CURRÍCULUM LITERARIO - BIOGRAFÍA EN CIERNES
(a Prudencio Salces, amigo y escritor)
(a Prudencio Salces, amigo y escritor)
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(fotografía: África Salces)
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Ser escritor es la tarea más difícil de todas. Uno no sólo debe lidiar contra sí mismo, contra el mundo maravilloso de las palabras inexploradas, latentes o misteriosas que anidan en cada rincón de la realidad. A veces la lucha vas más allá incluso de las barreras editoriales, muros contra los que chocan tus obras, enfrentándose sin garantía alguna de victoria al negocio de los libros, al de los traficantes de ilusiones, al de la vanidad misma de creerse merecedor de algún premio o del aplauso fácil de los que te quieren.
En más de una ocasión he hablado de este ausnto con amigos y escritores, y la conclusión siempre ha sido la misma: es duro reivindicar la honestidad cuando es con la honestidad misma con la que se escribe. Y no sé si es ésta la que imposibilita la publicación o un desconocimiento real de tu obra, que casi siempre termina en la papelera de algún despacho de gris-humo-oficina.
Por eso, ¿quiénes somos? (¿tú lo sabes, Pruden?). A ellos les escribo mi currículum literario, mi autobiografía en ciernes, la que aún está por escribir:
En más de una ocasión he hablado de este ausnto con amigos y escritores, y la conclusión siempre ha sido la misma: es duro reivindicar la honestidad cuando es con la honestidad misma con la que se escribe. Y no sé si es ésta la que imposibilita la publicación o un desconocimiento real de tu obra, que casi siempre termina en la papelera de algún despacho de gris-humo-oficina.
Por eso, ¿quiénes somos? (¿tú lo sabes, Pruden?). A ellos les escribo mi currículum literario, mi autobiografía en ciernes, la que aún está por escribir:
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CURRÍCULUM - BIOGRAFÍA EN CIERNES
Nací el mismo día que mi abuela materna pero del año 1977, cuando enero comenzó a deshacerse en las frías nieves del invierno madrileño. Entonces, aún no habían terminado de asfaltar todas las calles de mi barrio, pero, quizás, debían de saber que yo no necesitaba grandes avenidas para sentirme vivo, porque aunque tenía la bicicleta heredada de mis hermanos, me gustaba más leer que estamparme contra el suelo.
Me torturaron tres años con la dichosa mecanografía, antes de que los ordenadores sustituyesen al famoso Método Caballero (aquellos cuadernillos rojos con espiral). Yo me esforzaba por que los tipos de aquella vieja olivetti línea 92 marcasen igual la j que la ñ, porque mis diminutos meñiques parecían no tener el coraje suficiente que debe tener cualquier escritor de los de antes. Y así transcurrió mi infancia, terminando el mismo día que me lié el primer canuto a escondidas con algún amigo al que ya he perdido de vista. A la nicotina sigo adicto, aunque este dato es quizás el menos relevante para quien, habiendo nacido sin padrino, aspira a publicar una novela, pues hasta el cigarro ha perdido glamour, como yo el tiempo lo perdí estudiando Filología Española, en una universidad de cuyo nombre no quiero acordarme.
Tras cursar parte del doctorado, que sólo me acercaba hasta la pedantería propia del erudito, decidí preparar oposiciones para profesor de Educación Secundaria. Mis palabras debieron convencer al tribunal porque aprobé. Así que ahora me dedico a lidiar con adolescentes engreídos que creen saberlo todo, a la vez que yo me siento cada día más ignorante de las cosas sencillas (no distingo una vaca de un carnero, porque no he tenido pueblo en el que veranear).
Actualmente, pago mi hipoteca con religiosidad de buen ciudadano, comparto mi cama de uno treinta y cinco con una compañera excelente que soporta mis ronquidos, para los que tomo unas gotas muy eficaces que venden en la farmacia. Mi casa tiene dos balcones que dan a la calle y comencé a estudiar la carrera de Filosofía por puro escepticismo.
Alguna colaboración pequeña y alguna ayuda otorgada por premios vecinales que ni siquiera me han dado el estatus de héroe local suponen mi diminuta carrera literaria inexistente. Tengo el convencimiento de que he escrito dos novelas, pero sé que nadie se la va a leer porque tienen más de cien páginas. Quien se la ha leído me ha dicho que están bien, que vale, que escriba otra o que les ha gustado, pero es lógico que me digan esto porque son buenos amigos, y los buenos amigos están para eso.
Otros datos de interés son mi cara de empollón (por eso no incluyo la foto), que tengo el carné de conducir B1 y coche propio (sin la típica pegatina del torito) y que padezco en ocasiones de insomnio, obsesionado por esto de la literatura que, como decía mi bisabuela, cosa del demonio es; lo afirmaba ella que ni sabía leer y que cuando se murió, dicen, se le abrió la piojera. Tengo también una sobrina de cuatro años, se llama Paula y a veces pienso en lo que será de ella cuando ya no estemos aquí, pero eso es asunto para otra novela. Vale.
