AUTOBIOGRAFÍA (XLVII) - Un sueño, una novela
Debe ser cierto eso de que los sueños se cumplen. Y se cumplen, quizás, porque forman parte de la vida: soñar como un vivir especial más allá de los días que, uno tras otro, se suceden borrosos en la monotonía insulsa del trabajo, el atasco y los extractos del banco, puntuales como tristezas en los buzones que ya no esperan cartas de amor.
Y debe ser cierto que los sueños se cumplen porque hoy, por fin, se ha cumplido uno de los míos, también formando parte de esta autobiografía. No es nada especial para muchos, ni tampoco me hace diferente. Pero ver convertida en libro una novela escrita en la penumbra dichosa de las noches, me hace comprender que despierto también se pueden soñar los sueños: sueños hechos vidas, porque las novelas son existencias ajenas entrelazadas. Y vida porque la escritura es una manera de vivir, pero no en uno, sino en los demás. Debe ser que escribir, ese ejercicio de extraña intimidad, ni siquiera nos pertenece, si quien lo hace sabe que detrás de él se esconden, como los fantasmas, todos aquellos que han soñado antes que uno: abuelos, padres, amigos, compañeros. Y todos aquellos también que pensaron en mí antes de que yo pensara en ellos.
La editorial Toro Mítico ha recogido en folios y puesto precio y cara a lo que yo ordené que otros habían dejado a retazos: profesores, palabras, mundos. Y ellos han dado forma de libro a los sueños convertidos en novela, sueños que ya no me pertenecen y que devuelvo a todos los que en su día me dejaron en préstamo lo que ellos son y que, a su vez, fueron recibiendo de otros muchos, en ese proceso infinito que nos hace ser, pero que a la vez nos desintegra y nos hace vivir en mundos que no nos corresponden.
Al menos entiendo de esta guisa la literatura. Y a ella aporto mi minúsculo grano de arena, con El retrato de Sophie Hoffman, que un día de hace casi dos años empecé a escribir, pensando precisamente en lo que no era. Paradojas al margen, “no ser” puede ser un buen comienzo; creo, de hecho, que es el único comienzo posible.
Después de varios meses de espera, a partir del próximo 16 de febrero comenzará a distribuirse por algunas librerías (recordad que soy un poetilla menor). Es vuestro este libro, que aún no ha llegado a mis manos, y que ojalá tuviese para vosotros una milésima parte del valor que todos los libros que han precedido a este han tenido para mí, y que son, en resumen, una parte más que sustancial del mismo.
Me pongo serio: no creo demasiado en la propiedad privada de las cosas auténticas. Escribo en este blog con el mismo amor con que lo hago sobre una servilleta de papel. Escribo aquí como lo hago fuera de aquí, sabiendo que los euros solo frecuentan nostalgias. Y mañana, pensando en vosotros, volveré a mi trabajo con la misma resignación de buen ciudadano hipotecado.
Y debe ser cierto que los sueños se cumplen porque hoy, por fin, se ha cumplido uno de los míos, también formando parte de esta autobiografía. No es nada especial para muchos, ni tampoco me hace diferente. Pero ver convertida en libro una novela escrita en la penumbra dichosa de las noches, me hace comprender que despierto también se pueden soñar los sueños: sueños hechos vidas, porque las novelas son existencias ajenas entrelazadas. Y vida porque la escritura es una manera de vivir, pero no en uno, sino en los demás. Debe ser que escribir, ese ejercicio de extraña intimidad, ni siquiera nos pertenece, si quien lo hace sabe que detrás de él se esconden, como los fantasmas, todos aquellos que han soñado antes que uno: abuelos, padres, amigos, compañeros. Y todos aquellos también que pensaron en mí antes de que yo pensara en ellos.
La editorial Toro Mítico ha recogido en folios y puesto precio y cara a lo que yo ordené que otros habían dejado a retazos: profesores, palabras, mundos. Y ellos han dado forma de libro a los sueños convertidos en novela, sueños que ya no me pertenecen y que devuelvo a todos los que en su día me dejaron en préstamo lo que ellos son y que, a su vez, fueron recibiendo de otros muchos, en ese proceso infinito que nos hace ser, pero que a la vez nos desintegra y nos hace vivir en mundos que no nos corresponden.
Al menos entiendo de esta guisa la literatura. Y a ella aporto mi minúsculo grano de arena, con El retrato de Sophie Hoffman, que un día de hace casi dos años empecé a escribir, pensando precisamente en lo que no era. Paradojas al margen, “no ser” puede ser un buen comienzo; creo, de hecho, que es el único comienzo posible.
Después de varios meses de espera, a partir del próximo 16 de febrero comenzará a distribuirse por algunas librerías (recordad que soy un poetilla menor). Es vuestro este libro, que aún no ha llegado a mis manos, y que ojalá tuviese para vosotros una milésima parte del valor que todos los libros que han precedido a este han tenido para mí, y que son, en resumen, una parte más que sustancial del mismo.
Me pongo serio: no creo demasiado en la propiedad privada de las cosas auténticas. Escribo en este blog con el mismo amor con que lo hago sobre una servilleta de papel. Escribo aquí como lo hago fuera de aquí, sabiendo que los euros solo frecuentan nostalgias. Y mañana, pensando en vosotros, volveré a mi trabajo con la misma resignación de buen ciudadano hipotecado.