lunes, 3 de septiembre de 2012

AUTOBIOGRAFÍA (LIV) - La verdad motivadora

(fotografía: El País)


A veces, el recuerdo, como si fuera un poema cotidiano escrito en verso libre, regresa desde el fondo de la memoria para hacernos viajar, en días señalados, al pasado que hemos vivido, siempre con los nervios de los reencuentros y las dudas: volvíamos al colegio cuando ya las tardes eran menos calurosas y los viejos compañeros habían crecido y llevaban un verano más a sus espaldas como una empresa acabada y heroica. Quizás estrenáramos pantalón o camisa, para parecer más mayores, que elegían aún nuestras madres, que preparaban la ropa del día de la vuelta al cole como si de un ritual muy repetido, pero sagrado, se tratase.

Se entremezcla la nostalgia con una sensación extraña de vacío o de temor a un precipicio. Apenas podría enumerar ni diez nombres sueltos de aquellos antiguos compañeros, que rozan mi edad, con la misma desmemoria que yo la de ellos; vagos nombres y apellidos que rastreo: Ángel, Roberto, José Luis, Fernando, del cual no sé nada desde hace muchos años, Cristinas, Lauras, Beatriz, cuyos apellidos mezclaría sin solución entre otros: Tardón, Moya, Sánchez, Muñoz, Salas, Saavedra… Casi todos estos, unidos inexplicablemente en el orden alfabético del grupo B que empezaría por alguna consonante que continuaba con mi cu, y en el que siempre me encontré. 

Corría el año ochenta y tantos, y muchos años más después comenzando septiembre con el aroma de los libros nuevos que mi hermano Pablo, mayor que yo, forraba con esmero: aquellos libros con círculos de colores chillones en portadas azules y verdes. Siempre que regresábamos al colegio, hacía frío. O, al menos, así lo recuerdo yo, con el viento agitando el árbol de mi calle periférica que un día cortaron dejando el hueco al cemento gris de un patio cerrado por el que nunca nadie transitaba. 

Entonces, nadie hubiera imaginado los recortes en los mismos términos en que hoy se mutila la enseñanza en España, como una burla a nuestros esfuerzos por aprender y ser más que nuestros padres. Desprecian la labor que hicieron aquellos viejos profesores ahora jubilados, y desprecian nuestra labor de docentes actuales, que no nos jubilaremos  con la conciencia del trabajo bien terminado, pero sí bien hecho, aunque los ladrones de siempre se empeñen en despreciarnos e insultarnos públicamente sin ocultar el miedo que nos tienen, porque la verdad no nos duele, sino que nos motiva. 

martes, 24 de julio de 2012

AUTOBIOGRAFÍA (LIII) - Madrid y una novela


(fotografía: A. Salces)


Otra fotografía que surge como de un sueño cumplido, de otro más, y que se espera con la furtiva emoción de quien busca un regalo que sabe escondido o de quien espera una carta con la noticia de un reencuentro. Y así es esta fotografía de Madrid, desde lo alto, un atardecer caluroso de julio, sobre el fondo de los viejos edificios que querían ser París en el cruce de la Gran Vía con Alcalá. Un naranja aparece con su primera brisa que hace más ligero el calor y uno piensa en que ojalá fuera otoño.

Así es como se espera que el sueño se haga realidad: una vez más la literatura, igual que una borrosa estampa imaginada que uno solo puede compartir con los buenos amigos, con una sonrisa entre temerosa y llena de nervios. Demorando con pueril energía el paso de las semanas, convivo con la paradoja de no parar de esperar el verano todo el año y estar deseando ahora que llegue el otoño como pocas veces.

Y una novela no es nada más que una novela: mentira o mentiras hilvanadas con el esmero de noches en vela y palabras que parecen dictarse en el oído silencioso de la madrugada. Y de esta pasa a mis dedos y a los borrones de no saber muy bien cómo continuar con la vida si no es llena de palabras. De aquellas tempestades vienen estos queridos lodazales, los de la literatura, los de los atardeceres en Madrid esperando que llegue septiembre para poder ver un libro más en las estanterías de algunas librerías y dudar si es verdad o es solo la ficción de las páginas inventadas, que un día miré con la atribulada conciencia de no ser yo quien estaba allí, sino la historia enredada de mis lejanos antepasados con Madrid diluyendo su tarde al fondo. 

sábado, 9 de junio de 2012

AUTOBIOGRAFÍA (LII) - Antología del horror


(fotografía: Gervasio Sánchez)

Pocas veces uno siente viendo una exposición el dolor de un mutilado o las quejumbrosas miradas del hambre, como si el famélico que te mira desde el otro lado fuese también un familiar tuyo o un mero conocido. Se siente así cuando uno mira de cerca la obra de Gervasio Sánchez. "Antología" lleva por nombre esta retrospectiva sobre los horrores de un mundo contemporáneo, que a veces son solo un vago titular de periódico: desde América Latina a Sudán, pasando por Camboya, Sierra Leona o España, que también deja sus pequeñas dosis de negra historia. 

