sábado, 5 de abril de 2008


AUTOBIOGRAFÍA (LI) - El barreño-bañera.

(Fotografía: archivo familiar Salces Valle)

Hace bastante tiempo, escribí un poema sobre esta niña dándose un rollizo chapuzón en un barreño azul. Cuando se lo leyó la protagonista dudó, sobre todo, de que aquel barreño del que yo hablaba fuese de ese color, porque ella no lo recuerda así, sino a través de esta fotografía de hace treinta años casi en que los colores se convertían en una absurda gama de grises con el poder de evocar tiempos que ya habían transcurrido.

Lo sacaban al patio de su casa familiar, lo llenaban de agua tibia y dejaban a la niña chapotear allí, refrescarse de la canícula del sur, la que se adhiere a las paredes obstinadamente blancas de las casas encaladas. Entonces, no había sofisticadas bañeritas infantiles antiahogo, ni temores paternales e infundados por que las niñas como esta sufran de constipados repentinos, ataques de vaya usted a saber qué o accidentes domésticos, que han creado los niños burbuja y traumatizados de nuestros días. Nos criaban sin la mojigatería ni el proteccionismo de los que hoy hacen gala los recién llegados a la adolescencia, poseedores de la infamia de que la autoridad, la norma y el respeto son cosas anticuadas, como esta fotografía. Anticuadas porque sus padres son modernos, no como los nuestros. Son padres, los de hoy, sofisticadamente preocupados (psicólogos, pedagogos, logopedas, ludólogos y demás fauna que trastorna a los niños más que hacerlos felices).

Y si ha pasado el tiempo por esta foto no es por que esta preciosa niña sea ahora la mujer a la que amo, sino porque los amigos comienzan ya a tener hijos. Confío en que ellos, como niños que fueron sin mojigangas, sepan hacer crecer a sus hijos sin la soberbia infantil de adolescentes protegidos por las leyes anticachete y el dar todo a cambio de nada que convierten a estas pequeñas e inocentes criaturas en armas de destrucción social masiva (véase si no, cómo son capaces de romper el mobiliario urbano y maltratar a sus profesores, ante la inmunidad activa que promueven las instituciones educativas).

Ahora, que ya ha venido Nicolás, habrá que explicárselo despacio, estoy seguro de que lo harán: ya se encargarán sus padres (David y Gema) con el amor que sabrán darle. Solamente sirva esta fotografía que mueve el amor y la nostalgia para darnos cuenta de que no pasa nada porque los niños chapoteen con su ternura de dientes de leche en un barreño de agua tibia, igual que el que preparaban Pruden y Lola para esta criaturita tan tierna.

(A David, Gema y Nicolás)