AUTOBIOGRAFÍA - Comienzo de curso
Cualquier persona siente sonrojo ante imágenes así. Los niños en fila, con sus peinados modernos, mientras entra la luz por los grandes ventanales que dan paso a un jardín. Están vestidos sin uniformes y sobre la pizarra no están los consabidos y manoseados crucifijos ni los viejos retratos que ya forman parte del imaginario colectivo español. Sonrojo y estupor. Sillas cómodas, mesas individuales. Esta es una escuela de los años 50 en Dinamarca. Es en blanco y negro como muchas otras escuelas, pero no tanto como podría ser la fotografía de un colegio español de aquellos años, en los que el reglazo sobre los nudillos o el cara al sol azotaban a su modo la inteligencia y la sensibilidad de nuestros padres.
Sonrojo porque frente al furor de Eurovegas, ese gran puticlub aplaudido por los imbéciles que hablan inglés en público sin el decoro apropiado, una vieja fotografía de un país extranjero nos debería situar en el auténtico lugar de Europa que ocuparemos, no en el sur del continente, sino más abajo: en los faldones de la vieja mesa camilla en la que los legionarios de la zafiedad quieren dejarnos de por vida. Volvemos al colegio vulgar, a la realidad española de los comedores que sufren sus correspondientes copagos, a las seicientas mil becas menos, a los veinte mil profesores que engrosarán el paro este año (brotes verdes, los llaman, supongo que por la camiseta que visten con el dichoso lema de lo público). Tasas abusivas en la Universidad, profesores colmados de horas y desprestigiados y maltratados como a viejas putas medievales en los arrabales de Madrid, sueldos depreciados, sustituciones no cubiertas y niños en barracones son el mapa que diseña esa geografía del recorte ideológico. Así nos tuercen el gesto: sin poemas, con una prosa aburrida de torpes resonancias de postguerra.
Una pregunta con que Hamlet se retuerce, esa es la cuestión: ¿ser Eurovegas o Dinamarca?, ¿Wert o no Wert?, ¿Figar o no Figar? Desean implacables que haya menos universitarios, que bajen las cifras del gasto educativo, mientras ellos se subvencionan el menú en el Congreso, mientras destilan sus fraudes en Suiza con el beneplácito de los que nos gobiernan, mientras el dinero de los parados se lo quedan cuatro golfos de la bancada de enfrente. ¿Ver o no ver? Mirar para otro lado o plantarle cara a la infamia que nos retrasa en décadas, que fomenta la desigualdad y que rompe con el poco bienestar que nos quedaba.
Reconforta ver escuelas como las de esta fotografía. Reconforta ver que hubo quien pensó con razón, como se ha demostrado con el tiempo, que solo la cultura puede plantarle cara a los engominados prestidigitadores que falsean los balances codiciosamente, mientras piensan que no nos damos cuenta.