AUTOBIOGRAFÍA (XXXIII) - La fe de bautismo
(Fotografía: archivo familiar)
“Juzga y te juzgarán”, reza un versículo del librito que sostiene esta niñita entre sus manos, el día de su primera comunión. Y aunque sorprenda, sigue teniendo la misma carita, aunque eso sí, con cuarenta años más que en esta preciosa foto, en la que su protagonista, prima hermana mía, posa con flequillo aristocrático y un cierto aire entre cursilón años 60 y sisí emperatriz, pero del barrio de las Ventas, de donde es su padre, Folichi y el mío, Jesulín (ambos hermanos), y mi querida tía Petra (viuda de mi tío), que rozando la tercera edad no ha faltado ni un solo año a la cita telefónica de mi cumpleaños, y van treinta.
Difícil es juzgar esta década todavía a blanco y negro, en la que las hijas de albañiles como ésta, nieta también de la abuela Luisa (quien repartía una naranja entre siete en las nochebuenas antiguas), sirven de reflejo del agotador tiempo en que aún se rezaba el rosario y el ángelus sonaba por los viejos transistores.
Traigo a Tere aquí, la niña del retrato, vestida con su pomposo vestido de gasa, porque ella y su familia también forman parte de mi propia autobiografía: después sería mi madrina, quien me sostendría cabezón y sin pelos ante la pila bautismal tal y como una fotografía rescata aquella escena del olvido. Y parece en el fondo que el tiempo no ha sido tan duro con ella, porque sigue conservando su carácter jovial y aún se le puede reconocer si bien se mira a esta niña, que tiene como yo el rubito exactamente igual que el de muchos otros quiñones.
Perdió a una hermana: sin los avisos previos de las últimas dedicatorias. Pero parece ser que la vida le ha convocado para ser también feliz, que seguro que lo es viendo a sus hijos, conservando un matrimonio y contemplando colear, entre los achaques que también nos dignifican, a su madre, Petrilla, como la llama aún mi padre con su sonrisa de pícaro.
Caigo en la cuenta de que hace muchos meses que no la veo, ni a ella, ni a su marido ni a su madre. Tropiezo después con la vorágine de los días que corren sin cesar y que nos hacen transformarnos sin quererlo. Y no sé por qué, pero sigo mirando este retrato y sigo reconociéndola, cada vez más parecida: con su tiara majestuosa de diminuta princesita de Asturias, y después, estampando su firma sobre mi fe de bautismo, que en bendita hora, por cierto, me hicieron pasar por aquel trance.
Difícil es juzgar esta década todavía a blanco y negro, en la que las hijas de albañiles como ésta, nieta también de la abuela Luisa (quien repartía una naranja entre siete en las nochebuenas antiguas), sirven de reflejo del agotador tiempo en que aún se rezaba el rosario y el ángelus sonaba por los viejos transistores.
Traigo a Tere aquí, la niña del retrato, vestida con su pomposo vestido de gasa, porque ella y su familia también forman parte de mi propia autobiografía: después sería mi madrina, quien me sostendría cabezón y sin pelos ante la pila bautismal tal y como una fotografía rescata aquella escena del olvido. Y parece en el fondo que el tiempo no ha sido tan duro con ella, porque sigue conservando su carácter jovial y aún se le puede reconocer si bien se mira a esta niña, que tiene como yo el rubito exactamente igual que el de muchos otros quiñones.
Perdió a una hermana: sin los avisos previos de las últimas dedicatorias. Pero parece ser que la vida le ha convocado para ser también feliz, que seguro que lo es viendo a sus hijos, conservando un matrimonio y contemplando colear, entre los achaques que también nos dignifican, a su madre, Petrilla, como la llama aún mi padre con su sonrisa de pícaro.
Caigo en la cuenta de que hace muchos meses que no la veo, ni a ella, ni a su marido ni a su madre. Tropiezo después con la vorágine de los días que corren sin cesar y que nos hacen transformarnos sin quererlo. Y no sé por qué, pero sigo mirando este retrato y sigo reconociéndola, cada vez más parecida: con su tiara majestuosa de diminuta princesita de Asturias, y después, estampando su firma sobre mi fe de bautismo, que en bendita hora, por cierto, me hicieron pasar por aquel trance.
7 comentarios:
Buen blog, sigue con ello
Estimado amigo, te escribo porque me ha conmovido la brevedad con que se expresa este lector ocasional y no puedo pasar por alto el hecho de que se quede sin comentarios un post tuyo, que por otra parte, es bueno, tan bueno como el resto. Veo que ni en verano descansas. Suerte.
Los insondables caminos cibernéticos me han traído hoy aquí, a esta suerte de refugio virtual donde se mezclan majestuosamente literatura e historia personal. Historia de tu vida y la de los tuyos... y la de los míos.
Me obligaré a esconderme de vez en cuando en los recuerdos de esta estirpe, esperando que llegue, al menos, a 100 años y deseando que estos no sean, no hayan sido, de soledad.
(Un comentario debería estar a la altura de lo que comenta. No aquí, donde el que escribe no puede más que maravillarse de lo leído y esperar que esa sensación continúe durante mucho tiempo.)
En concordancia con j.a.o., siempre he pensado que esta bitácora tuya, Luis, se sustenta y se complementa de buena literatura y de recuerdos que ni siquiera ha vivido el escritor. Es decir, tú. Esa es la cualidad del que siente pensando. Y por ese gusto de leerte, callo. Y espero.
Yo también me quedo sin palabras, amigo Luis, y también callo. Pero sirva este post para que sepas que no pierdo la oportunidad de leer esos post que tan generosamente nos dejas compartir.
Un abrazo. Víctor
Respuesta de Luis Quiñones.
Muchas gracias a todos por vuestros comentarios, que son, por otra parte, gratos y sinceros. Sobre todo a los recién llegados que son bienvenidos siempre. Espero que a partir de ahora sigamos en contacto.
Abrazos para todos.
A quien corresponda.
Este lugar en el cual nos perdemos de vez en cuando, si por algo se caracteriza es por utilizar de forma pulcra y esmerada la lengua de aquel señor al que hace referencia el segundo apellido de mi querido y admirado Luis, que cual Pinito Del Oro, se arriesga con valor a dar cabriolas y dibujar bellas piruetas con su magnifica prosa deleitándonos a todos. Todo lo cual, a un servidor le sirve tanto para acariciar su sensibilidad, alimentar su inteligencia y de paso mejorar ortografía que buena falta me hace.
Para terminar y a riesgo de acrecentar mi fama de resabidillo, me gustaria pedir a quien corresponda, que utilizaramos o incluso inventáramos palabras que sustituyeran a "post", "blog" y similares, ya que leidas aquí rechinan.
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