martes, 24 de julio de 2012

AUTOBIOGRAFÍA (LIII) - Madrid y una novela


(fotografía: A. Salces)


Otra fotografía que surge como de un sueño cumplido, de otro más, y que se espera con la furtiva emoción de quien busca un regalo que sabe escondido o de quien espera una carta con la noticia de un reencuentro. Y así es esta fotografía de Madrid, desde lo alto, un atardecer caluroso de julio, sobre el fondo de los viejos edificios que querían ser París en el cruce de la Gran Vía con Alcalá. Un naranja aparece con su primera brisa que hace más ligero el calor y uno piensa en que ojalá fuera otoño.

Así es como se espera que el sueño se haga realidad: una vez más la literatura, igual que una borrosa estampa imaginada que uno solo puede compartir con los buenos amigos, con una sonrisa entre temerosa y llena de nervios. Demorando con pueril energía el paso de las semanas, convivo con la paradoja de no parar de esperar el verano todo el año y estar deseando ahora que llegue el otoño como pocas veces.

Y una novela no es nada más que una novela: mentira o mentiras hilvanadas con el esmero de noches en vela y palabras que parecen dictarse en el oído silencioso de la madrugada. Y de esta pasa a mis dedos y a los borrones de no saber muy bien cómo continuar con la vida si no es llena de palabras. De aquellas tempestades vienen estos queridos lodazales, los de la literatura, los de los atardeceres en Madrid esperando que llegue septiembre para poder ver un libro más en las estanterías de algunas librerías y dudar si es verdad o es solo la ficción de las páginas inventadas, que un día miré con la atribulada conciencia de no ser yo quien estaba allí, sino la historia enredada de mis lejanos antepasados con Madrid diluyendo su tarde al fondo.