Me torturaron tres años con la dichosa mecanografía, antes de que los ordenadores sustituyesen al famoso Método Caballero (aquellos cuadernillos rojos con espiral). Yo me esforzaba por que los tipos de aquella vieja olivetti línea 92 marcasen igual la j que la ñ, porque mis diminutos meñiques parecían no tener el coraje suficiente que debe tener cualquier escritor de los de antes. Y así transcurrió mi infancia, terminando el mismo día que me lié el primer canuto a escondidas con algún amigo al que ya he perdido de vista. A la nicotina sigo adicto, aunque este dato es quizás el menos relevante para quien, habiendo nacido sin padrino, aspira a publicar una novela, pues hasta el cigarro ha perdido glamour, como yo el tiempo lo perdí estudiando Filología Española, en una universidad de cuyo nombre no quiero acordarme.
Tras cursar parte del doctorado, que sólo me acercaba hasta la pedantería propia del erudito, decidí preparar oposiciones para profesor de Educación Secundaria. Mis palabras debieron convencer al tribunal porque aprobé. Así que ahora me dedico a lidiar con adolescentes engreídos que creen saberlo todo, a la vez que yo me siento cada día más ignorante de las cosas sencillas (no distingo una vaca de un carnero, porque no he tenido pueblo en el que veranear).
Actualmente, pago mi hipoteca con religiosidad de buen ciudadano, comparto mi cama de uno treinta y cinco con una compañera excelente que soporta mis ronquidos, para los que tomo unas gotas muy eficaces que venden en la farmacia. Mi casa tiene dos balcones que dan a la calle y comencé a estudiar la carrera de Filosofía por puro escepticismo.
Alguna colaboración pequeña y alguna ayuda otorgada por premios vecinales que ni siquiera me han dado el estatus de héroe local suponen mi diminuta carrera literaria inexistente. Tengo el convencimiento de que he escrito dos novelas, pero sé que nadie se la va a leer porque tienen más de cien páginas. Quien se la ha leído me ha dicho que están bien, que vale, que escriba otra o que les ha gustado, pero es lógico que me digan esto porque son buenos amigos, y los buenos amigos están para eso.
Otros datos de interés son mi cara de empollón (por eso no incluyo la foto), que tengo el carné de conducir B1 y coche propio (sin la típica pegatina del torito) y que padezco en ocasiones de insomnio, obsesionado por esto de la literatura que, como decía mi bisabuela, cosa del demonio es; lo afirmaba ella que ni sabía leer y que cuando se murió, dicen, se le abrió la piojera. Tengo también una sobrina de cuatro años, se llama Paula y a veces pienso en lo que será de ella cuando ya no estemos aquí, pero eso es asunto para otra novela. Vale.
11 comentarios:
Me ha impresionado su tono melancólico, triste y desilusionado, que no está reñido con la calidad de su mensaje y a forma de manifestarlo. Yo también tengo una cama de uno treinta y cinco y creo que son mejores las de dos metros, pero mi madre llama a las camas de uno treinta y cinco camas de matrimonio cariñoso y a las de dos metros las llama las plazas de toros de las camas, que no es una refencia muy buena, la verdad. Lo del escepticismo editorial yo también lo he padecido, y no he dejado de creer en mí, pero sí en los criterios del mercado editorial, cuando publican cosas como "La historiadora", etc. auténticos bodrios... Pero, siempre llega el momento, la oportunidad, a veces pronto y a veces muuuuuy tarde, Santo Dios, no quiero acordarme de Van Goght pero no queda más remedio.
Haga usted lo que su corazón le mande, modestamente le aconseja
Sita Wikaya
hola, hermosa idea la de transformar en palabras una fotografía... de esas que siempre están en casa y acaso uno las ve de solo descuido... de melancolico a veces o solo por necesidad al buscar ese rostro perdido... una cosa, no estoy deacuerdo que los "amigos están para eso" refiriendose a lo de la calificación de sus novelas... de ser así ojo, le escribo desde Colombia, ajalá lo lea y me envíe una copia, al menos para dormir un poco... hasta pronto. Julian
Creo que siempre me impresionará este estilo tan particular, el de un tío inteligente, que ha leido mucho, y que de aquellas numerosas lecturas ha sacado lo mejor para dar a sus palabras el toque que nos tiene adictos hoy, a mí y a todos tus lectores, que no podemos hacer más que lastimar que tu talento no llegue al mundo editorial...
Enhorabuena y sobre todo gracias por estos momentos de lectura "no escolar e inteligente" que ofreces a un tal estudiante francés à traves de este blog...Sigue así con éste.
Stéphane.
P.S : Seguro que me disculparás al francés por las faltas ortográficas o gramáticas que no fallé en hacer...
...ups, mí última frase no tiene ningún sentido ! Quería decir : Seguro que disculparás al francés por las faltas ortográficas o gramáticas que no falló en hacer...