La mirada intensa de los niños que han perdido una pierna por una mina antipersona tiene el mismo color que tiñe las desgracias de esa civilizada Europa que también cavó sus fosas en Sarajevo, como si fueran instantáneas tomadas en los viejos años cuarenta: pero los escaparates y los coches delatan un recientísimo pasado que casi es presente: cuando una madre anciana contempla la maleta donde su hijo desaparecido en el Chile de Pinochet ha atesorado el tránsito del tiempo con la misma lentitud con que se mueren varias niñas en un repugnante hospital de Sudán, víctimas de la miseria y la enfermedad. 

Da dolor porque al regresar de esta exposición uno escucha cómo cien mil millones salvan bancos y no salvan de la hambruna, la guerra y del miedo a todas esas persona fotografiadas con una sensibilidad implacable y que, en el fondo, nos sacude el alma como los rostros de los niños soldado de África, moribunda siempre, siempre lacerada por la probreza y el hambre. Este fotógrafo, arriesgándose la vida, ha convertido en obras de arte todas esas teclas que sabe tocar la desgracia, y en un incuestionable documento gráfico que retrata el daño que solo el hombre sabe acuñar en la piel del hombre. Todos pobres, todos descalzos, todos envueltos en una atmósfera de mal presagio y de ausencia de futuro. 

Qué tristeza contemplar el horror ajeno, sin poder hacer nada, salvo poner el objetivo de su cámara. Solo aventurarse a denunciar, como si Gervasio Sánchez hubuiera sabido traer el miedo y el dolor por las pérdidas a nuestras sobremesas, para que recibamos por lo menos el postre de la conciencia, mientras los salvabancos siguen anudándose con maestría sus corbatas en sus cuellos almidonados y blancos, con un deje de metafórica horca que espera solo a quienes caminan descalzos por las calles de ciudades desoladas por la guerra. 

(a Gervasio, por si leyera algún día esto, y a sus protagonistas)

sábado, 18 de febrero de 2012

AUTOBIOGRAFÍA (LI) - Wert naranja, Wert cristal...







Una autobiografía, por pequeña que sea, se compone de tantas cosas como nos hacen ser mejores o peores; allá cada cual con sus circunstancias, que deshumanizadas o no, resultan tan propias como el color de nuestro pelo, la forma heredada de nuestra nariz o el gesto que recuerda a una abuela o quizás a un abuelo que uno ni siquiera ha conocido.


Y como autobiografía también el trabajo se suma al capítulo de “imposiciones” que toda vida contada lleva consigo. Nunca he querido dedicarle demasiado tiempo a la educación en esta bitácora, porque siempre me ha gustado más evocar el pretérito imperfecto de nuestros antepasados reales y ficticios. Y no he querido darle demasiada importancia a lo que uno hace a diario: porque hacer algo cada día le hace perder al acto la trascendencia que tiene ver un paisaje por primera vez o compartir de buena gana un primer beso o un abrazo.


El caso es que no quiero referir nada más que lo estúpido que puede ser un responsable político. Debe ser una idiotez adrede, y por ello consciente: harán reformas para que solo “los mejores” accedan a la función pública docente. Por ende, los que estamos ahora somos todo lo demás: los peores, los más bobos, los más irresponsables, y vagos. Diciéndolo así solo suena como una canción anticuada, un mantra que repetirán hasta el éxtasis con la única finalidad del insulto y de degradarnos más aún. Solución: pues que nos larguen, que todos estamos de paso en este oficio y en el más complicado de todos, que es vivir.


El necio que ahora rige los destinos de la educación española suena con tanta tontería a ese tipo de ritmos que nos machacan desde los medios como uno tiene en la cabeza: desde el famoso La, la, la, hasta aquel publicitario wert naranja, wert cristal, como canturrea un amigo cuando abre el departamento con su sana sorna. Debe ser que tanta tertulia ínfima le ha secado el cerebro. Lo bueno es que Quijano sabía lo que se decía y este gobernante se cimbrea intelectualmente, como lo hacía Massiel, embutida en aquel vestidito vintage de indecoroso floreado.


Supongo que aquel año de 1968, cuando yo aún no había nacido, también en el pequeño cuarto de estar de mi casa, se escuchó esa canción que no deja de tener la gracia de la que carecen los hombres de gris, aunque aquella emisión también fuese en blanco y negro, como nuestro futuro en las manos de esta gente.


