miércoles, 18 de abril de 2007

AUTOBIOGRAFÍA (XXII) - La LOGSE y el Sagrado Corazón de Jesús

(Fotografía: archivo familiar Valle Bascón)

No me equivoqué cuando afirmé que en todas las familias hay un recuerdo escolar como éste. Las hermanas y hermanos solían fotografiarse a la vez, con el Sagrado Corazón de Jesús presidiendo desde el fondo (y sus paredes desconchadas) la lenta tarea de un aprender a regletazo limpio y un recordar de memoria las listas interminables de los grandes hombres que habían hecho de nuestra patria la envidia universal y el centro de una ficticia raza entera de niños que, como estas dos muchachitas, se dejan seducir por una sabiduría que se impone por las universales fuerzas de dios y demás zarandajas. Pese a todo y a tanta responsabilidad, la Niña Dolorcitas y su querida hermana, Toñi, con trenzas de cuento, esquivaban el estudio con los dolores ficticios de tripa, porque es mejor mentir que recibir tirones de orejas, quizás porque nunca fue verdad que la letra entrase con la sangre, sino más bien sólo el miedo, para helarla.

Esta fotografía, tomada casi treinta años después de que mi madre agarrase su librito de cuentos infantiles, es tan parecida a la anterior que, sin temor a repetir una imagen o un recuerdo, sobresale desde su propia nostalgia para decirnos que nada había cambiado desde entonces. Porque la tristeza de las clases frías en invierno y temerosas del enfado divino continuaban ejerciendo la docencia como si la trinidad misma hubiera opositado a maestra con sus iras y todo.

Después, cambiaría el mundo hasta que las calles de las ciudades y los pueblos se hicieron tan ruidosas como los largos pasillos de las escuelas. Y se impuso el griterío infantil y malcriado sobre la sensata voz de los maestros y profesores de segunda enseñanza. Se retiraron los sagrados corazones y se pusieron retratos de monarcas elegidos a dedo entre silencios que, dicen, nos mejoraron como país. Y así, hasta hoy en que sólo falta que le traigan café caliente a los niños, para que mojen las magdalenas del desayuno sosegados, sin preocuparse de pasar a segundo de bachillerato, aunque no sepan ni por dónde anda la derecha (la mano, me refiero).

Salvo honrosas excepciones, la historia sólo tiene baches para los automóviles viejos y pobres. Eso, según hacemos el camino de nuestra marcha, lo vemos a diario en las escuelas de entonces y en los institutos públicos de hoy; pero los muchachos no tienen la culpa, sino los que mandan construir así las carreteras.

(A mis queridos alumnos de 2º de Bachillerato de Vallecas, mañana universitarios)
(A Justo)