sábado, 28 de mayo de 2011

AUTOBIOGRAFÍA (XLV) - La indignación











Pocas veces produce un acontecimiento tanta indiganción. Pocas veces uno siente que no es verdad todo lo que le contaron en aquella beatífica y tortuosa escuela de la transición. Nada es más evidente que observar estas imágenes para darse cuenta de cuánto necesita este país esa buena dosis de democracia real que tantos ciudadanos, de forma pacífica, estamos pidiendo por las calles de todas las ciudades españolas.

Es una ignominia ver cómo estos bárbaros sin escrúpulos, estos matarifes vocacionales, maltratan a sus propios vecinos, siguiendo las órdenes de un bastardo que, para más inri, cobra del erario, con el que contribuimos todos. Uno piensa que las anticuadas fotografías grises donde la policía del régimen anterior carga a caballo contra los opositores eran eso solamente, viejas fotografías de las que la historia aún no se ha resarcido.

Pero el fulano que da las órdenes de desalojar la Plaza de Cataluña, un golfo envalentonado por su reciente victorial electoral, un tal Felip Puig, no tendrá la decencia de dimitir. Al contrario, seguirá obeso obedeciendo las directrices del poder sin moral, que es lo que últimamente estamos observando como tic en la política democrática de occidente. Pocos medios de comunicación han sacado imágenes tan crudas ni tan dolorosas: golpes contra manifestantes pacíficos, golpes contra gente que, sentada en el suelo, pide sin más democracia honrosa de la que no nos podamos avergonzar. Basta con bucear en otros blogs y en esas llamadas "redes sociales" para comprobar hasta dónde la prensa es cómplice, por sus silencios, de quienes ejercen el poder como lo hace este tipo, descabelladamente y con tan poca vergüenza como parece no haber conocido nunca.

No sabemos hasta dónde llegará este movimiento revolucionario español, ni hasta cuándo, pero está poniendo de manifiesto algunas cosas: entre ellas, qué piel cubre el auténtico lobo del poder y el tipo de interés que ponen los mercados a las presas en que los ciudadanos nos hemos convertido, con el beneplácito de algunos que, sin sonrojo, nos exprimen con recortes para engrosar sus jugosos sueldos.

"Pido la paz y la palabra", escribió el poeta, imaginándose un mundo más habitable y humano. La democracia de hoy le responde: "Tú pide, pide, que yo te doy las hostias suficientes como para que estés callado", mientras vende escuelas, arruina hospitales y recorta salarios. La inteligencia debería ponerse al servicio de las soluciones, pero el gobierno de ese mítico estado catalán pone las porras para recordarnos quién es quien manda, para situar así, como siempre, la brutalidad al servicio de los poderosos.

sábado, 21 de mayo de 2011

AUTOBIOGRAFÍA (XLIV) - Crónica de una revolución



(Fotografía: África Salces)


Regreso de la Puerta del Sol de Madrid, con la vaga satisfacción de haberlo presenciado con mis propios ojos. En mis treinta y cuatro años de vida, jamás podría haber imaginado presenciar algo parecido: la revolución de un día, de dos días, de tres días, de cinco días. Si uno se deja envolver siente una extraña amalgama de sensaciones. Consignas, destellos, inteligencia, sensibilidad, ironía, dolor, crítica. Es una fulgurante página de la historia comprimida en miradas, en rostros, en manos levantadas, en carteles precarios hechos con la pasión con que solo las grandiosas obras de arte pueden concebirse.


Y gente, miles y miles de personas, pidiendo a los europeos que nos sigan, que no nos hagan decaer, exigiendo a los políticos un solo atisbo de dignidad para no pedirnos el voto, y ejercer el poder democrático con respeto, sin corrupción y sin dobleces. "Demasiados chorizos para tan poco pan", rezaba algún cartel, mientras Mafalda gritaba "¡Basta!", sustituyendo al viejo sol de Andalucía. "Un sol nuevo", "Sol-ución"... Algo tan simple como pedir un parque o más árboles ha hecho retemblar los indecorosos cimientos de los bancos y las viejas hipocresías de los que siempre contaron nuestros billetes como si fueran suyos.