(Para Alfredo, por sus mangíficos humor y compañía)

(Para Rubén, que no estuvo en la lista, aunque para qué...)

domingo, 25 de diciembre de 2011

AUTOBIOGRAFÍA (L) - El silencio.






(fotografía: archivo personal)



Unos días antes de que nos privaticen también el íntimo placer de caminar, vuelvo a hacerlo y a publicar una fotografía parecida a la que publiqué el mismo día de hoy, pero de hace un año. Nada da la impresión de haber cambiado: seguía el mismo silencio de postfiesta, de barullo atenuado que cena sopa, con el mismo tintineo de cucharas sobre platos en crisis. Hace también el mismo frío, ese que congela la punta de los due se esconden en los bolsillos de la trenka.


Si algo me hace sobrevivir en estos días es precisamente el silencio con que duermen las calles, mientras hacen la digestión regentina de un asado embadurnado de mentiras familiares, a pesar de la basura que atesoran los alcorques, de cuyos vecinos poco se puede decir, salvo lo guarros que son, y habrá que decirlo.


Quizás también el frío además de helar alela: "minijob", la botella, puercos de L&B convertidos en ministros, miniministros, minigolfos, a golpe de zamboba pajillera a costa del erario. Parecen felices en su mustia nostalgia navideña, mientras las calles amuerman como un domingo de lluvia, pero con el cielo despejado.


Después otra vez los mismos rituales: esta semana entrante tonta y malamente iluminada, la nochevieja borracha y en tacones, y después los reyes, que a tenor de cómo anda la aristocracia, vendrán a robarle los juguetes a los niños. Sin ironías: todo está en silencio, no hay más bruma que la del futuro y no termino de ver la botella medio llena ni medio vacía, la veo con bigote, nada más. Lo que nos queda por ver vendrá, lo incorporaré a la autobiografía de mi diminuta pereza por existir y, después, otra vez la mansedumbre navideña y derrochadora, sus filigranas absurdas en balcones y su espumillones que fingen la felicidad mientras, como el año pasado, los de siempre husmean en nuestros bolsillos para quedarse hasta con la calderilla, que ya ni sirve para aguinaldo.



Poco queda más por decir, por temor a repetirme, a retroalimentar mi tristeza, quizás porque no me sale de los cojones estar contento ni ruidoso. Me caigo en el silencio de los adoquines húmedos y no quiero marcharme: felices calles desiertas.


viernes, 9 de septiembre de 2011





AUTOBIOGRAFÍA (XLIX) - Maurice Guilleau






(fotografía: archivo familiar)




No se pueden escapar de la memoria, ni tampoco de la historia, algunas fotografías, y así le ocurre a esta: tan llena de literatura y de vida, como de autobiografía. Rescatada como tantas otras de un polvoriento cajón con recortes de antiguos periódicos y otras fotos, está poblada por las pequeñas manchas de óxido que ha dejado el tiempo sobre sus blancos y negros. Y a pesar de eso, de que el devenir de los años la ha estropeado en parte, conserva viva el espíritu con que su protagonista, Maurice Guilleau, se la hizo un indeterminado día de 1932, en un estudio fotográfico de Berlín, según reza en su envés.



Posterior en el tiempo es su dedicatoria: "Siempre tuyo. M. Guilleau", tras la cual este hombre la rubrica con una lazada de corte aristocrático. Pero, ¿quién es? Solo se sabe que es el único retrato del que se tiene constancia, y que llegó a Madrid, con una pequeña maleta de cuero marrón, en el expreso de Barcelona, durante el todavía caluroso otoño de 1936. En las Navidades de ese año, desaparece de Madrid, donde residió hasta que la historia le obligó a irse. El retratado no tiene identidad, se le pierde en la demora de sus silencios: calla para salvarse, y escasas son las fuentes que lo aluden sin ser del todo ciertos sus detalles. Trató con el ministro Galarza, con el espía ruso Orlov, quien vendiera el famoso oro de Moscú, y con Schlayer, al que llamaron Schindler español.



De su vida anterior nada es concreto: todo se emborrona entre sus propios recuerdos como matiza sus rasgos la neblina del tiempo sobre el retrato. Su memoria, sin embargo, hierve en imágenes baldías: la casa familiar de Ginebra, donde nació, la de su vida en Berlín, sus cafés, sus viajes por toda Europa en los que confunde nombres de estaciones de tren y habitaciones de hotel compartidas solo por amantes accidentales.



