor editorial de sus biografías: o sea, la felicidad de su hijo, la continuidad en el tiempo y la misión exploradora  que sigue siendo la vida.

Después de otros cuarenta años, que no son pocos, sino los justos más o menos para poder decir de alguien que lo conoces desde hace mucho, es curioso, pero tal vez sigamos recordando el elemento azaroso que se entrometió en nuestra vida. La fotografía que ilustra este post, en estos tiempos en que Marte está más cerca de la Tierra, es solo un jeroglífico sencillo para evitar la publicidad que pudiera hacerle a un medio de comunicación en tiempos tan confusos como los que corren. De ellos, tenemos la fortuna de ser testigos. Era otra época, sí, pero cuanto somos se la debemos a ella también, y lo agradezco. Estamos aquí para contarlo. 

(A Mario, por su 40 cumpleaños)