lunes, 3 de marzo de 2025
lunes, 18 de noviembre de 2024
AUTOBIOGRAFÍA - Recuerde
Aunque suelen utilizarse indistintamente los verbos “recordar” y “acordar”, no son ni mucho menos sinónimos. Se recuerdan los veranos de la infancia, el barrio en el que naciste y ya casi no visitas; se recuerdan las tardes de colegio y los padres que ya no están. Se reserva, mientras tanto, “acordarnos” para aquello que es efímero e intrascendente: de la leche que no hemos comprado en el supermercado, de avisar al vecino de que el cartero dejó equivocadamente una carta en nuestro buzón. Nos acordamos, en ocasiones tarde, de hacer una fotocopia, de recoger de la tintorería el viejo abrigo que dejamos allá por primavera, o nos acordamos de hacerle la revisión al coche, víctima de los cien mil kilómetros de idas y venidas al trabajo. Acordarse es el verbo de lo fungible y de lo que no es necesario del todo; el verbo de la caducidad de los yogures y de lo reciclado que, pasado el tiempo, no alcanzaremos a recordar por innecesario.
Recordar, por el contrario, cimenta lo que somos; construye cuanto sentimos como propio y edifica aquello que llamamos cultura: el recuerdo es sólido; el “acordamiento”, débil y poco interesante. Soy de los que piensan que los poderosos fomentan una especie de debilidad conspiranoica para que mientras empleamos la energía del recuerdo en “acordarnos de”, no recordemos en realidad, y sea cada vez nuestra memoria más frágil y, por ende, nosotros más vulnerables ante la mentira. Recordamos poco y mal, me digo. Quién se acuerda ya de los hilillos de plastilina en ascenso vertical que abrieron paso al comienzo de burdas maquinaciones: las armas de destrucción masiva o que un vasco fue el culpable del peor atentado de la historia. Quieren que nos acordemos de las víctimas, pero no que las recordemos, porque entonces será como fijarlas en la memoria y hacerlas parte de nosotros, para que la verdad construya lo que somos. El desasosiego de la urgencia, la sobreabundancia de información, las ciudades ruidosas y contaminadas en que apenas ya se puede pasear sin ser atropellado por turistas, el agotamiento permanente ante el esclavizador trabajo por el que recibimos el salario, el tráfico y el atasco, la telebasura, la suciedad de la política y su pueril discurso nos adelgazan la memoria para fomentar solo un recuerdo a corto plazo, para acordarnos de lo inútil y prescindir de todo lo demás, que es necesario, profundo y hermoso.
Vivimos en un mundo obstinadamente olvidadizo. Europa parece haber olvidado el horror de los campos de extermino, el olor agrio de las bombas, el terror atómico, los sanguinarios dictadores y, sin recordar, apenas nos acordamos de aquellas páginas de los libros de historia en que aprendimos muy poco y que, ayer mismo, la escuela tuvo que enseñarnos a los recién llegados a este mundo. El odio y la indiferencia ante el padecimiento humano invaden el presente y nos borran el pasado, como si nada hubiera existido, como si las cronologías de las que formamos parte no fueran un pedazo de la historia de la que todos somos protagonistas y que huye de la permanente explotación de esa memoria a corto plazo que hace que nos acordemos de las cosas menos importantes y nos hayamos olvidado de lo esencial que somos: nuestro recuerdo nos sitúa en el mundo y nos proyecta haciéndonos saber lo que seremos y lo que fuimos, y también lo que nunca seremos. Habrá que empezar a recordar en serio, aunque solo sea para que no nos tengamos que acordar de que un día tuvimos la certeza de saber cómo sonaba el canto de los pájaros en las ciudades que habitamos.
viernes, 11 de octubre de 2024
viernes, 9 de febrero de 2024
viernes, 19 de enero de 2024
martes, 18 de enero de 2022
Siento la ambigua emoción de los primeros momentos, esa que es difícil expresar, sobre todo cuando sostengo entre mis manos este pequeño libro que es la quinta obra que publico. Otro sueño cumplido, pero huyendo de las ficciones. Un ensayo quizás no sea el mejor modo en que un escritor cuenta los sueños que han poblado sus noches y sus días, aunque es verdad que en un ensayo sobre literatura no se abandona rotundamente lo ficcional. Imaginación y realidad se entretejen en este manual atípico y antiacadémico para extender la lectura de los clásicos más allá de los empolvados tratados filológicos.
Decir ensayo tiene la resonancia de una credibilidad vetusta: Unamuno, Ortega, d'Ors. Y quería también bordear otras palabras, las de Baroja, Umbral, o las de Umberto Eco. No busco asombrar, sino desvelar. Pero no con los desvelos de Cervantes, sino en los de la clarividencia de románticos, fanáticos del punk o sonrosados escritores edulcorados con la pulcritud de la delicadeza burguesa. Humanistas y rockeros, galdosianos y burócratas soviéticos se mezclan en estas páginas. Y entre todos ellos, esta oveja pasta en un campo dulcísimo y reinvidica su condición de lectora que rehúye de academicismos, de lugares comunes para encontrar en los clásicos las respuestas que nos hagan entender mejor estos tiempos que corren.
La precariedad laboral, el desclasamiento social, los futuros terrores de los fascismos venideros, las mentiras de los medios de comunicación, la mal entendida cultura de las masas puestas al servicio del consumismo obsceno son, entre otros, los asuntos contra los que nos puede prevenir la literatura si la leemos con los ojos del pasado puestos en el presente. La palabra escritura es alarma y precaución. Las ovejas negras se salen del rebaño para utilizar la perspectiva, la distinción, la formación, la educación y los libros para ser, ante todo, voces en la conciencia de este desconcienciado mundo basura.
Y así, como una batalla dialéctica contra los necios, los mentirosos, los manipuladores, los padres del pensamiento único y la corrección política pasta esta oveja con la indiferencia de un bovino no necesita decir palabra alguna para mirar escéptica la realidad que nos rodea.