Nos acompañan tan silenciosos, como fantasmas, que no reparamos en que ellos, con su silencio cosido en lomos a veces parecidos, pero siempre diferentes, han poblado también autobiografías y vidas que, como si solo hubiesen pasado rozándolas, las han llenado de lo que ellas son en gran medida. Y algo así siento cada vez que veo este libro que ya ha llegado viejo hasta mí, y me ha hecho mucho más joven, quizás el que yo era hace quince o diecisiete años. Esta fue la primera edición en la que yo leí a Machado, en una antología en rústica manoseada de una biblioteca, y por eso pasa aquí, a este otro lado de las existencias en que se recuerda lo que no siempre se puede recordar.
Y es entonces, al observar su cubierta marrón y beige con la mirada de antaño, noto que aquel objeto no es solo un objeto, sino un rastro de alma por allí perdida, sin planos, sin tampoco demasiado horizonte, arrugado en la memoria, como otras viejas fotografías. Se convierte, sin quererlo, en un milagro de la memoria, de la primavera aquella en que reverdece una rama igual que un recuerdo. Qué forma más hermosa tuvo el autor de aquellos poemas de hablar de la vida venidera y de la memoria, todavía impresa en el tronco robusto que fue, y que ahora se deja ver hendido por el rayo. O del banco que verdea debajo del laurel, envuelto en la humedad de un invierno de llovizna. Cómo no hacer de uno el paisaje de negros encinares, por donde pasa el hombre apenas sin dejar sus huellas, y sin mirar la senda a su espalda. Es biográfico también su ascetismo silencioso de caminante tímido por páramos con historia pero sin presente. Y también lo es su complementario, el que es en su envés su yo fundamental.
Se amarillean las páginas tan fácilmente en estos libros anticuados y baratos, que en estos tiempos de Internet y fugacidad, uno no piensa que en verdad maduran en vez de avejentarse. No podría decirlo, si no fuera porque a medida que pasan los años, lo siento más valioso aún, más jugoso, como la fruta a punto de explotar doblegando con su peso excesivo la ramita de un árbol. Sería mentira afirmar que todo lo bueno que me ha pasado en la vida se debe a este librito. Pero falso ocultar que muchas de las buenas cosas que he vivido se deben a él, solitario y lleno de polvo, como un trasto viejo de esos que pueblan algunas vidas despobladas.
(A Mariete, que por su cumpleaños, tambien le habrá pasado algo así)
4 comentarios:
También es entrañable, y verdadero a más no poder, que un libro, aunque no fuese el primero que uno leyó, un libro viejo que a uno lo hace joven al releerlo o simplemente al contemplarlo, forme parte del devenir de una persona.
Es extraño, ahora que lo pienso, y hablando de "complementarios", que hasta ahora no hubieses puesto un libro como parte de tu autobiografía, pero es grato saber que don Antonio forma parte de tus sentires de juventud.
Pruden
Yo tambien leí a Machado en un libro como ese. Y también pensé en lo bien que sabía expresar ese hombre las inquietudes del alma. Gracias por traerlo aqui.
Gracias, Luis. Todo lo bueno (también lo malo) que nos pasa en esta vida está escrito en los libros, ya sea frase por frase o como vivencia reconocida cuando los leemos. Sin duda sabes que un libro, una buena obra, no termina de serlo del todo hasta que lo leen sus lectores, quienes asienten sus frases y se reconocen en sus personajes, lugares o, simplemente, pensamientos.
También en este libro que tú escribes nos reconocemos todos; unas veces en las vivencias de otros que nos resultan cercanas y otras, como es hoy mi caso, por alusión directa.
Por cierto, que no tenga que pasar otro año. Tú ya me entiendes.
Un abrazo
Mario
Tomo nota del apunte machadiano. Hay autores que uno no sabe por donde entrarles. Un saludo
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