AUTOBIOGRAFÍA (XXIII) - El anónimo heroísmo
(Fotografía: archivo familiar Valle Bascón)
Todos ellos tienen un punto de heroísmo anónimo, por el que, sin duda, también ha pasado el tiempo. Esta fotografía quizás tenga el mismo regusto dulceamargo de otras, que, como ésta, fueron hechas hace casi medio siglo. Cincuenta años, apenas, recordados como en otras ocasiones desde la licencia que otorga el recuerdo prestado. Era entonces cuando los campos de fútbol no tenían césped ni había grandes estadios de hormigón. Tampoco retransmitían las hazañas deportivas por la televisión, porque aunque inventada, muy pocos eran todavía los hogares en que este electrodoméstico interrumpía las conversaciones de la cena o la comida.
Cuenta mi padre, que antes, en los solares prestados del ayuntamiento, los niños hacían pelotas con trapos que nunca botaban pero que, sin embargo, tenían una milagrosa y esférica forma que si no mundiales, permitía a los chiquillos improvisar un partido de fútbol en las siestas. En los pueblos, el equipo de fútbol (Club de Fútbol Montalbeño) daba el prestigio que nunca darían a sus villas sus alcaldes ni patronos. Tenían la sana confianza en el deporte, en la competencia y en el sudar la camiseta a cambio del preciado gol saboreado después con la fiesta de las cervezas frías, sin más. Entonces acudían los vecinos el domingo por las mañanas, posiblemente después de la misa, a ver los partidos con el nudo en el estómago, con los nervios a flor de piel, para festejar cómo unos y otros se peleaban por el humilde uno a cero del primer tiempo en casa.
Ocurría mucho antes de que los futbolistas fuesen de esas estrellas a las que sólo les brilla la billetera y el peinado de moda. Ninguno de estos muchachos fotografiados esquivando el polvo de los campos de fútbol pobres, jamás pensó en triunfar con sus viejas botas y pantalones y camisetas demasiado desgastadas por su uso. Se jugaba por amor a sus pueblos y a sus novias, que los miraban desde la grada improvisada, como el acontecimiento más grande de sus vidas. Y aquello les honraba y les daba las vitaminas necesarias para llevar a cabo la gesta de vencer al equipo de Puente Genil.
Ahora estas fotografías se guardan entre tantas otras que han pasado al silencio de los recuerdos antiguos. Porque llegaría la Liga de los millonarios, de los talonarios, de los árbitros y los corruptos constructores y recalificadores de terrenitos. Hoy mismo, escasean los campos de fútbol, porque se prefieren los de golf, verdísimos incluso en las ciudades, quizás porque meter aquella diminuta pelota blanca en un agujerillo es menos sudoroso y cansado que pelear por la honra sobre un campo de tierra. Y es que hasta para eso, hay diferencias.
Cuenta mi padre, que antes, en los solares prestados del ayuntamiento, los niños hacían pelotas con trapos que nunca botaban pero que, sin embargo, tenían una milagrosa y esférica forma que si no mundiales, permitía a los chiquillos improvisar un partido de fútbol en las siestas. En los pueblos, el equipo de fútbol (Club de Fútbol Montalbeño) daba el prestigio que nunca darían a sus villas sus alcaldes ni patronos. Tenían la sana confianza en el deporte, en la competencia y en el sudar la camiseta a cambio del preciado gol saboreado después con la fiesta de las cervezas frías, sin más. Entonces acudían los vecinos el domingo por las mañanas, posiblemente después de la misa, a ver los partidos con el nudo en el estómago, con los nervios a flor de piel, para festejar cómo unos y otros se peleaban por el humilde uno a cero del primer tiempo en casa.
Ocurría mucho antes de que los futbolistas fuesen de esas estrellas a las que sólo les brilla la billetera y el peinado de moda. Ninguno de estos muchachos fotografiados esquivando el polvo de los campos de fútbol pobres, jamás pensó en triunfar con sus viejas botas y pantalones y camisetas demasiado desgastadas por su uso. Se jugaba por amor a sus pueblos y a sus novias, que los miraban desde la grada improvisada, como el acontecimiento más grande de sus vidas. Y aquello les honraba y les daba las vitaminas necesarias para llevar a cabo la gesta de vencer al equipo de Puente Genil.
Ahora estas fotografías se guardan entre tantas otras que han pasado al silencio de los recuerdos antiguos. Porque llegaría la Liga de los millonarios, de los talonarios, de los árbitros y los corruptos constructores y recalificadores de terrenitos. Hoy mismo, escasean los campos de fútbol, porque se prefieren los de golf, verdísimos incluso en las ciudades, quizás porque meter aquella diminuta pelota blanca en un agujerillo es menos sudoroso y cansado que pelear por la honra sobre un campo de tierra. Y es que hasta para eso, hay diferencias.
6 comentarios:
Nosotros nos juntábamos en la explanada del barrio para jugar "desafíos" contra el equipo del barrio colindante y como único trofeo para el vencedor se daban "banderines" dibujados con lápices de colores sobre las tapas de una caja de zapatos y recortados por nostros mismos. Luego les poníamos una cuerdecita, a modo de asa para prenderlos, y resultaban la mar de monos. No te puedes imaginar la ilusión con la que dibujábamos el escudo del equipo del barrio, que siempre era diferente cada vez, para llevarlo al campo donde defenderíamos su honor con el último resuello de nuestras almas.
