viernes, 17 de octubre de 2008

AUTOBIOGRAFÍA (LXII) - Lo quebradizo.


(fotografía: archivo F. G. Lorca)

Hay algo quebradizo e inasible en esta fotografía del año 1916. Quebradizo, porque no hay nada más débil que la humanidad a la que convoca. E inasible, porque no se puede agarrar ni tocar apenas un matiz leve de los sentimientos que irradia. Casi siempre ocurre así en estas fotografías descoloridas y desoladoras.

Aquí está el poeta Federico García Lorca, enseñando a su hermana Isabel algo de solfeo sobre sus rodillas. Despojado de su mito y mostrándose en una escena de su cotidianidad íntima, de su vida que aún no augura su muerte prematura. Entra la tarde luminosa desde el fondo, desde la amplia ventana enrejada; se iluminan las mecedoras y el suelo se dibuja geométrico en su barro cocido. Es la apacible escena que ignora lo venidero y lo lejano, y que a la vez que reconforta, estremece por la ternura extraña de la imagen.

El poeta de lo sensible se deja ver sin su poesía, rozando con su mano el brazo de su hermanita pequeña, veinte años antes de que perdiese la melodía su escritura y fuese su cuerpo el campo yermo de su propio cuerpo sojuzgado. Que mire bien este retrato antiguo quien se niegue a rememorar lo que la historia ha querido olvidar de sí misma, para que tome buena nota de la dignidad que niega si se opone a rehabilitar la imagen de los que, como este hermano mayor, se perdieron sin remedio en las cunetas que siguen durmiendo su pesadilla hasta el hoy (abuelos, padres, tíos lejanos… todos hechos desaparecer sin razón ni escrúpulos). Y, después, que tenga el valor de decirlo en voz alta: que diga que debe seguir perdida la hermosura que nos regala este retrato con un tiro en la nuca y otro en el culo, por marica, en su cuneta.

Siempre la justicia llega tarde, aunque el dolor haya sido tan perenne como aquellas palabras con que hizo este poeta chorrear la tristeza por los muebles de su casa. Y habrá todavía quien se oponga: lo harán, como siempre, los necios, los ridículos, los infames y aguirristas y todos los que, esgrimiendo la cicatriz cuya herida ellos mismos provocaron, siguen pensando que es mejor mirar hacia otro lado, aunque sea ese el lado mismo del asesinato impune.