miércoles, 31 de agosto de 2011


AUTOBIOGRAFÍA (XLVIII) - El rosario




Hay momentos en que la escritura no puede ser menos que "literatura de urgencias", así llamada por quien quiere denostar al escritor que escribe a la luz de los acontecimientos, prestándoles más atención que a los recursos que pone en negro sobre blanco para crear belleza. Y es que a veces la belleza tiene algo de canto de sirena, de bobalicona y sugerente mujerzuela que solo embelesa para no acompañar a la fea realidad cuando va a misa.



Y no digo lo de la misa hablando en metáfora: a tenor de que España acaba de salir de una misa de varios días a la que muchos han acudido con la típica beatitud rural de hace cien años. Mientras estos que rezan piden a su dios con nostalgia el paraíso, se entretienen con la mano derecha en hacer sus cosas (entiéndaseme bien, que la masturbación constituye pecado y que no quiero hablar de eso). Digo que mientras con una mano elevan súplicas, con la otra choricean el dinero de todos y dinamitan el poco estado del bienestar que nos queda. Bastaba con ver el palco de las autoridades.


Me pregunto si los que tanto se preocupan por el alma también lo hacen por la educación pública, que mañana inicia el curso con 3.500 profesores menos, bajo el insulto de quien reitera mentiras en los medios de comunicación: las movilizaciones no serán porque tendremos que trabajar dos horas más y elevan nuestro horario lectivo a veinte horas. Quien piense en este país que los profesores trabajábamos solo 18 horas a la semana, se equivoca a propósito, porque quiere injuriar a los trabajadores de la enseñanza, que por ley tenemos que cumplir 37,5 horas semanales. No encontraremos aliados entre los simples que pensarán "qué poco trabajan estos, que tienen tantas vacaciones...".



Explicado de otro modo: no solo quiere la marquesa poner la mesa, sino también comerse el pan ella sola. Una vez más, Lucía Figar, la torpe, la inconsistente, la déspota iletrada, la aleccionada en el rosario de las tres y de las siete, vuelve a decir públicamente que por que trabajemos dos horas más no nos pasará nada. Y que se nos subirá el sueldo por esta ampliación (26 euros al mes). Cantidad por la que se me remuneraría a tres euros la hora de mi trabajo.


Y la verdad: yo no sé lo que ganan Lucía Figar ni sus falderos: por supuesto todos del erario. En conclusión, menos enseñanza, que es con lo que siempre han soñado los que ponen nuestro dinero al servicio de sus salarios, de sus coches oficiales, de su opulencia y de su regalos a los que practican el colegueo y el gürtelismo. Sin embargo, lo peor de todo no es que haya ladrones, sino que la policía mire para otro lado, y solo apunte con sus porras a los de siempre.


¿Dónde estarán reivindicando futuro, libertad y educación, estado del bienestar, sanidad, oposición a los recortes, cultura y derechos civiles todos los que llevaban en volandas santos y vírgenes en altares dorados por la Gran Vía? ¿Por qué miran hacia otro lado y no salen a la calle para reivindicar justicia terrena: escuelas, profesores, médicos, servicios públicos y trabajo los que ayer se agolpaban con rosarios pensando más en el más allá y no tanto en el más de aquí? ¿O acason piensan que el dinero de todos solo puede ir para pagar sus cirios?


Dicen que quien humilla la cerviz ante sectas, solo verá brumas. ¿Está tan inmesnamente dormido el mundo que nadie se da cuenta de que mañana tendremos que pagarnos la operación, que tendremos que hipotecar lo que tenemos o somos para pagar una escuela o la quimioterapia?


