domingo, 25 de diciembre de 2011

AUTOBIOGRAFÍA (L) - El silencio.






(fotografía: archivo personal)



Unos días antes de que nos privaticen también el íntimo placer de caminar, vuelvo a hacerlo y a publicar una fotografía parecida a la que publiqué el mismo día de hoy, pero de hace un año. Nada da la impresión de haber cambiado: seguía el mismo silencio de postfiesta, de barullo atenuado que cena sopa, con el mismo tintineo de cucharas sobre platos en crisis. Hace también el mismo frío, ese que congela la punta de los due se esconden en los bolsillos de la trenka.


Si algo me hace sobrevivir en estos días es precisamente el silencio con que duermen las calles, mientras hacen la digestión regentina de un asado embadurnado de mentiras familiares, a pesar de la basura que atesoran los alcorques, de cuyos vecinos poco se puede decir, salvo lo guarros que son, y habrá que decirlo.


Quizás también el frío además de helar alela: "minijob", la botella, puercos de L&B convertidos en ministros, miniministros, minigolfos, a golpe de zamboba pajillera a costa del erario. Parecen felices en su mustia nostalgia navideña, mientras las calles amuerman como un domingo de lluvia, pero con el cielo despejado.


Después otra vez los mismos rituales: esta semana entrante tonta y malamente iluminada, la nochevieja borracha y en tacones, y después los reyes, que a tenor de cómo anda la aristocracia, vendrán a robarle los juguetes a los niños. Sin ironías: todo está en silencio, no hay más bruma que la del futuro y no termino de ver la botella medio llena ni medio vacía, la veo con bigote, nada más. Lo que nos queda por ver vendrá, lo incorporaré a la autobiografía de mi diminuta pereza por existir y, después, otra vez la mansedumbre navideña y derrochadora, sus filigranas absurdas en balcones y su espumillones que fingen la felicidad mientras, como el año pasado, los de siempre husmean en nuestros bolsillos para quedarse hasta con la calderilla, que ya ni sirve para aguinaldo.



Poco queda más por decir, por temor a repetirme, a retroalimentar mi tristeza, quizás porque no me sale de los cojones estar contento ni ruidoso. Me caigo en el silencio de los adoquines húmedos y no quiero marcharme: felices calles desiertas.


7 comentarios:

Grice y Leech. dijo...

Sabía que volverías a dar este paseo, que volverías a aprovechar los pocos momentos en los que las calles recuperan su fuerza evocadora de tiempos menos falaces. Ya sabes, Luis, si no participas de este circo eres tachado de aburrido. He paseado por esta ciudad de fenicios los días antes de Navidad y después de tanto petardo, de tanta peluca, de tanto grito de tacones y corbatas, he decidido irme a mi pueblo, donde aún reina algo de silencio y la helada ahuyenta a tanto energúmeno. Hay poco que celebrar, este año, de nuevo el nacimiento del sol no vendrá acompañado de luz.
Un abrazo.
Javier.

Prudencio Salces dijo...

Es curioso ver cómo la falacia de la Navidad (¡y además con mayúscula!) decepciona al más pintado. Así viene ocurriendo desde que uno fue infante, por suerte sin papá noel pero sí con sonajeras y viejos villancicos, uno de los cuales amenazaba: ..."y nosotros nos iremos y no volveremos más". Desde entonces, queridos mío, Luis y Javier, vengo oyendo en mi manada que la navidad le entristece. Ahora, de mayor, la manada de tristes cuando llega esta fecha se acrecienta en mi entorno. "La navidad me pone triste", me vuelven a decir. Y uno, emulando al bueno de Larra, ya recordáis, don Mariano, se vuelve a preguntar que a cuento de qué la celebración de la tristeza. Porque el personal segimos gastando de lo nuestro para que la feria luzca, sabiéndonos aupados a la gran mentira de la Santa Iglesia Católica: el nacimiento de un mesías que nadie atestigua su existencia real, como se constata la de Virgilio, por ejemplo. Entonces para qué cipote este mamarracho de espectáculo costoso que nos pone tristes? ¿Cómo se puede detener ese torpedo monumental que nos destruye el ánimo y, sin embargo, vestidos de falsos payasos, mantenemos activo?

No sé. Nunca he alcanzado a comprender esta idiotez muchedumbre, estas ganas de brindar con vino caro por el monumento de la hipocresía.

Prudencio Salces dijo...

Sin embargo, queridos míos, Luis y Javier, os deseo que el año nuevo nos haga aún más adultos, contra todo pronóstico y espera de que se enmiende la plana.

Anónimo dijo...

Como siempre, BRILLANTES, y no me refiero a las lucecitas de la época, me refiero a vuestras cabezas. Dais envidia.
Maravillosa frase que no se si viene a cuento, decídmelo vosotros:
"la verdad os hará libres" (s.Juan 8.23) "la mentira, creyentes" (Pepe Rodríguez)

Anónimo dijo...

Querido Luis, eso de que ves a la botella con bigotes... Es de lo más sublime que he oído estas navidades; y no solo a la botella con bigotes, sino al bigote pegado a la botella, porque a él "nadie le dice cuando se puede tomar una copa"; y al más alto le veo escondido contando-nos historietas detrás de una elefanta, y en fin, estas navidades, pese a ellas mismas, están siendo más circenses que los payasos de la tele.
No te deprimas, hombre, porque eso es tan común en Navidades que el que se deprime casi cae en la vulgaridad; imáginate que ya hay una canción que dice: No te deprimas, no debes llorar, debes reír, te voy a decir por qué: Santa Claus ha llegado a la ciudad. En fin, nuestros santa claus de turno van de azul y me temo que van a quedarse durante una laaaarga temporada. Mejor reirse no por ellos, sino de ellos, ¿qué otra opción nos dejan?
Nos vemos.
Inés.

Pilarin dijo...

gracias por aparecer y por contar las cosas, las que sean, tan bonitas.

Ana Aneiros dijo...

Por suerte, incluso la navidad se acaba.
Un abrazo.