A quien le dedicara el retrato merece capítulo aparte. Era española, perdida como él entre las brumas del tiempo. Su nombre se pierde entre archivos policiales como lo que, tal vez, nunca fuese: siempre suya, con el indicio inexacto de que la literatura viene a completar lo que de las biografías se desconoce.



miércoles, 31 de agosto de 2011


AUTOBIOGRAFÍA (XLVIII) - El rosario




Hay momentos en que la escritura no puede ser menos que "literatura de urgencias", así llamada por quien quiere denostar al escritor que escribe a la luz de los acontecimientos, prestándoles más atención que a los recursos que pone en negro sobre blanco para crear belleza. Y es que a veces la belleza tiene algo de canto de sirena, de bobalicona y sugerente mujerzuela que solo embelesa para no acompañar a la fea realidad cuando va a misa.



Y no digo lo de la misa hablando en metáfora: a tenor de que España acaba de salir de una misa de varios días a la que muchos han acudido con la típica beatitud rural de hace cien años. Mientras estos que rezan piden a su dios con nostalgia el paraíso, se entretienen con la mano derecha en hacer sus cosas (entiéndaseme bien, que la masturbación constituye pecado y que no quiero hablar de eso). Digo que mientras con una mano elevan súplicas, con la otra choricean el dinero de todos y dinamitan el poco estado del bienestar que nos queda. Bastaba con ver el palco de las autoridades.


Me pregunto si los que tanto se preocupan por el alma también lo hacen por la educación pública, que mañana inicia el curso con 3.500 profesores menos, bajo el insulto de quien reitera mentiras en los medios de comunicación: las movilizaciones no serán porque tendremos que trabajar dos horas más y elevan nuestro horario lectivo a veinte horas. Quien piense en este país que los profesores trabajábamos solo 18 horas a la semana, se equivoca a propósito, porque quiere injuriar a los trabajadores de la enseñanza, que por ley tenemos que cumplir 37,5 horas semanales. No encontraremos aliados entre los simples que pensarán "qué poco trabajan estos, que tienen tantas vacaciones...".



Explicado de otro modo: no solo quiere la marquesa poner la mesa, sino también comerse el pan ella sola. Una vez más, Lucía Figar, la torpe, la inconsistente, la déspota iletrada, la aleccionada en el rosario de las tres y de las siete, vuelve a decir públicamente que por que trabajemos dos horas más no nos pasará nada. Y que se nos subirá el sueldo por esta ampliación (26 euros al mes). Cantidad por la que se me remuneraría a tres euros la hora de mi trabajo.


Y la verdad: yo no sé lo que ganan Lucía Figar ni sus falderos: por supuesto todos del erario. En conclusión, menos enseñanza, que es con lo que siempre han soñado los que ponen nuestro dinero al servicio de sus salarios, de sus coches oficiales, de su opulencia y de su regalos a los que practican el colegueo y el gürtelismo. Sin embargo, lo peor de todo no es que haya ladrones, sino que la policía mire para otro lado, y solo apunte con sus porras a los de siempre.


¿Dónde estarán reivindicando futuro, libertad y educación, estado del bienestar, sanidad, oposición a los recortes, cultura y derechos civiles todos los que llevaban en volandas santos y vírgenes en altares dorados por la Gran Vía? ¿Por qué miran hacia otro lado y no salen a la calle para reivindicar justicia terrena: escuelas, profesores, médicos, servicios públicos y trabajo los que ayer se agolpaban con rosarios pensando más en el más allá y no tanto en el más de aquí? ¿O acason piensan que el dinero de todos solo puede ir para pagar sus cirios?


Dicen que quien humilla la cerviz ante sectas, solo verá brumas. ¿Está tan inmesnamente dormido el mundo que nadie se da cuenta de que mañana tendremos que pagarnos la operación, que tendremos que hipotecar lo que tenemos o somos para pagar una escuela o la quimioterapia?


Lo veníamos avisando algunos, que terminaba este baile de máscaras. Nos quedamos sin derechos mientras hay quien sigue mirando con contrición a líderes impostores. ¿Dónde están esos millones pidiendo en Madrid que lo público siga siendo de todos? ¿Con qué estupidez nos convencieron de que los maestros solo son sindicalistas de antaño? ¿Qué dura mollera de escaso entendimiento no puede ver que se llama robo el quitar trabajos y hacinar a niños en aulas estrechas mientras la escuela católica se sigue subvencionando, como los cirios? ¿Qué enfermedad mental hace a muchos cerrar la boca cuando quien gobierna nos tapa los ojos con campañas mercadotécnicas pagadas también de nuestro bolsillo?


Será que no salen a la calle porque les da vergüenza ahora decir: "entonces, yo no estuve allí" o "no me creí cuanto me dijeron" o "no me importa no ser yo el maltratado". Qué pocos son los que pueden llegar a entender que la crisis solo pone fin a las esperanzas de algunos. "Primero fueron a por los profesores, pero como yo no lo era...", llegarán a decir entre los fuegos artificiales de la salvación eterna, tan privatizada como las barrigas ociosas de los poderosos que la compraron al precio irrisorio de la ignorancia.