Es difícil explicar qué se siente ante la ruptura que supone una noticia: una hermosa noticia que hace que el tiempo parezca doblado sobre sí, y entonces, todo gire en una especie de bucle, en el que llamadas y amigos se superponen con sus mensajes de aliento y de recuerdo. Así es: una pequeña mención, apenas dos líneas en alguna página web, pero una inmensa alegría y una inimaginable sensación de gratitud.
La Asociación de Críticos y Escritores de Madrid ha tenido a bien situarme en el justo puesto de finalista del Premio de la Crítica de Madrid, con Crónica del último invierno. Ellos dicen que es la segunda mejor novela publicada en 2018 que ha caído en sus manos. Y dicho así, suena con un reverbero de misterio, extrañeza y casi, si se me permite, de extranjeridad. Sí, extranjeridad, que siento dentro de mí mismo, como si estas cosas solo le ocurriesen a otros hombres y mujeres, a escritores distantes y cuyas fotografías son las de sus rostros desconocidos impresos sobre los borrosos fondos de ciudades lejanas y épocas difusas, en las solapas de los libros que se amontonan en las librerías, de esas rimbombantes editoriales portentosas.
Siento una grave gratitud. "Muchas gracias", repito como un mantra a quien tiene el detalle de felicitarme por algo tan gaseoso como la mención en un premio literario de tan hondo calado y tanto prestigio. "Muchas gracias", insisto: a todos los que habéis estado antes y a los que seguís estando. Al jurado cuyos miembros ignoro quiénes son, mi infinita gratitud. Gracias a quienes habéis hecho posible este cuarto sueño cumplido. Una novela de héroes y policías corruptos, un viaje al rastro romántico que deja la Transición, como un deje sonoro en la memoria de quien estuvo aporreando el teclado de su ordenador durante varios años, construyendo poco a poco la Crónica del último invierno en que esperé una buena noticia como esta, que adelanta el otoño con su hermosura inexplicable y profunda.
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