jueves, 14 de noviembre de 2019

AUTOBIOGRAFÍA: Finalista en el Premio de la Crítica de Madrid. 




Es difícil explicar qué se siente ante la ruptura que supone una noticia: una hermosa noticia que hace que el tiempo parezca doblado sobre sí, y entonces, todo gire en una especie de bucle, en el que llamadas y amigos se superponen con sus mensajes de aliento y de recuerdo. Así es: una pequeña mención, apenas dos líneas en alguna página web, pero una inmensa alegría y una inimaginable sensación de gratitud. 

La Asociación de Críticos y Escritores de Madrid ha tenido a bien situarme en el justo puesto de finalista del Premio de la Crítica de Madrid, con Crónica del último invierno. Ellos dicen que es la segunda mejor novela publicada en 2018 que ha caído en sus manos. Y dicho así, suena con un reverbero de misterio, extrañeza y casi, si se me permite, de extranjeridad. Sí, extranjeridad, que siento dentro de mí mismo, como si estas cosas solo le ocurriesen a otros hombres y mujeres, a escritores distantes y cuyas fotografías son las de sus rostros desconocidos impresos sobre los borrosos fondos de ciudades lejanas y épocas difusas, en las solapas de los libros que se amontonan en las librerías, de esas rimbombantes editoriales portentosas.  

Siento una grave gratitud. "Muchas gracias", repito como un mantra a quien tiene el detalle de felicitarme por algo tan gaseoso como la mención en un premio literario de tan hondo calado y tanto prestigio. "Muchas gracias", insisto: a todos los que habéis estado antes y a los que seguís estando. Al jurado cuyos miembros ignoro quiénes son, mi infinita gratitud. Gracias a quienes habéis hecho posible este cuarto sueño cumplido. Una novela de héroes y policías corruptos, un viaje al rastro romántico que deja la Transición, como un deje sonoro en la memoria de quien estuvo aporreando el teclado de su ordenador durante varios años, construyendo poco a poco la Crónica del último invierno en que esperé una buena noticia como esta, que adelanta el otoño con su hermosura inexplicable y profunda. 



sábado, 2 de febrero de 2019

AUTOBIOGRAFÍA - El descanso del viernes. 


Hoy es viernes. Un día más para añadir en el descanso. Cuando se acaba de escribir y de corregir una novela, es muy extraña esa sensación de pérdida o de vacío que se siente. Uno tiene la sensación de haberlo contado todo, de haberse desnudado con la intimidad de palabras que, ahora, ya puestas en forma de libro, se convierten en una especie de familiar lejano o ajeno. Pocas veces lo digo, muy pocas: pero hay algo de mínimo orgullo en lo que siento con "Crónica del último invierno".

Poco a poco este libro se está abriendo un hueco entre lectores y amigos. Y con él, he dejado un largo reguero de nombres y lugares, puestos todos al servicio de la verdad y del recuerdo. Es una novela que es algo más que una novela: crónica de un tiempo que me han contado, pero también una autobiografía a retazos; novela, pura ficción, en la misma proporción que relato periodístico. 

Por eso digo: siento un mínimo orgullo con esta novela; y van más de mil páginas publicadas, convertidas en cuatro libros. Más de diez años de escritura, y una década después, hay algo minúsculo parecido a la satisfacción que nunca he terminado de sentir al completo. Hay quien se siente orgulloso de méritos dudosos: un coche nuevo, el reloj que se luce en las redes sociales, un viaje o exóticas cenas. Allá cada cual, pero contemplo estos cuatro libros con una mezcla de estupor, incredulidad y distancia. Míos porque reconozco mi nombre en sus portadas, porque miro mis fotos en sus anversos o en sus solapas, dejando el paso de los años sus huellas en cada una de las facciones de mi cara,

Siento también una extraña forma de gratitud: con los amigos que se han deshecho en buenas palabras, Pruden, Ángeles, Lola, Ester, Gloria, Juan, Mercedes, María Jesús, Victoria, Carmen, Juan R., Juan Ángel, Edu, Sonia, Alberto, Manoli, Ángel, Sandra, Susana... y muchos otros que me han hecho llegar lo que les ha suscitado la lectura, qué recuerdos o qué emoción los ha agitado por dentro estando sentados en el sofá donde leen, o en el asiento del metro o del autobús, camino del trabajo. Se me olvidan nombres en esta lista que crece poco a poco: Carlos, Pilar, Víctor; la familia, los hermanos, los primos y primas, parientes cercanos y más lejanos: Tere la busca, Marisa e Isabel se la han leído de una sentada y me lo cuentan. Lito corrió a la librería de mi calle. A Raúl ya se la han conseguido. Paloma insiste en que la librería que está al lado del mercado se la traiga, aunque tarde. Carol, recurrió al teléfono móvil para comprarla en Internet. Pili vino hasta Madrid en AVE, y apenas la vi. Rubén también, con Cristina. Marcos me sopló, con su desparpajo de diez años, que su padre se la está leyendo; parecía querer leérsela él también, aunque tenga que esperar. Paula la subió a IG. Lola Puñales me escribe y manda una foto del libro ("hoy empiezo con él", me dice). Un pedazo de todos ellos también está ahí. Y de quien piensa en otro y la quiere regalar, como ha hecho Pablo hoy mismo, que me ha llamado para contármelo. Mientras, Jesús me dice que ya le quedan menos de cien páginas: se habrá visto en ese libro también vestido de uniforme. Elena me pidió una dedicatoria para su madre, que conoció bien aquellos años, me insiste. Y Nieves me pidió en el desayuno del otro día que se la firmara. Moni vino hasta el centro de Madrid con su boli preparado (ella es así). Roberto la encargó, pero le ha faltado tiempo para recogerla (así son los dobleces de la vida, los pliegues dolorosos de los libros cuando son tristes). Javi Machón me dice que escribirá sobre ella, Jorge también... La lista crece, la memoria falla: disculpas para los que no están aquí porque ahora no caigo o porque simplemente no os conozco.

Viernes, descanso de la semana. Me pongo delante del ordenador. Escribo estas líneas con la sensación de que ya lo he contado casi todo. Me da miedo volverme a poner a pensar en esas otras historias que siempre me rondan por la cabeza. Leeré todo lo que se quedó por el camino. Retomaré la escritura un viernes, un viernes de descanso en que la semana se agota con su destilada pereza acumulada desde el lunes. Me queda un gracias, solamente, por rubricar. Aquí lo dejo.