viernes, 9 de mayo de 2008

AUTOBIOGRAFÍA (LIV) - Los honestos y el vino


(fotografía: archivo familiar Salces)

Su protagonista dirá de sí que no se conoce, especialmente hoy que añade a su lista un año más. Dirá, quizás, que no se reconoce, porque no es lo mismo conocerse que reconocerse. Y este hombre bien que se conoce, estoy seguro. Aquí era tan solo un muchacho que acarreaba cabritas a lomos de un manso burro que, no yerro, afirmaría que ceceaba dulcemente. Un platero traído desde hace más de treinta años, para, con los suaves rebuznos de su trote, recordarnos que los honestos, suelen ser como los vinos: mejores cuantos más años pesan sobre él.

Dicho de otro modo. El bueno de este muchacho, hermano intermedio de una larguísima lista, no pierde el idealismo ni el verbo; le sobra seriedad provinciana en la misma proporción que afilado humor sano. Así por lo menos lo veo yo, mientras las casitas de paredes pudorosamente encaladas pasan tras él, y resuenan los cascos del asno sobre los adoquines, acompañados del ruidoso ir y venir de las cabritas.

Militancia, mili en Madrid, un huerto y un mesto de tronco hueco evocado con sabia poesía, se acumulan en la pequeña habitación donde rastrea diccionarios, al calor del brasero que, como un resto de antaño, calienta los pies bajo el ordenador (también los escritores cambian con el tiempo).

Una frase: “Si no vives como piensas, acabarás pensando como vives”. La pintó en un pizarrón que cuelga del cobertizo donde guarda sus aparejos, homenajeando al anónimo filósofo, autor de esta verdad inmensa. Y, supongo, la recuerda cada día porque nunca supieron de este lema quienes esquirolean, usurpan las alegrías ajenas o malmeten contra el prójimo. Por eso decía que los honestos nunca dejan de serlo, como los que cometen felonías. Y por último: reivindica el monte de Venus con la alegría con que amanece por el Sur, que ya es bastante, viendo por dónde circula hoy el mundo.

Brindemos, pues, por los que también nos recuerdan lo que somos. Hagámoslo con el vino rescatado y agrio de las tabernas en las que se convocan los buenos. Con las ventanas abiertas, para que se pueda escuchar el clocloc de las honradas pezuñas del pollino, montado esta vez por don Quijote. Vale.

(A Pruden, por su felicidad, que también es la nuestra).