AUTOBIOGRAFÍA: El azar y las medias vidas
Cuando
se rozan ciertas edades, hay algo que ya por fin puedes decir: que conoces a
alguien desde hace más de una década, o que media vida llevas compartida con
ese alguien, que un día, como sin quererlo, cumple cuarenta años, sin que haya
parecido, paradójicamente, haber pasado el tiempo desde aquel momento ya
perdido en que lo conociste.
Quizás
el azar también tenga que ver con esto mismo, no con la memoria, sino con ese
devenir extraño al que estamos atados. Situaciones hay para cada encuentro, o para
cada vida: nadie podría haberme dicho nunca que un periódico sensacionalista,
cutre, corrupto y malintencionado podría depararme tanta amistad. Repito, es el
azar, y también las faltas de ortografía. De esas hablaré en otro momento.
Más
o menos así le ha ocurrido a mi amigo Mario: lo conocí en una redacción ya hará
quince años. Se marchó. Me marché. Nos marchamos con el buen sabor de boca de
habernos hecho amigos y de la que hoy es
su mujer. Y como si nada, la vida ha continuado con sus altibajos de fondo:
trabajos, estudios, charlas, café y después el mejor editorial de sus
biografías: o sea, la felicidad de su hijo, la continuidad en el tiempo y la
misión exploradora que sigue siendo la
vida.
Después
de otros cuarenta años, que no son pocos, sino los justos más o menos para
poder decir de alguien que lo conoces desde hace mucho, es curioso, pero tal
vez sigamos recordando el elemento azaroso que se entrometió en nuestra vida.
La fotografía que ilustra este post, en estos tiempos en que Marte está más
cerca de la Tierra, es solo un jeroglífico sencillo para evitar la publicidad
que pudiera hacerle a un medio de comunicación en tiempos tan confusos como los
que corren. De ellos, tenemos la fortuna de ser testigos. Era otra época, sí,
pero cuanto somos se la debemos a ella también, y lo agradezco. Estamos aquí
para contarlo.
(A Mario, por su 40 cumpleaños)