Muchos de aquellos recuerdos los he compartido, bastantes años después, con algunos de los compañeros de entonces y todos coincidimos en que jamás pusimos tanta ilusión como en aquellos partidos en la explanada junto a la iglesia.
Un abrazo.
Que sana es a veces esta clase de nostalgia amigo Luis, ahora que la fiebre recalificadora convierte lo azul en naranja butano, lo de todos en lo de los que están conmigo, la historia en un cuento para niños.
¿Quién recalificará al recalificador? ¿quién nos devolverá el derecho a saber que significan palabras como democracia, valores constitucionales, libertad...?
Entretanto, te agradezco Luis el regalo que nos haces con tus textos.
Tienes un duende especial para contar cosas, Luis.
A mí este artículo me ha recordado momentos de mi más tierna infancia, y es claro quees otraépoca que laque tú relatas.
Lógicamente no era lo mismo, nosotros nunca jugamos con un balón de trapo, sino con un Tango, que era nuestro balón oficial.
El campo de futbol era en las eras (espacio al aire libre -¡empedrado!- donde a falta de troje o granero, se depositaba el grano), que además estaba situado en un cirate, con lo cual, la mitad de las veces jugábamos y la otra mitad corríamos por los terreros detrás del balón. Recuerdo que, mediados los meses de Mayo y Junio, cuando la cebada está más alta, si el balón caía por un lado podíamos pasarnos horas buscándolo...¡Con lo que pican las espigas!!!!
Recuerdo que hacíamos las porterías con tronco de chopo. Bajábamos a la chopera, elegíamos algún chopo caído y, serrucho en mano, martillo y clavos...Y eramos unos críos¡¡¡¡
Y sí, yo sí albergue la esperanza -infantil- de ser un grande del futbol, entonces sonaba Carrasco, Santillana...Pero me seducía más pavonearme ante las chicas del pueblo de al lado cuando organizábamos torneos. Claro, que tuve pocos momentos de gloria, porque siempre chupaba banquillo y, para qué nos vamos a engañar, siempre puse más voluntad que talento.
Huelga decir que en mi infancia -aunque tampoco en esta adolescencia que poco a poco me abandona :)- no tuve demasiados amores, salvo los platónicos, claro, aunque imagino que no fue culpa del futbol.
A veces veo el pueblo, lo que ha progresado, con su pista de futbito, sus calles asfaltadas, y sin aquellos viejos acostumbrados a saludarte con una sola vocal -te veían y decían "ahh", y tu contestabas "ehh"- pero cada vez tengo más el convencimiento de que la añoranza no es sino un síntoma de la edad que se acetúa con la vejez, y que ese sentimiento, humano, seguirá inalterable para las generaciones venideras.
Bueno, ya me callo. Felicidades por tu blog. Por cierto, hace tiempo formateé el ordenador, y sufrí una tragedia, por lo quetego que pedirte un favor. Ya te mandaré mail.
Abrazos
Respuesta de Luis Quiñones
Estimado Víctor:
Gracias por tu comentario-semblanza de ti mismo. Gracias por quererla compartir conmigo y con los pocos lectores que se pasean por aquí y prestarnos también tus recuerdos, que hago míos.
Visitaré tu bitácora y seguiremos en contacto. Un fuerte abrazo.
Salud.
Comparto casi todo lo que expones en tu comentario. Yo también tuve la oportunidad de jugar en las calles por el escaso trafico, pintando las rayas con restos de yeso de alguna obra y libros o abrigos que hacían de porterías... El tiempo, no corría igual de deprisa... o al menos, se saboreaba más lentamente, con ese placer tal vez de que es lo mejor que podemos hacer...
Hoy, todo es distinto. Nos movemos tan deprisa que no tenemos tiempo para vivir, y tan sólo intentamos ser mejores en aquello que nos compete, dejando el tiempo libre para menesteres que, en lugar de ser, tal vez más placenteros, están mejor vistos ante una sociedad que tiende a un cierto individualismo...
Tal vez, querido amigo, el problema de los campos de golf en lugar de estadios de futbol, no estribe si no en que cada vez, somos más individuales y apreciamos menos el trabajo, aunque sea un juego, de un verdadero equipo... hoy, todos jugamos a ganar, y muy pocos juegan por diversión... Tal vez nuestros hijos puedan recuperar la esencia de saber compartir el tiempo para que puedan volver a saborearlo lentamente mientras se enriquecen con la compañía...
¡Hola Luis! que alegría me has dado al encontrar un comentario tuyo en Carta Postal ... ya te extrañaba.
Y que bueno que has vuelto a contarnos una historia, de esas que tu sabes relatar tan bien...llenas de esos recuerdos que se extrañan tanto... tus palabras me han encantado, tu historia me ha llevado a esa cancha de fútbol y me he imaginado ahí, en las gradas esperando que mi "amor secreto" meta el gol... recordé cuando era pequeña y era capaz de estar horas al sol sólo para ver cómo él jugaba futbol... también en una cancha sin pasto...
Saluda a tus amigos de mi parte... diles que me emociona mucho saber que estando allá, recuerdan su barrio. Diles que sigue con es "magia" que siempre lo ha caracterizado... y diles que si regresan, no importa el tiempo que lleven allá, estaré felíz de conocerlos. Lo mismo a ti Luis, que si te animas a venir a Chile, te invitaré un café en algún rincón de este barrio.
Un gran abrazo!
Paula
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