Jamás pensé oír en tantas voces juntas que el pueblo unido jamás será vencido. Tiene un eco arcaico que hace estremecer. La honestidad acumulada tomando Sol. Mientras los poderosos, imagino, gesticulan mudos e incrédulos sus vulgares vergüenzas. Pienso en los corruptos, en las mafias sigilosas que diseñan paquetes hipotecarios o estrategias de masturbación mercadotécnica. Mientras el pueblo español, desde ese inmenso espacio que es la Puerta del Sol, convoca la conciencia cívica de quienes quieren más democracia, mejor política y soluciones. Ciento setenta ciudades de todo el mundo miran hacia la Calle de Alcalá, bajo el lila primaveral de un cielo teñido de poesía crepuscular. "Si cae España, digo, es un decir, si cae...", me resuena en la cabeza Vallejo con la fuerza furibunda de la razón, del temor por un futuro sin futuro.


Como pocas veces me siento feliz de ver que somos capaces de exigir dignidad a los indignos. ¿Dónde estarán los constructores, los corruptos, los estafadores, los trileros de la política, los hijos de Botín, Esperanza Aguirre, el ministro de Hacienda, Gallardón y la comparsa de farsantes con maletín y traje que les corean y financian sus mítines? ¿Dónde la quimera obscena de los inversores y contrabandistas del FMI? El mundo mira a España que, como un girasol inmenso, hace girar el mundo. Quizás solo mañana podamos soñar con que es solo el principio.




(A David, a quien le prometí dedicarle un post¨)


lunes, 16 de mayo de 2011

AUTOBIOGRAFÍA (LVIII) - Las utopías y el francés




(fuente: Cuatro.com)




Las autobiografías son también, a su modo, utopías. No solo se forman de los recuerdos prestados de padres, amigos y familiares borrosos en esos viejos daguerrotipos que el tiempo bien sabe encubrir con sus inevitables dosis de olvido. Por ello, no solo somos recuerdos en préstamo, sino también hijos de la imaginación y de los deseos, hijos del presente continuo de periódicos y dudas.



Y es ahora más que nunca, que vivimos tiempos confusos, cuando la imaginación vale su peso en oro. En tiempos de crisis y privaciones, hay quienes parecemos más que nunca llevarla en la genética, porque hay herencias que nunca tuvieron que declararse en Hacienda. Solo los de siempre tienen albaceas, notarios, abogados engolados y luengos árboles genealógicos, con sus raíces heráldicas encarnadas en las tierras que se encargaron de labrar los nuestros. Los mismos que ahora miran con un abismo de tristeza en los ojos su cuenta bancaria, el recibo, la nómina recortada y esperan con terror que el banco les arranque el techo de su casa, porque el euríbor sube por culpa de un pervertido sexual, que paga tres mil euros por noche en un hotel de Nueva York.


Amo la imaginación: aquel lema pequeñoburgués en una fachada de París. Hoy lo agitan otros: los precarios, los hipotecados y los títeres en definitiva de los poderes públicos que fornican en América, violando a una camarera (siempre el pueblo ha estado jodido) practicando el milenario derecho aquel de los señores feudales. Y es como si todos fuéramos vasallos de la indecente vulgaridad de unos pocos que nos privatizan, roban como barriobajeros chorizos y menosprecian nuestra calidad de ciudadanos con derechos. ¿Por dónde andará Laurencia, predicando contra el poder de los hombres, con sus tres siglos de vetusta y honorable rebeldía?


No estuve gritando aquello de “democracia real, ya” por las calles de Madrid. Pero me estimula la idea de que algunos pocos hayan puesto en práctica consignas en contra de la indecencia generalizada, la tozudez pasiva de los españoles que votarán a imputados y la falta de cultura que nos ahoga como una raspa en los canales de televisión. “La imaginación al poder”, escribió alguien en el 68, quizás un francés demasiado aficionado al 69.