domingo, 28 de octubre de 2012

AUTOBIOGRAFÍA (LV) - La espera



Si las novelas nos salvan de los días de lluvia o los poemas de las tardes del domingo, difícilmente podremos empezar un lunes nublado sin abrir el cuaderno y comenzar con la escritura. La literatura, otra vez, resulta como amor que nos saca de la monotonía silenciosa de los semáforos por la mañana, y entregadas las pruebas de edición de mi segunda novela, espero como quien espera la llegada de un tren, el final de un largo invierno, la salida del trabajo o la partida de un vuelo en el anónimo aeropuerto de una ciudad extranjera.

Vivir parece un esperar muy lento y meticuloso, mientras la literatura irrumpe con su silencio amontonado en folios que uno ha escrito en la penumbra de su pequeño despacho por las noches. Una lámpara ilumina circular la imaginación y terminamos decidiendo los personajes y yo cómo poner fin a una historia o el eros romántico a un encuentro accidental entre dos amantes que se conocen por casualidad setenta años atrás, cuando solo la memoria de los nuestros existía, y se profana con la incierta eficacia de un imaginólogo nuestra historia reciente, el miedo de sus protagonistas, las noches sin calefacción de los que temen ser encontrados y cómo se prepara el equipaje para emprender un viaje que no podrá comenzar nada más que después de la muerte.

Así resulta que es la literatura: esperar y esperar, incendiando los minutos, mordisqueándome el labio impaciente y atusándome el pelo con preocupada urgencia. También tememos quienes estamos detrás de las frases largas de una novela escrita durante casi tres años incertidumbre y miedo, no solo los perseguidos, los humillados, los que huyen buscando atisbos de amor, retazos de recuerdos, historias de dobles vidas, como las de todos nosotros, y esperan en estaciones por la noche. Eso es aguardar también una novela.

Es difícil imaginárselo: un desconocido busca entre los últimos objetos que pertenecen a un muerto, una fotografía encontrada por azar tomada en un estudio fotográfico de Berlín en 1932, un informe policial y la música de fondo que trae un espía que escribe Los papeles de Madrid, como yo esta novela, aprovechando los silencios de la noche mientras te observan tus propios personajes con una duda en la mirada: ¿seré yo?, se dicen, ocultándose en la penumbra, huyendo de la luz de la única lámpara encendida de la casa.