AUTOBIOGRAFÍA (LVI) - La violencia y Machado
(fotografía: Álvaro García-El País)
Si alguien no hace mucho me hubiera dicho que emplearía esta
autobiografía, por escribirse despacio y de cuando en cuando, para hablar de
algo más que de los recuerdos prestados desde el ayer heredado de los padres o
tíos o familiares lejanos, no hubiera dudado en responder que no, porque el
ayer de hace solo veinticuatro horas no tiene cabida entre las palabras que
tomo en préstamo desde las vidas ajenas que solo me atañen con su pequeña dosis
de literatura que encierran.
Y, sin embargo, no puedo menos que mirar con los ojos de
muchos años atrás esa violencia que algunos legitiman, como si esta, menos
sutil que la de los viejos libros o anticuados poemas, o la de recuerdos que no
me pertenecen, se volviera a materializar en una borrosa e imprecisa imagen perturbadora,
pero no en blanco y negro. Digo bien: violencia, la de los golpes en el lomo,
la del insulto, la de que revienten la puerta de tu casa y se queden con ella
mientras echan a alguien a la calle, indigna e inmisericordemente; la violencia
contra un menor y su madre aporreados por la ira a sueldo de un policía contra
el suelo, la de empujones y brechas, la de la gente que no puede hacer huelga
bajo la amenaza del despido. Quienes tanto se afanan por defender el derecho al
trabajo, no se afanan en defender el trabajo digno, bien pagado, estable, justo
y honroso.
Sí, es la violencia aliada con el poder. La legal violencia
de los desahucios, de los abusos, de pedirle a un pensionista que pague sus
recetas, de quien carga contra jóvenes sin trabajo, que tienen que hacer el
equipaje y marcharse de este país de caciques, amiguismos, sotanas, monarcas
corruptos y viejas banderas de patrias ficticias (cuídense los catalanes de su
microestado mítico y fascista que auguran las encuestas, porque el tal Puig ese
llegará quizás a reyezuelo). Cualquiera que pasee por Madrid puede darse cuenta
del casi estado de excepción en el que los que temen al pueblo que dicen
representar han convertido esta ciudad. Miedo que engendra miedo.
Se cierran hospitales y escuelas, mientras siguen cobrando
el sueldo los manipuladores que no saben ni contar, como la Delegada del Gobierno de
Madrid. Pensar que la ciudadanía se cree que solo en Madrid fueron treinta y
cinco mil los manifestantes (los mismos que en Vigo o Alicante) es tomarnos por
menores de edad. Esta indecente mentirosa no dimitirá; sencillamente seguirá
cobrando la nómina que le pagamos todos nosotros, y recibirá incentivos por necedad e incompetencia, igual que esos contertulios
grasientos y que huelen a la rancia naftalina de mil novecientos treinta y
nueve, y que rezan en la misma iglesia de los que se enriquecen mientras la
mayoría se hace más pobre.
Este es el ayer del ayer, o sea, el hoy mismo y la ausencia
de mañana. Me acuerdo del viejo Machado, apoyándose en el brazo de Navarro
Tomás, cruzando la frontera de la ignominiosa España. “El vacuo ayer dará un
mañana huero”, escribió un día, quizás para decirnos que, igual que la
violencia engendra más violencia, la nada nada engendra, salvo frustración,
malestar e indignación que, cualquier día de estos, dejará de ser silenciosa y
civilizada y pacífica, para abrir con buenas razones y vagas lecciones de democracia los telediarios de las tres