lunes, 8 de febrero de 2016

AUTOBIOGRAFÍA - Burda manipulación. 






El miedo forma parte de las vidas y no es un sentimiento vergonzoso; tener miedo es vivir también, aunque sea buscando una salida por la que huir. Y en eso consiste el ejercicio del poder, en instalar el miedo que nos provoque el silencio, que nos haga dar marcha atrás o borrar alguna línea en nuestra pantalla del ordenador. El miedo político es el comienzo del fascismo, el final de la democracia, el útero del cual no vamos a querer salir por temor a la vida. Y la vida no puede darnos miedo, aunque este forme parte de ella. 

Pienso en Lorca, tirado en una cuneta, en el Miguel Hernández agónico en su última cárcel, en Bertol Brech contemplando en los periódicos las piras que han hecho con sus libros; pienso en Machado camino de su exilio, en Cernuda, en Buero Vallejo, retratando al poeta, en los dispares destierros de Unamuno y Alberti. En todos ellos se pone en marcha el mecanismo que une la política y la utilización torticera de la justicia. Propaganda que no es nada más que una burda manipulación al servicio del descrédito y lanzada a las bocas de los feroces descerebrados que repetirán lo que los periodistas al servicio de sus propias causas defenderán en los medios. Si nos prohíben la sátira lo que harán es poner a la libertad de expresión en el pelotón de fusilamiento. 

La sátira duele, porque siempre tiene visos de realidad, venga de donde venga. Que la sátira sea dolorosa, pues, es lo mismo que decir que las verdades duelen. Y prueba de ello es el alka-eta, que ha puesto en prisión a dos titiriteros, porque una justicia títere del poder político así lo ha decidido. Ley mordaza, apaleamiento de homosexuales en Madrid, libertades garantizadas para corruptos millonarios, juicios justos para infantas que nunca saben nada y filomachistas blogueros manifestándose sin que el poder actúe contra ellos como se debe, no es nada más que una inmerecida patada más a nuestra desnutrida democracia, que pretende amedrentar a todo el que intente cuestionar el poder o ridiculizarlo. Hay que ser muy imbécil o creer que la ciudadanía lo es para abofetear al contrincante político aireando una sátira. Será un imbécil quien se lo crea. Y será imbécil quien siga sintiendo como propia una justicia que aún no ha tomado medidas contra la familia Pujol y sí contra dos titiriteros en la disidencia de lo políticamente correcto un día de carnaval. Supongo que medio Cádiz andará ahora haciendo cola ante las puertas de nuestros presidios por injurias con peluca y brillantina. 

Este asunto es una burda manipulación, un ejercicio demagógico y pintoresco más de la España que ya no podrá ser nunca más de charanga (lo prohibirá la ley) ni de pandereta (prohibido molestar a los vecinos), sino la España sombría de los viejos autoritarismos que temen perder el poder que los ciudadanos ya han dejado de confiarles.