lunes, 3 de septiembre de 2012
martes, 24 de julio de 2012
sábado, 9 de junio de 2012
sábado, 18 de febrero de 2012

Una autobiografía, por pequeña que sea, se compone de tantas cosas como nos hacen ser mejores o peores; allá cada cual con sus circunstancias, que deshumanizadas o no, resultan tan propias como el color de nuestro pelo, la forma heredada de nuestra nariz o el gesto que recuerda a una abuela o quizás a un abuelo que uno ni siquiera ha conocido.
Y como autobiografía también el trabajo se suma al capítulo de “imposiciones” que toda vida contada lleva consigo. Nunca he querido dedicarle demasiado tiempo a la educación en esta bitácora, porque siempre me ha gustado más evocar el pretérito imperfecto de nuestros antepasados reales y ficticios. Y no he querido darle demasiada importancia a lo que uno hace a diario: porque hacer algo cada día le hace perder al acto la trascendencia que tiene ver un paisaje por primera vez o compartir de buena gana un primer beso o un abrazo.
El caso es que no quiero referir nada más que lo estúpido que puede ser un responsable político. Debe ser una idiotez adrede, y por ello consciente: harán reformas para que solo “los mejores” accedan a la función pública docente. Por ende, los que estamos ahora somos todo lo demás: los peores, los más bobos, los más irresponsables, y vagos. Diciéndolo así solo suena como una canción anticuada, un mantra que repetirán hasta el éxtasis con la única finalidad del insulto y de degradarnos más aún. Solución: pues que nos larguen, que todos estamos de paso en este oficio y en el más complicado de todos, que es vivir.
El necio que ahora rige los destinos de la educación española suena con tanta tontería a ese tipo de ritmos que nos machacan desde los medios como uno tiene en la cabeza: desde el famoso La, la, la, hasta aquel publicitario wert naranja, wert cristal, como canturrea un amigo cuando abre el departamento con su sana sorna. Debe ser que tanta tertulia ínfima le ha secado el cerebro. Lo bueno es que Quijano sabía lo que se decía y este gobernante se cimbrea intelectualmente, como lo hacía Massiel, embutida en aquel vestidito vintage de indecoroso floreado.
domingo, 25 de diciembre de 2011
(fotografía: archivo personal)
viernes, 9 de septiembre de 2011

(fotografía: archivo familiar)
No se pueden escapar de la memoria, ni tampoco de la historia, algunas fotografías, y así le ocurre a esta: tan llena de literatura y de vida, como de autobiografía. Rescatada como tantas otras de un polvoriento cajón con recortes de antiguos periódicos y otras fotos, está poblada por las pequeñas manchas de óxido que ha dejado el tiempo sobre sus blancos y negros. Y a pesar de eso, de que el devenir de los años la ha estropeado en parte, conserva viva el espíritu con que su protagonista, Maurice Guilleau, se la hizo un indeterminado día de 1932, en un estudio fotográfico de Berlín, según reza en su envés.
Posterior en el tiempo es su dedicatoria: "Siempre tuyo. M. Guilleau", tras la cual este hombre la rubrica con una lazada de corte aristocrático. Pero, ¿quién es? Solo se sabe que es el único retrato del que se tiene constancia, y que llegó a Madrid, con una pequeña maleta de cuero marrón, en el expreso de Barcelona, durante el todavía caluroso otoño de 1936. En las Navidades de ese año, desaparece de Madrid, donde residió hasta que la historia le obligó a irse. El retratado no tiene identidad, se le pierde en la demora de sus silencios: calla para salvarse, y escasas son las fuentes que lo aluden sin ser del todo ciertos sus detalles. Trató con el ministro Galarza, con el espía ruso Orlov, quien vendiera el famoso oro de Moscú, y con Schlayer, al que llamaron Schindler español.
De su vida anterior nada es concreto: todo se emborrona entre sus propios recuerdos como matiza sus rasgos la neblina del tiempo sobre el retrato. Su memoria, sin embargo, hierve en imágenes baldías: la casa familiar de Ginebra, donde nació, la de su vida en Berlín, sus cafés, sus viajes por toda Europa en los que confunde nombres de estaciones de tren y habitaciones de hotel compartidas solo por amantes accidentales.
A quien le dedicara el retrato merece capítulo aparte. Era española, perdida como él entre las brumas del tiempo. Su nombre se pierde entre archivos policiales como lo que, tal vez, nunca fuese: siempre suya, con el indicio inexacto de que la literatura viene a completar lo que de las biografías se desconoce.
miércoles, 31 de agosto de 2011

