viernes, 24 de noviembre de 2017



AUTOBIOGRAFÍA: Casi un año



(fotografía Á. Salces)

A veces no nos damos cuenta de cómo puede llegar a pasar el tiempo. Es el lenguaje de los calendarios, su gramática de brumas. Un año de ausencia casi y un año de biografía. Y de repente, un otoño tan semejante como aquel en el que se borran las huellas de la continuidad, de lo fielmente establecido como cotidiano, detenido en un instante inconcreto e insignificante de la historia. 

Las autobiografías también se escriben con estos silencios que impone la vida; con estos desconciertos con que un día nos sorprende el otoño o una mañana que parece invernal y fría resulta soleada y tibia. Así nos recuerda que más allá de los primeros días helados volverá la armoniosa huella de los colores vivos, de las tardes largas y lentas, y de las noches que se demoran con los balcones abiertos, porque apetece mirarle a la noche sus secretos del verano prometido del que ya casi tengo su correspondiente dosis de nostalgia venidera.

Es difícil sentir nostalgia por lo que está por venir, pero es así: como un pretérito pluscuamperfecto que hace de lo pasado futuro o certeza, o simple posibilidad en el tiempo que fue. Y contemplaré la playa desierta de este verano con la mirada de ayer. Y haremos un borrón en lo ocurrido, en el acíbar al que nos ha invitado la vida sin merecerlo y que, como decía el poeta, "apenas sospechamos". 

Casi un año sin escritura, como una larga enfermedad de silencio. Y, mientras, solo deseaba que regresase el verano que aún no había comenzado: que pasese deprisa la amenazante Navidad, que vuelva enero, que marzo nos sorprenda con heladas breves, que las tardes de abril recomiencen en sus brotes verdes las caricias de mayo. Escucho ya los sonidos metálicos de un organillo. Que junio no entristezca, que julio bostece con la sonrisa del amor en las siestas, y así hasta que vuelva agosto con sus playas resistiendo en su soledad remota a muchos kilómetros de mi casa. Feliz año olvidado.