Lo veníamos avisando algunos, que terminaba este baile de máscaras. Nos quedamos sin derechos mientras hay quien sigue mirando con contrición a líderes impostores. ¿Dónde están esos millones pidiendo en Madrid que lo público siga siendo de todos? ¿Con qué estupidez nos convencieron de que los maestros solo son sindicalistas de antaño? ¿Qué dura mollera de escaso entendimiento no puede ver que se llama robo el quitar trabajos y hacinar a niños en aulas estrechas mientras la escuela católica se sigue subvencionando, como los cirios? ¿Qué enfermedad mental hace a muchos cerrar la boca cuando quien gobierna nos tapa los ojos con campañas mercadotécnicas pagadas también de nuestro bolsillo?


Será que no salen a la calle porque les da vergüenza ahora decir: "entonces, yo no estuve allí" o "no me creí cuanto me dijeron" o "no me importa no ser yo el maltratado". Qué pocos son los que pueden llegar a entender que la crisis solo pone fin a las esperanzas de algunos. "Primero fueron a por los profesores, pero como yo no lo era...", llegarán a decir entre los fuegos artificiales de la salvación eterna, tan privatizada como las barrigas ociosas de los poderosos que la compraron al precio irrisorio de la ignorancia.

miércoles, 3 de agosto de 2011

AUTOBIOGRAFÍA (XLVII) - Las fronteras





(fotografía A. S.)



Ni siquiera en vacaciones uno puede dejar de pensar en los demás, ni en las calurosas tardes del verano en que la literatura suele ejercer ese poder himnótico que a veces culmina en siesta. Una vez más, la realidad se impone a los hechos consumados de la ficción literaria y me detienen en la encrucijada de querer decir y no saber si sirve para algo.


Esta fotografía de hoy nutre una autobiografía que tampoco se posa en el recuerdo; es una foto del urgente hoy mismo que se ha quedado fijada en mi memoria como pocas y no es ficción, sino real como una novela de aquel mundo hispanoamericano y lejano del que beben las novelas de dictador.


Esta es la débil sonrisa de nuestro estado democrático; la mirada de rumiante que nos ofrece nuestro estado de derecho cuando quien manda decide imponer con torpeza que cualquier ciudadano del mundo no pueda atravesar pacíficamente el kilómetro cero de la inteligencia humana, la frontera de la dignidad. No es una escena fingida o imaginada, sino bruscamente palpable en el hosco ambiente que han creado los especuladores y los políticos que se suben el sueldo en tiempos de crisis (véase a la manchega de mantilla y collar de perlas, disfrazada como de corista viuda el día del Corpus).


Todo un símbolo: la Puerta del Sol blindada por cuarenta furgones policiales. Quitar la Puerta del Sol al pueblo es como quitarnos el pan. Cualquier español se siente vivo paseando por allí, envuelto en su continuo ir y venir multicolor caluroso. Tomar el corazón de una ciudad que pertenece a todo el mundo es como arrancarnos un pedazo de lo que todos somos: rompeolas de todas las españas, dijo el poeta, sin tener que presenciar el bochorno que cualquier ciudadano sensible puede sentir al ver esta escena humillante y torpe. Policías acampados en el foro en el que se ha cambiado una y otra vez nuestra propia historia: repúblicas, sublevaciones y manifestaciones, celebraciones colectivas y nocheviejas, hoy perdidas en el barullo de porras y antidisturbios.


Será que viene el Papa y todo tiene que estar muy limpio y aseado. Qué poco se ha indignado este con lo que están haciendo algunos: quizás le preocupe sobre todo la solvencia de la Banca Vaticana, tan espiritual y bendita, en tiempos de subprime, como benefactora. Se emplearán cincuenta millones de euros en esta santa visita, desgravables claro, por ser un acto "de extraordinario interés público", mientras la Puerta del Sol sigue cerrada a cal y canto: recemos por que la mencionada, al menos, no repita disfraz y expíe el pecado de su fecundación in vitro, no vaya a ser que la tilden allá en el cielo de "indignada" y "piojosa", y aquí en la tierra de hipócrita biempagada.


Por lo demás, reivindico mi derecho a pasear por donde me salga de la indignación. Y también que mis vecinos de París, Camerún o Carabanchel lo hagan pensando en que el mundo sigue siendo manifiestamente mejorable.