Me pregunto si los que tanto se preocupan por el alma también lo hacen por la educación pública, que mañana inicia el curso con 3.500 profesores menos, bajo el insulto de quien reitera mentiras en los medios de comunicación: las movilizaciones no serán porque tendremos que trabajar dos horas más y elevan nuestro horario lectivo a veinte horas. Quien piense en este país que los profesores trabajábamos solo 18 horas a la semana, se equivoca a propósito, porque quiere injuriar a los trabajadores de la enseñanza, que por ley tenemos que cumplir 37,5 horas semanales. No encontraremos aliados entre los simples que pensarán "qué poco trabajan estos, que tienen tantas vacaciones...".
Explicado de otro modo: no solo quiere la marquesa poner la mesa, sino también comerse el pan ella sola. Una vez más, Lucía Figar, la torpe, la inconsistente, la déspota iletrada, la aleccionada en el rosario de las tres y de las siete, vuelve a decir públicamente que por que trabajemos dos horas más no nos pasará nada. Y que se nos subirá el sueldo por esta ampliación (26 euros al mes). Cantidad por la que se me remuneraría a tres euros la hora de mi trabajo.
Y la verdad: yo no sé lo que ganan Lucía Figar ni sus falderos: por supuesto todos del erario. En conclusión, menos enseñanza, que es con lo que siempre han soñado los que ponen nuestro dinero al servicio de sus salarios, de sus coches oficiales, de su opulencia y de su regalos a los que practican el colegueo y el gürtelismo. Sin embargo, lo peor de todo no es que haya ladrones, sino que la policía mire para otro lado, y solo apunte con sus porras a los de siempre.
¿Dónde estarán reivindicando futuro, libertad y educación, estado del bienestar, sanidad, oposición a los recortes, cultura y derechos civiles todos los que llevaban en volandas santos y vírgenes en altares dorados por la Gran Vía? ¿Por qué miran hacia otro lado y no salen a la calle para reivindicar justicia terrena: escuelas, profesores, médicos, servicios públicos y trabajo los que ayer se agolpaban con rosarios pensando más en el más allá y no tanto en el más de aquí? ¿O acason piensan que el dinero de todos solo puede ir para pagar sus cirios?
Dicen que quien humilla la cerviz ante sectas, solo verá brumas. ¿Está tan inmesnamente dormido el mundo que nadie se da cuenta de que mañana tendremos que pagarnos la operación, que tendremos que hipotecar lo que tenemos o somos para pagar una escuela o la quimioterapia?
Lo veníamos avisando algunos, que terminaba este baile de máscaras. Nos quedamos sin derechos mientras hay quien sigue mirando con contrición a líderes impostores. ¿Dónde están esos millones pidiendo en Madrid que lo público siga siendo de todos? ¿Con qué estupidez nos convencieron de que los maestros solo son sindicalistas de antaño? ¿Qué dura mollera de escaso entendimiento no puede ver que se llama robo el quitar trabajos y hacinar a niños en aulas estrechas mientras la escuela católica se sigue subvencionando, como los cirios? ¿Qué enfermedad mental hace a muchos cerrar la boca cuando quien gobierna nos tapa los ojos con campañas mercadotécnicas pagadas también de nuestro bolsillo?
Será que no salen a la calle porque les da vergüenza ahora decir: "entonces, yo no estuve allí" o "no me creí cuanto me dijeron" o "no me importa no ser yo el maltratado". Qué pocos son los que pueden llegar a entender que la crisis solo pone fin a las esperanzas de algunos. "Primero fueron a por los profesores, pero como yo no lo era...", llegarán a decir entre los fuegos artificiales de la salvación eterna, tan privatizada como las barrigas ociosas de los poderosos que la compraron al precio irrisorio de la ignorancia.