Hoy, 28 de marzo, Jueves Santo, murió hace 71 años Miguel Hernández. Me he acordado por pura casualidad, porque aunque somos demasiado dados a redondear en centenarios y homenajes, el resto de años que no acaban en cero pasan inadvertidos y silenciosos como otros aniversarios íntimos, que solo uno siente como propios. Este es el caso de Miguel, humilde, tanto que podría ser nuestro abuelo, un pariente cercano, que apenas fue a la escuela para darnos en el seno de la memoria su ramillete de espumas, labios, ojos abiertos y zapatos que se quedaron vacíos.
Qué buen momento para ver su caligrafía apretada en los viejos papeles de su cárcel mientras España reza. Estoy seguro de que casi nadie rememora en santorales su muerte prematura y consentida. Estoy convencido de que nadie reza en su soneto la muerte enlutada, envuelta en el rayo misterioso que elevó en endecasílabos a las altas rejas de aquellos enamorados labradores, que somos todos. Amar, aunque sea bajo la tierra. Conmemoramos las muertes solamente mitificadas y las muerte cercanas: hasta Madrid huele a incienso y a cirio, y hasta a injusticia, mientras el poeta agoniza en su soledad de prohibido sanatorio, a heridas que no cerraron su vida en su muerte, sino a su muerte en su poesía: eterna, volátil, compleja y mundana. Nadie ha escrito con tanta vocación de ser aire, viento, fértil tierra y justicia.
Bastaría apenas un puñado de versos, vapor, humo, y leer en silencio sus odas a las manos curtidas y al trabajo, sus sonetos de carne, su mística humana, su comunión con los hombres y su amor infinito entre los muros de la España bárbara que coleccionaba reliquias, mientras se convertían en santos los fusileros y sus cómplices.
Más vale amor, y como dijo el poeta: "Moriré como el pájaro: cantando / penetrado de pluma y de entereza / sobre la duradera claridad de las cosas". Así de simple, nos llama la primavera, pero no es ella, sino Miguel Hernández, que esboza un verso todavía en la sombra de su cárcel.
2 comentarios:
Aún recuerdo como se te escapaba esa admiración por Miguel Hernández en las clases, y nos invadía un poquito a todos los que nos situábamos enfrente.
Bonita melancolía...
Me sonrojo... Abrazos mil
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