Hola, aqui me tienes de nuevo, esta vez para desentrañar esta especie de misteriosa coincidencia, que tal vez no sea tanta. Mira un hermano de mi madre, se caso con una chica de Mora de Toledo y allí vivió hasta el día de su muerte. Su único hijo varón aun vive allí , encargado de cuidar a una tía por parte de su madre, que quedo soltera y solo lo tiene a él. No sé si Talleres Vieco, te suena o le suena a alguien de tu familia, tuvieron el concesionario de la SEAT. Bueno tan poco es que todo esto sea importante en si, solo que me llamo muchísimo la atención.
no, no conocí por tanto a nadie de esas legendarias fotografías, las que me recuerdan otras de mi familia , que parecen estar hechas con el mismo patrón. Ahhhhh, perdona no te había respondido a si yo era de alli, yo nací en otro pueblo algo mas pequeño, que también se encuentra enclavado en La Mancha.
He de agradecerte lo que dices sobre mi en tu correo, nunca me considere inteligente , tal vez por humildad o por falta de autoestima.
Sabes nunca pude escribir durante mucho tiempo, pues mi mano , enseguida se quejaba por el esfuerzo de sujetar ese bolígrafo o ese lapiz, aunque siempre me atrajo el poder contar cosas. He comenzado a escribir hace cosa de unos cinco años, cuando me vi inmersa en algo así como una espiral cargada de ideas que me harían creerme aislada , ignorada y sin motivación alguna. La escritura en el teclado me es mucho mas fácil, escribo con un solo dedo, pero con curiosa rapidez. salí de la escuela con catorce años, por lo que mi cultura me temo no es muy rica, el no poder jugar y si leer , seria lo que me fuera alimentando hasta ahora, por eso no es de extrañar muchas de mis faltas lingüísticas, jajaja.
Bueno tras soltarte esta enorme parrafada, me despido por ahora. Decirte que tienes el don del que trasmite, muestra, produce y muchas cosas mas con tus escritos, yo también tuve un tiempo que creaba de una fotografía una poesía , que tiempos aquellos , jajaja. Un neso y un hasta pronto .
Noto cierto recochineo en lo de la pegatina del típico torito en el coche. ¿Algo que objetar, acaso? ¿Será mejor poner, viviendo en Lavapiés, el típico burrito catalán, que sé que tienes uno guardado para poner en tu futuro coche nuevo?
Sé coherente, Luisito.
Respuesta de Luis Quiñones
Estimado lector anónimo.
El burrito no es catalán, es extremeño, por lo menos allí fue donde lo compró un amigo para regalármelo, supongo que en sana reivindicación del peligro de extención que corre el burro hispánico. Y además, no lo tengo guardado ni mucho menos. Lo tengo pegado en el coche, sí. Viviendo en Lavapiés como vivo, no entiendo dónde estaría el problema, porque además aquí todos somos un poco extranjeros y vecinos.
Mi burrito, además, es una buena metáfora de la labor que a diario desempeño, que no es otra que la de desasnar a chiquillos, lo que hace que la pegatina me venga como anillo al dedo. Y una cosa más: si me conoces sabrás qué es lo que pienso de los nacionalismos: torpeza frente al mundo de la globalizáción. Poco más. Recibe un cordial saludo.
Ay, qué ciudadano del mundo estás hecho Luis... Ya sé que el burrito es extremeño (estaba delante cuando te lo regalaron), pero tanto tú como quien te lo regaló lo adoptasteis por su simbología anti-torito, que lo sé de buena tinta.
Y como te conozco, sé lo empapado que estás por ciertas demagogias que no vienen al caso.
Besitos.
Respuesta de Luis Quiñones.
Quierdo amigo:
Qué alegría me ha dado saber que eres tú quien me dice (amistosamente) lo de la demagogia y el burrito antitorito. No pienso polemizar, querido, contigo, por lo menos en público, porque daríamos una imagen pésima... ¿Cuándo nos tomamos un cubata y charlamos? Un beso.
Siempre me ha llamado la atención ese afán por publicar que, en general, tiene la gente que escribe. Lo entiendo, por supuesto, es del todo lógico, pero a mi siempre me ha llamado la atención porque cuesta menos publicar un libro que comprar muchas cosas de las que solemos tener y casi nadie se priva de ellas (y no lo digo por ti, que no se lo que tienes ni falta que hace).
No desesperes Luis (que también se que no lo haces) lo que tiene que venir viene y lo que nunca tiene que llegar podemos seguir esperándolo, aunqe nunca llegue.
Un abrazo, escritor.
Los auténticos lectores también abundan en internet. Si lo que quieres es hacerte rico... (que no creo) ... necesitas una editorial pero si necesitas compartir... este es un territorio maravilloso. Al principio hay que currárselo mucho. Ya lo sabemos todos. Pero luego, una vez en la rueda, esa gente que leera tus novelas llegará sola... o eso creo yo. un beso
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