miércoles, 11 de julio de 2007

AUTOBIOGRAFÍA (XXX) - Las leyes y los zapatos viejos



(Fotografía: archivo familiar Valle Bascón)


Hay fotografías que, de repente, entristecen también como un viaje. Quizás porque los protagonistas han cambiado demasiado, o porque han desaparecido, o por ambas cosas a la vez. Este retrato me ha llegado desde el sur, desde aquellos lugares en los que las paredes encaladas resisten silenciosas el calor de las siestas y el paso del tiempo. Los lugares en los que al amparo de los gruesos muros blancos se busca la sombra mientras el calor atormenta canicular las tardes de verano.

Esta niña con los zapatos desgastados nos habla abiertamente de los años en los que el calor era aún más funesto y en los que las bestias convivían con las personas en el empedrado de los patios y en la paz callada de los corrales. Y contrasta la muchachita por el color negro de su atavío y la muñeca (quizás su única) que agarra para que también salga en la fotografía, como un personaje más, vivo y real, compartiendo el juego y el cariño. Cierto es que no es la primera vez que una niña aparece vestida de luto en esta autobiografía propia y prestada, pero resulta que no deja de sorprender, aunque me consta que no es más que el guión escrito de nuestras vidas antes de que fuesen nuestras. Alterando la cronología una vez más, los niños siempre parecen más antiguos que los propios recuerdos, y sobre todo si se les viste de negro.

Esta solitaria muchachita parece sobrevivir a pesar de las estrecheces. Y la traigo aquí no por ser quien es, sino porque es también un poco de todos nosotros (por si nos flaquea la memoria, como siempre) y de nuestros zapatos, y de nuestros calcetines, y de nuestros diminutos pueblos enclavados en medio del calor.

Paca, se llamaba así. Esta mujer, que dicen acopiaba cosas diminutas en la recámara de su casa, probablemente temerosa de que llegasen tiempos peores, es otra madre más, otra tía más, otra niña más indefensa ante el destino de segunda clase que les esperó a nuestros antepasados cercanos y fotografiados en el centro de su ruralidad que obstinados nos empeñamos en olvidar, no vaya a ser que nos confundan con quienes no queremos ser, aunque seamos.

Hablan de la memoria histórica, sin darse cuenta de que cuando empieza la historia es cuando acaba la memoria: error de quien nunca calzó unos zapatos tan gastados como los que luce esta niña; punto y a parte es la intrahistoria, que dijeran algunos, y que resulta ser aquí intrarrecuerdo, o sea, recuerdo del alma, es decir, abrillantador para sus zapatos demasiado dignos.