AUTOBIOGRAFÍA - Regreso del invierno
Como siempre los viajes forman parte de las autobiografías,
y muchos viajes no resultan ser a lugares, sino también a tiempos diferentes, o
a estaciones del año que no están en los mapas, y que no se encuentran en los
grandes paneles informativos de los aeropuertos. Por eso, porque se viaja a las estaciones del año también, yo he regresado del invierno, cruzando el mar,
desde latitudes que ni se sospechan desde las calles de mi barrio. Y siempre el
mar, esta vez gris, con niebla, abierto y diferente al de las playas repletas
de gente: para los animales de ciudad sin mar, como yo, como la mía, el mar
siempre es un naufragio de misterios, tiene ese poder ensoñador que a la gente
de tierra adentro le hace alimentar fantasías. Ocurre con los barcos, cuyo
poder evocador nos lleva también lejos, a paisajes inexplorados y a otras
épocas, mucho más que los trenes o los modernos aviones. Los barcos siempre son el refugio de la imaginación.
Y cuando uno regresa del mar del Norte, o de una fantasía
alimentada en barco, o desde lejanos bosques donde el verano no existe, uno
vuelve a las cotidianas temperaturas, a los influjos tristes de las pequeñas
traiciones cotidianas, a la velocidad de un regreso inminente al trabajo, a la
sospecha de los buzones con facturas y a la ciudad sin mar que espera a
terminar su verano como si fuera un mal recuerdo, que tamizarán las primeras hojas
caídas de un futuro y repentino septiembre.
Lo que espera en los regresos siempre suele ser lo mismo, lo
que se dejó apartado y lo que se quiso dejar de lado al menos unos días.
Siempre se queda pendiente un algo de importancia relativa que uno debe
afrontar con la pereza de una siesta. Los reencuentros con la realidad
infructuosa o con la familia o los amigos. Cada final de verano es un comienzo
incierto: a qué regreso, cómo estará todo cuando vuelva, qué habrá cambiado de
lugar en el mapa de mi vida.
Y uno llega a comprobar que poco es lo que ha mudado su
estado: tu calle, tu casa, lo que creíste que desaparecería, lo que no pensaste en volver a encontrar. Casi todo sigue igual después de tu viaje al invierno, incluso
el verano.