lunes, 6 de mayo de 2013

AUTOBIOGRAFÍA - El mal que nos viene


Es posible que se llame abstemia o aburrimiento, sin más. Esperar como el arado espera. No siempre el calor proporciona algo de felicidad en estas ciudades castellanas y ásperas. Y así comienza a hacer algo de buen tiempo en Madrid, mientras me marchito, me arrugo poco a poco entre cientos de exámenes y sus correspondientes desganas. Era lo que querían los relamidos burócratas metidos a sastres, los que hacen de la educación una vieja cadena de montaje: una clase, después otra, otra más, al golpe de una campana que aburre y llama al mínimo descanso del bocadillo, como escuchaban los obreros del siglo XIX. Ni siquiera un hueco libre para hojear un libro, visitar la biblioteca o echar una meada.

Y los aplauden fanáticos, jalean a quienes se demostraron ladrones. Los viejos bandidos de siempre, sus fantasmas, las espinas del rosal de algún jardín romántico y mustio, que nos recordaba el otoño y su final, como una vida, en un anciano poema escrito en francés. Así boquea en su agonía la cultura, la educación: "no es trabajo, es más que eso", me refería un compañero hoy en las puertas de esa fábrica en que me languidezco con la lentitud con que los mineros extraían el carbón.

Así non tratan a los que braceamos contra la corriente de la ignorancia los tecnócratas de la tijera, los jefes pequeños amilanados, los sumisos, los neutrales, los defensores de El Corte Inglés que obliga en su puntualidad a sus trabajadores, con esa misma mirada bisoña de los capataces que obligaron a sus modistas a trabajar en una fábrica ruinosa que se hunde y las lapida, mientras cosían modas europeas y madrileñas. Ya debe ser primavera también en Bangladesh

También andan en sus ruinas los derechos: una chiquillería apilada en clases pequeñas, hijos de pobres que aplauden a la Pantoja recién salida de su causa. Admiran por tontos a los grandes héroes de los partidos de fútbol, se pavonean osados de sus propias miserias y holgazanean sin futuro después de haberles inoculado en los telediarios y anuncios la eficacia de la jilipollez como forma de bienestar.

No solo son negras las fortunas que amasan algunos (ojalá lo gasten en sucesivos copagos), son negras las reformas que se nos vienen, la ineficacia de los que engordan la administración y luego se la regalan a sus amigos arguyendo que es improductiva. Nos desean el despido porque somos imprescindibles en las democracias modernas y reales, porque somos neutrales gobierne quien gobierne, aunque nos echen a los perros de los que esperan en las colas del paro, que no terminan de comprender que nosotros no les hemos robado el derecho a nadie, sino que trabajamos por los de sus hijos.

Si falta alguna razón que se me olvida, quizás sea porque la abstemia primaveral me deja sin las fuerzas suficientes como para seguir pensando. O no querer seguir pensándolo, mientras justifico que no iré a trabajar el próximo día 9 de mayo: un inútil único día, que debería ser infinito, semanas, meses, hasta que la audacia de los poderosos decida sacar su ignominioso ejército de mentiras a la calle.