AUTOBIOGRAFÍA (LIV) - La verdad motivadora
(fotografía: El País)
A veces, el recuerdo, como si fuera un poema cotidiano escrito en verso libre, regresa desde el fondo de la memoria para hacernos viajar, en días señalados, al pasado que hemos vivido, siempre con los nervios de los reencuentros y las dudas: volvíamos al colegio cuando ya las tardes eran menos calurosas y los viejos compañeros habían crecido y llevaban un verano más a sus espaldas como una empresa acabada y heroica. Quizás estrenáramos pantalón o camisa, para parecer más mayores, que elegían aún nuestras madres, que preparaban la ropa del día de la vuelta al cole como si de un ritual muy repetido, pero sagrado, se tratase.
Se entremezcla la nostalgia con una sensación extraña de vacío o de temor a un precipicio. Apenas podría enumerar ni diez nombres sueltos de aquellos antiguos compañeros, que rozan mi edad, con la misma desmemoria que yo la de ellos; vagos nombres y apellidos que rastreo: Ángel, Roberto, José Luis, Fernando, del cual no sé nada desde hace muchos años, Cristinas, Lauras, Beatriz, cuyos apellidos mezclaría sin solución entre otros: Tardón, Moya, Sánchez, Muñoz, Salas, Saavedra… Casi todos estos, unidos inexplicablemente en el orden alfabético del grupo B que empezaría por alguna consonante que continuaba con mi cu, y en el que siempre me encontré.
Corría el año ochenta y tantos, y muchos años más después comenzando septiembre con el aroma de los libros nuevos que mi hermano Pablo, mayor que yo, forraba con esmero: aquellos libros con círculos de colores chillones en portadas azules y verdes. Siempre que regresábamos al colegio, hacía frío. O, al menos, así lo recuerdo yo, con el viento agitando el árbol de mi calle periférica que un día cortaron dejando el hueco al cemento gris de un patio cerrado por el que nunca nadie transitaba.
Entonces, nadie hubiera imaginado los recortes en los mismos términos en que hoy se mutila la enseñanza en España, como una burla a nuestros esfuerzos por aprender y ser más que nuestros padres. Desprecian la labor que hicieron aquellos viejos profesores ahora jubilados, y desprecian nuestra labor de docentes actuales, que no nos jubilaremos con la conciencia del trabajo bien terminado, pero sí bien hecho, aunque los ladrones de siempre se empeñen en despreciarnos e insultarnos públicamente sin ocultar el miedo que nos tienen, porque la verdad no nos duele, sino que nos motiva.
3 comentarios:
Esa mezcla de nostalgia y denuncia conforta la sinceridad de un hombre, como tú (y supongo que como tantos profesores) que se siente menospreciado en su vocación de docente. Si solamente fueran los recortes justificados..., pero es que lo que más se esteriliza con esas medidas afrentosas del gobierno (quiero entender de lo que sucede en la Enseñanza) es la cualidad de poder enseñar con la mediana dignidad del hombre libre.
NO solo el lector Prudencio Salces tiene razón en su observación. No podrán conseguir que nuestro trabajo, uno de los más hermosos y esperanzadores de todos los que existen, pueda verse ensombrecido por la ineptitud y el caciquismo de quienes nos dirigen.
Hola Luis...
Estoy totalmente de acuerdo con esa observación critica que realizas al final de este interesante y melancólico relato pero tengo que decirte que ningún recorte, ni ningún miserable ladrón podrá impedir que los que verdaderamente somos los afectados de dichas medidas dejemos de apreciar vuestro trabajo, por mas que ellos tengan la posibilidad de expresar públicamente sus comentarios, somos los alumnos, tus alumnos, quienes te escuchamos cada día, los únicos capaces de apreciar ese trabajo que tanto tu, como los demás profesores hacéis por nosotros y por nuestra educación y aunque no tengamos la posibilidad de comunicarlo públicamente, mas que asistiendo a marchas y convocando huelgas, te aseguro que somos muchos los que apreciamos vuestra labor.
Con este comentario no espero que tu indignación desaparezca, solo te ofrezco otra razón que te motive seguir.
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