lunes, 16 de mayo de 2011

AUTOBIOGRAFÍA (LVIII) - Las utopías y el francés




(fuente: Cuatro.com)




Las autobiografías son también, a su modo, utopías. No solo se forman de los recuerdos prestados de padres, amigos y familiares borrosos en esos viejos daguerrotipos que el tiempo bien sabe encubrir con sus inevitables dosis de olvido. Por ello, no solo somos recuerdos en préstamo, sino también hijos de la imaginación y de los deseos, hijos del presente continuo de periódicos y dudas.



Y es ahora más que nunca, que vivimos tiempos confusos, cuando la imaginación vale su peso en oro. En tiempos de crisis y privaciones, hay quienes parecemos más que nunca llevarla en la genética, porque hay herencias que nunca tuvieron que declararse en Hacienda. Solo los de siempre tienen albaceas, notarios, abogados engolados y luengos árboles genealógicos, con sus raíces heráldicas encarnadas en las tierras que se encargaron de labrar los nuestros. Los mismos que ahora miran con un abismo de tristeza en los ojos su cuenta bancaria, el recibo, la nómina recortada y esperan con terror que el banco les arranque el techo de su casa, porque el euríbor sube por culpa de un pervertido sexual, que paga tres mil euros por noche en un hotel de Nueva York.


Amo la imaginación: aquel lema pequeñoburgués en una fachada de París. Hoy lo agitan otros: los precarios, los hipotecados y los títeres en definitiva de los poderes públicos que fornican en América, violando a una camarera (siempre el pueblo ha estado jodido) practicando el milenario derecho aquel de los señores feudales. Y es como si todos fuéramos vasallos de la indecente vulgaridad de unos pocos que nos privatizan, roban como barriobajeros chorizos y menosprecian nuestra calidad de ciudadanos con derechos. ¿Por dónde andará Laurencia, predicando contra el poder de los hombres, con sus tres siglos de vetusta y honorable rebeldía?


No estuve gritando aquello de “democracia real, ya” por las calles de Madrid. Pero me estimula la idea de que algunos pocos hayan puesto en práctica consignas en contra de la indecencia generalizada, la tozudez pasiva de los españoles que votarán a imputados y la falta de cultura que nos ahoga como una raspa en los canales de televisión. “La imaginación al poder”, escribió alguien en el 68, quizás un francés demasiado aficionado al 69.