(fotografía: África Salces)
A ciertas horas, cuando atardece por detrás del derrotado ejército de antenas de la ciudad, Madrid da la sensación de mirar al sur, muy al sur, como buscando una utopía que comienza a deshacerse más allá de los últimos arrabales, cicatrizados por las vías del tren. Y es en ese momento, en esas deshoras descuidadas, en que los tristes ahuyentan sus fantasmas por la calle de los Tres Peces arriba, cuando Lavapiés entibia los colores sobre sus tejados abigarrados y marrones, envueltos en la babel sin norte de sus escaparates iluminados, de sus calles empinadas y trazadas como un laberinto azaroso y vertical en el que las casas se entrechocan y la ropa tendida se agita en sus cuerdas de antaño.
Y así es cómo se le recibe al extranjero, al turista extraviado, que mira con asombro el ir y venir bullicioso y multicolor de un barrio que, desde su suciedad, corazón orinado de Madrid, también reivindica mirar al sur más allá de sus buhardillas ruinosas y sus portales oscuros, donde los que no tienen portal lo buscan agriados en el alcohol sin el dinero ni la piedad de los hijos sin padre. Hachís barato, caña antigua de fachada azulejada y hurto de muchachos que vinieron en patera. Corazón orinado de Madrid, en que la ciudad se refleja sin luz en las aceras. Ortodoxia de los poderosos: los que viven allá que no paseen, dirán: quien pasea piensa, quien piensa no me vota. Y así hasta hoy, sobreviviendo al vagabundeo de la insolencia y la basura solitaria, mientras los balcones se alinean con su aire humilde del siglo diecinueve, encerrando como tesoros las corralas viejas sin ascensor y artrosis.
La policía contempla un decorado inmóvil consumida en el aburrimiento. El caballo come de un seto. La plaza se dispone a dormir a la sombra de los nuevos habitantes perennes de las soluciones drásticas. Mientras sharis y ojos rasgados encienden a media luz las cabinas telefónicas y los locutorios donde se echa de menos a quienes andan separados porque no hay pan allá de donde vinieron y dejaron a sus hijos. Huele a curry en la calle del Ave María. A mostaza. A meado en la esquina del Barbieri, con su encanto agrietado y con goteras. Una anciana no puede subir la pequeña cuesta, mientras un ridículo microbús a lo Trastevere, silencioso, consume los impuestos municipales pintado de azul.
Es curioso cómo algo puede morirse y vivirse a un mismo tiempo. Cómo puede mirar al sur y estar ciego. Cómo puede atardecer y amanecerse. Recordarse y vivirse: aquí vivieron también nuestros antepasados, recibidos del campo, pagados con el olvido del oprobio y el reciente desprecio al extranjero. No pasamos, porque sencillamente nos quedamos a vivir aquí.
7 comentarios:
Luces y sombras, Luis, eso tiene tu barrio. Y hacen tanto daño los que, cual vulgar Rajoy, solo ven las sombras, como los que, bambis de pacotilla, todo lo ven iluminado y son felices con una multiculturalidad que solo conocen de cines y ensayos.
A Lavapiés lo que le hace falta es gente como tú, que transite las calles, que no deje de pasar por ellas porque las siente suyas y de los que como él las miman y las cuidan. Esto me lo repito yo cuando se me ha hecho tarde y atravieso Desengaño con las quijadas bien prietas dirección hacia mi casa -más al norte, mirando hacia Medina del Campo, que decía Ramón Gómez de la Serna, chulapos en vez de manolos. Hace falta caminar sin cesar por las calles, tomar cañas, estudiar en la U.N.E.D., integrar a los que vienen, rechazarlos si mean o atracan o insultan, quedarse en los barrios, para que no tenga nadie la excusa de montar un "Sojo madrileño", como por ahí se rumorea, que lo monten en la Castellana. Y el que quiera Lavapiés, que baje sus cuestas y salude a sus vecinos.
Me ha gustado tu relato, señor Quiñones. Ahora que lo pienso, en Lavapiés no hay pasos, ¿no?, ni nazarenos, ni saetas... habrá que bajar el jueves.
Javier.
¿No hay pasos de semana santa en Lavapiés? ¿Pues qué mejor lugar para pasar ahí estas vacaciones?
Pese a todo eso y más, mucho más... Madrid me gusta.
no olvido ese café en esa terraza de la UNED, y tú me lo recuerdas cada vez que escribes, esta vez de forma especial con esa fotografía, que no sé si está hecha desde ese mi rincón de los recuerdos o desde otro lugar, en cualquier caso GRACIAS!! al menos os tengo en tus palabras y en sus imágenes. se os quiere y se os echa de menos por el sur. Pilar
Magnífico, Luis.
Ayuda a entender el barrio y anima a sentirlo.
¡¡Ay!!
¡¡El sur, siempre el sur!!
Como si fuera así la vida, como si la viviésemos de verdad.
Un fuerte abrazo lavándome los pies, aunque suene escatológico.
Luis, he leído la reseña del ABC sobre tu libro, pero el tal Juristo (que más bien escribe como un
jurisconsulto que como comentador de libros) se luce sobre sus propios conocimientos de
literatura en vez de hablar de la novela. Al final, lo reconoce, estamos ante una buena
novela. ¿Qué sería de una novela sin tensión? Y "El retrato de Sophie Hoffman, como diría Rilke, es el arco en su momento de lanzar la flecha.
Recientemente leí una hermosa inroducción de Doris Lessing para su "Cuaderno dorado" y con
justicia arremete contra las tesis y las críticas que se escriben de una obra basándose
en lo que los especialistas dijeron de esa obra más que en las propias conclusiones del
lector. Y eso es lo que ha hecho este hombre, de tres párrafos de su columna, dos de
ellos los emplea para expandirse sobre el tipo de obra al que pertenece tu Retrato.
Bueno, algo es algo, pero en Internet hay gente más sincera y concreta hablando de Sophie
Hoffman y de Luis Quiñones.
Abrazos
¡¿...?!
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